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Cómo se forja un escritor

  • El escritor peruano protagoniza este martes en la Universidad de Granada una de las citas culturales más sobresalientes de los últimos años

En el Romanticismo se llegó a pensar que el artista era un ser inspirado directamente por un demiurgo o divinidad, escogido para canalizar en formas bellas los contenidos más sublimes, que muy pocos podían captar. Este concepto de genialidad e inspiración ha ido variando. En nuestros días son muy pocos los autores que desestiman el valor del trabajo y la perseverancia, del rigor y el esfuerzo. Si en épocas anteriores se aseguraba que el placer era generado por la intervención directa de un ser superior que inspiraba al poeta, Vargas Llosa está convencido de que el atributo principal de la vocación literaria es "que quien la tiene vive el ejercicio de esa vocación como su mejor recompensa", mucho más que la que pueda alcanzar con el éxito, la compensación económica o la satisfacción de ver terminada un obra. "Ésa es una de las seguridades que tengo: el escritor siente íntimamente que escribir es lo mejor que le ha pasado y puede pasarle, pues escribir significa para él la mejor manera posible de vivir." Porque escribiendo, fantaseando, soñando, somos mucho más ricos, más grandes, más intensos que cuando vivimos. Como para don Rigoberto, el protagonista de varias de sus novelas, para el escritor la verdadera vida está "en lo que fantasea y no en esas rutinas tan frustrantes."

Además, la literatura integra lo disociado o en desorden: "uno siente que se desintegra, que se pierde, y la literatura es un orden. Un orden que tú impones a la vida y que te protege. Escribir es buscar una seguridad desde la inseguridad. Como una llave mágica capaz de dar una secuencia lógica y racional a lo que, si no, sería una especie de caos absoluto."

Para que ese orden se lleve a cabo hace falta una dedicación exclusiva a la tarea creativa. El escritor no es un género, es un individuo, y necesita tiempo para escribir. Vargas Llosa no cree en el autor que trabaja por hobbie, los fines de semana. Hay que dedicarse de lleno si se quiere hacer una obra importante, trascendente, aunque también es consciente de que muchas personas no pueden hacerlo. Sus propios comienzos como novelista se vieron salpicados de circunstancias que matizaban su dedicación. "Recuerdo que en el año 58 ya había tomado la decisión de ser escritor (no pensaba que pudiera llegar a vivir de eso) y decidí algo que me costó mucho: voy a buscar trabajo de modo que no me destruya la literatura, aunque no sean trabajos en que gane mucho. La condición es que me dejen tiempo". Ese año llega a España con una beca de estudios, y en el 59 se instala en París. Trabaja en diversos empleos: profesor de español, periodista en la sección española de la France-Presse, colaborador en los programas de radio y televisión francesas para América Latina, profesor de universidad... En Londres (1966) enseñó literatura en el Queen Mary College; en Washington State University (1968) fue escritor residente, y en 1969 enseñó en la Universidad de Puerto Rico y en el King's College de Londres. A partir de los años 70 vive en Barcelona y luego en Lima, y su dedicación a la escritura va siendo cada vez más absorbente... hasta su paréntesis político (1987-90), que fracasa estrepitosamente. Algo que nunca volverá a repetir, porque lo que realmente le interesa es la literatura. Meses antes de las elecciones, y absolutamente entregado al programa político, su mujer, que le acompañó activamente durante la campaña, le recordó con ironía su pasado literario. Él mismo lo cuenta en sus memorias: "Patricia, a quien para mi sorpresa ya había visto para entonces dar entrevistas en televisión -antes se había negado siempre a hacerlo- y pronunciar discursos en los pueblos jóvenes, cuando me veía regresar de esas inauguraciones, bañado de pies a cabeza de papel picado, solía preguntarme con toda maldad: '¿Te acuerdas todavía que fuiste escritor?'"

