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"Las familias siempre envían en la patera al mejor de cada casa"

  • El escritor granadino continúa la temática social emprendida en 'Cayucos y pateras' y presenta ahora 'Orchilla, el faro del fin del mundo', donde regresa a la inmigración en una novela ambientada en el XVI

La fabulación no es lo suyo. Si tiene que escribir sobre el tráfico de cocaína se infiltra en una banda colombiana, si tiene que hablar de las pateras y los cayucos cruza el Estrecho de Gibraltar. Joaquín Peña acaba de presentar Orchilla, el faro del fin del mundo, una novela histórica que refleja la inmigración de los españoles al Nuevo Mundo en el siglo XVI. "Hemos fundido nuestra sangre con los indígenas, cosa que no hicieron ni los ingleses ni los franceses", defiende. Eso sí, con el matiz de que ingleses y franceses también 'se mezclaron' aunque quizás no amparados por sus mandatarios.

-'Orchilla, el faro del fin del mundo', supone una vuelta de tuerca a la inmigración pero situando la trama cinco siglos atrás...

-Exactamente. Felipe II y Carlos V daban tierras al que fuera al Nuevo Mundo e incluso buscaban la mezcla de sangre. Los españoles, aunque nos tachen de bárbaros, hemos sido los menos bárbaros. Hemos fundido nuestra sangre con los indígenas, cosa que no hicieron ni los ingleses ni los franceses. La novela habla de la gente que se marchó de aquí, he buscado cartas de navegantes de la época y muchos de los nombres que aparecen en la novela son auténticos, también he estado en el Archivo de Indias, en el de Simancas, en la Biblioteca Colombina de Las Palmas de Gran Canaria... Cinco años documentándome para reflejar incluso las comidas, las diferentes formas de vestir según las clases sociales.

-Fue coordinador durante cinco años de Ayuda en Acción. ¿Se resiste a abandonar los temas sociales?

-Sí, mis libros tienen todos una temática muy social. He dejado de ser coordinador porque quema, estuve años visitando países del Tercer Mundo. Fui creyendo que iba a enseñarle algo a esta gente, y la verdad es que aprendí. Nuestros valores no sirven para nada allí. Además, encuentras a una gente muy pobre, que no tiene nada, pero sí una sonrisa. Esto te desmorona, sufres por su miseria pero te encuentras con su socialidad. Estos años me sirvieron para recopilar mil pequeñas historias, conviví con indígenas como los indios motilones o los quechua, he contactado con muchos padres de familia que tienen los mismos anhelos que cualquier padre del mundo.

-Es el caso de 'Cayucos y pateras', donde pone voz a los padres y madres que despiden a sus hijos antes de embarcarlos en una patera...

-La novela habla de la inmigración, de las mafias que trafican con seres humanos. Hice ocho viajes a África, me infiltré en las mafias y conocí cosas terribles. Una noche en Agadir, después de mucho hablar, me hice pasar por un empresario interesado en el negocio y vi de primera mano cómo contactaban con la gente, cómo conseguían los motores de las pateras, de qué puerto salían, cómo pagaban a la policía marroquí...

-¿Y a más alto nivel?

-La alta política favorece esta inmigración porque significa divisas para el país. Pero no es agradable ver salir pateras. Además, las familias siempre envían al mejor de la casa, al que tiene más estudios, al que está más preparado, para que pueda abrir camino a los demás. Se desprenden del mejor de la casa y estamos hablando de más de 11.000 muertos.

-¿Y en el caso de la inmigración a las Islas Canarias?

-En Cabo Verde me comentaron una noche que habían comprado un gran carguero para meter veinte pateras y, a los tres meses, comenzaron a llegar inmigrantes bien vestidos, con su reloj, sin la fatiga normal del viaje. Claro, utilizaban el carguero de lanzadera cerca de las Islas y, aunque los políticos me desmentían esto en principio, tuvieron que admitirlo al final.

-¿Cómo surgió su novela sobre el tráfico de cocaína?

-Surgió viendo a un amigo constructor que tiró su vida por la droga. Era horrorosa. Comencé a meterme en los centros de desintoxicación y tomé más conciencia aún del asunto. Comencé a escribir la novela pero me faltaban los datos de la otra parte, de donde viene la droga. Aproveché que tengo amigos en Colombia, cerca del Parque de la Macarena, donde están los indios motilones que están día y noche cultivando coca y preparando la pasta base. ¿Por qué hacen eso? En parte están obligados por las FARC, que nacieron de una idea muy bonita de repartir la tierra entre el pueblo pero que se ha prostituido e incluso se han dividido en cuatro facciones que están, curiosamente, en los cuatro putos cardinales.

-¿Como reinos Taifas?

-Sí. Los grandes capos necesitan que los indios sigan trabajando en la coca y se interrelacionan. Por eso las FARC no se acabarán hasta que no se acabe el problema de la droga. En Colombia me hice pasar por una persona interesada en meterme en el negocio. Conocí a un capo, Maximiliano de Maxi, con el que ví cosas impresionantes que están reflejadas en el libro. Pasé peligro pero tomé muchas notas, quizás era un inconsciente. De todas maneras, la novela deja claro quién es quién en el mundo de la droga.

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