Letras hoy

De la estirpe de Lady Macbeth

  • Las letras inglesas abundan en mujeres con las manos ensangrentadas l De la estirpe de Lady Macbeth son Donna Leon o Lisa Gardner; ninguna tan famosa como la abuelita común, Agatha Christie

Tras haber ayudado a su marido en el asesinato de Duncan, rey de Escocia, Lady Macbeth -en una de las escenas más famosas de la tragedia shakesperiana- se levanta en sueños y recorre el castillo familiar a oscuras, en la mano una vela encendida y en el rostro una mueca de horror ante las manchas de sangre que cree ver en sus manos. El demonio del remordimiento no la deja en paz: "¡Siempre aquí el hedor de la sangre! -se lamenta en susurros-. Ni todas las esencias de Arabia desinfectarían estas pequeñas manos mías". Un pasaje admirable, sin duda, pero no insólito en la literatura anglosajona. El caso es que las letras inglesas abundan en mujeres con las manos ensangrentadas; por suerte, esta sangre no es sino la tinta vertida en un sinfín de ficciones, desde las tinieblas góticas de antaño hasta la crónica criminal de hoy. De la estirpe de Lady Macbeth son, por ejemplo, Elizabeth George, Donna Leon o Lisa Gardner, autoras famosas todas, aunque ninguna tanto como la abuelita común, Agatha Christie.

El arraigo popular de Agatha Christie es tal que su incorporación al mundo de las nuevas tecnologías no se ha hecho esperar. Anda por ahí una aventura gráfica para ordenadores que ha renovado el interés editorial por una de las novelas más aclamadas (y atípicas) de la autora, Diez negritos (1939), la cual, como reclamo para el lector diletante, se ha distribuido con el título del juego informático: Y no quedó ninguno, una sentencia tremendista, redundante y desafortunada que, si bien basada en un verso de la canción que da nombre al libro, destripa el final del relato sin añadir más sugerencias a cambio. ¿Error de mercadotecnia o signo de los tiempos? ¡Quién sabría decirlo! En cualquier caso, que conozcamos cómo acaba el tinglado, sin actor vivo en el escenario, no es impedimento para saborear esta novela como lo que es: una pieza maestra del género de suspense, un tour de force muy aplaudido tanto por los devotos christianos como por los que no lo son.

El arranque es brillantísimo. Varias personas, que no se conocen entre sí, viajan hacia un mismo destino: la estación de Oakbridge, desde donde alguien los llevará a la Isla del Negro, frente a las costas de Devon. Cada uno de los invitados lo está por razones diferentes, incluso contrapuestas; sólo coinciden en un punto: nadie conoce a los anfitriones. Esto nos permite intuir que todos van engañados. El señor Blore, el único que parece saber algo más que el resto, se encuentra con un viejo marinero que informa de la inminencia de una tormenta: "Tenga cuidado y rece -le advierte-. El día del juicio está cerca"ý El crescendo es magistral. Al poco sabremos que cuando hay mal tiempo la Isla del Negro queda incomunicada. Los protagonistas están entrando en una ratonera. Esa noche, después de la cena, una voz grabada en un disco acusa a cada uno de los presentes de un crimen: cada uno tiene sobre su conciencia una o varias muertes violentas. El estupor es general. Para demostrar que la cosa va en serio, cae abatido el primero de los reunidos -que parecía lleno de vida-: alguien ha añadido cianuro al güisqui. En las horas siguientes, uno a uno, los inquilinos de la isla, como los negritos de cierta canción infantil, sucumbirán a manos de una presencia invisible, justiciera e inmune al desaliento.

La trama está construida con recursos cinematográficos. El material se dispone en pequeñas unidades de acción, como escenas de una película, y el punto de vista salta de un personaje a otro, según la presunta objetividad del relato cinematográfico. Posiblemente éste sea el modo idóneo para dinamizar una propuesta con un fuerte componente teatral: un único escenario, unos pocos personajes, un concepción ritual del homicidioý Christie saca un extraordinario rendimiento dramático de esta opción narrativa consiguiendo transmitir la perplejidad de quienes están en la trampa, sus temores, sus sospechas, hasta el punto de hacer sentirse al lector un invitado más. La trama se enreda, el final se entrevé inextricable y el lector, tal vez, creerá correr mejor suerte que la de los integrantes de la ficcióný Tal vez se equivoque.

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