¿La receta, entonces, para llegar a ser un buen escritor? Sólo hay una: trabajar, entregarse en cuerpo y alma, con perseverancia, con rigor. En un trabajo creativo no hay garantías de recibir el premio del talento, hay un factor de suerte, azar. Ahora bien, si no se hace el esfuerzo nunca se sabrá. Hay gente que se contenta con el primer éxito o que se desvirtúa; otros buscan excusas para la deserción. "A veces -asegura- el talento brota del esfuerzo." No estamos ante "un pasatiempo, un deporte, un juego refinado que se practica en los tiempos de ocio. Es una dedicación exclusiva y excluyente, una prioridad a la que nada puede anteponerse, una servidumbre libremente elegida que hace de sus víctimas (de sus dichosas víctimas) unos esclavos." Flaubert decía que escribir es una manera de vivir, y Vargas Llosa concreta más: "quien ha hecho suya esta hermosa y absorbente vocación no escribe para vivir, vive para escribir." Es decir, algo parecido a lo que ocurre con la vocación religiosa: "sólo quien entra en literatura como se entra en religión, dispuesto a dedicar a esa vocación su tiempo, su energía, su esfuerzo, está en condiciones de llegar a ser verdaderamente un escritor y escribir una obra que lo trascienda." Para explicar esta servidumbre, alude el peruano a esa damas del siglo XIX "espantadas con el grosor de su cuerpo, que, a fin de recobrar una silueta de sílfide, se tragaban una solitaria. ¿Ha tenido usted ocasión de ver a alguien que lleva en sus entrañas ese horrendo parásito? Yo sí, y puedo asegurarle que aquellas damas eran unas heroínas, unas mártires de la belleza." También recuerda sus años parisinos, porque aquel pintor y cineasta español amigo suyo, José María, padecía la misma enfermedad. Cuando una solitaria se instala en un organismo, se alimenta de él, crece y se fortalece a sus expensas, y es muy difícil expulsarla. José María confesó a su amigo peruano una tarde, en un bar de Montparnasse: "Nosotros hacemos tantas cosas juntos. Vamos al cine, a exposiciones, a recorrer librerías, y discutimos horas sobre política, libros, películas, amigos comunes. Y tú crees que yo estoy haciendo esas cosas como las haces tú, porque te divierte hacerlas. Pero te equivocas. Yo las hago para ella, la solitaria. Ésa es la impresión que tengo: que todo en mi vida, ahora, no lo vivo para mí, sino para ese ser que llevo adentro, del que ya no soy más que un sirviente."

En efecto, Mario vive para la literatura, desde la mañana hasta que se acuesta. Impone un orden a su vida que le permita trabajar con constancia y dedicación. Intenta pasar temporadas largas allá donde se encuentre, para no cortar su actividad. Cuando tiene que dictar cursos, pronunciar conferencias, promocionar sus obras, procura concentrar esos trabajos para que no le obliguen a desplazarse constantemente de un país a otro y abandonar su bendita rutina. Se levanta temprano, lee una hora, sale un rato a pasear con Patricia, lee varios periódicos, pero antes de las nueve ya se ubica en su escritorio, hasta el mediodía. En esas horas trabaja intensamente en la novela que esté escribiendo. Por las tardes prefiere ir a las bibliotecas, para cambiar de ambiente, y porque en ellas hay silencio, una privacidad que se respeta y una atmósfera estimulante. Desde que era estudiante se acostumbró a trabajar en bibliotecas, y en ellas consulta bibliografía, lee, investiga, pero también escribe. No ocupa lugares fijos, sino el que encuentra libre. La jornada termina hacia las 7 de la tarde, y nunca escribe de noche. Este plan se repite de lunes a sábado, y aprovecha el domingo para cultivar el género periodístico. Colaborador habitual en prensa latina desde hace muchos años, sobre todo en el diario El País, ya son cuatro los volúmenes con recopilaciones de sus mejores artículos. Vargas Llosa vive de, para y con sus ficciones, pero también desea tener los pies en el suelo. No le gusta la idea del intelectual exclusivamente cerrado en su mundo ficcional, sin conexiones con la vida real. De ahí su interés por la prensa internacional, y por temas sociales y políticos de actualidad. Los artículos son, por tanto, un modo de estar en el mundo y participar del debate cutural, cívico, político. Constantemente encuentra temas sobre los que reflexionar y crear opinión pública. Durante varios días madura la idea, se informa, y el domingo la concreta en un artículo. Éste suele comenzar con una anécdota o un pequeño relato, un atractivo para llamar la atención, despertar interés, y llegar más a la curiosidad que a la razón. Una vez que el lector ha enganchado con el tema, viene la reflexión intelectual, que debe concentrarse en una sola idea. Si conviven varias, el artículo fracasa y no interesa, se convierte en algo confuso, disuelto.

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