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Las fuerzas extrañas

  • Discípulo de Rubén Darío, Lugones cultivó el Modernismo a la francesa y flirteó con las vanguardias en sus cuentos

Leopoldo Lugones . Prólogo de Elena Almeda. Paréntesis. Sevilla, 2009. 140 páginas. 12 euros.

Argentino de Córdoba, Leopoldo Lugones (1874-1938) fue uno de los grandes renovadores de las letras hispanoamericanas del Novecientos, discípulo y compañero de Rubén Darío en la aventura del modernismo y devoto como el nicaragüense de los saberes ocultos, que ambos aprendieron en los círculos teosóficos de Buenos Aires. Borges, que lo había combatido en su juventud, le dedicó muchas páginas, entre ellas el memorable prólogo de El hacedor, además de un libro escrito en colaboración con Betina Edelberg en el que manifiesta su admiración no exenta de reservas hacia el "señor de todas las palabras y de todas las pompas de la palabra". Como poeta, Lugones cultivó el modernismo a la francesa e incluso flirteó con las vanguardias, sin desprenderse nunca de una tendencia al barroquismo que enaltece y lastra toda su obra literaria. Pero el autor de Las montañas del oro (1897), Los crepúsculos del jardín (1905) o Lunario sentimental (1909) escribió asimismo ensayos históricos, estudios de filología, narraciones, textos políticos o de divulgación científica, una vasta y múltiple producción en prosa en la que sobresalen los cuentos, parangonables a los de Darío, Nervo o Quiroga.

Prologada por Elena Almeda, esta antología recoge 13 relatos escritos entre 1897 y 1907, siete de los cuales fueron reunidos por el autor en Las fuerzas extrañas (1906). Muy superior a Cuentos fatales (1924), tardía y poco convincente secuela, es aquella una obra inaugural en lo que se refiere a la gran tradición argentina del relato fantástico -pero también de la ciencia ficción o aun del llamado realismo mágico- y como tal ha sido celebrada por sus continuadores. Los primeros relatos de la antología son perfectos ejemplos de narración modernista al modo rubeniano, ingenuo, minucioso y preciosista. Pero fue la incursión en el mundo de lo sobrenatural e inefable lo que llevó a Lugones, del mismo modo que a Darío, a escribir sus mejores páginas de prosa narrativa. Relatos predilectos de Borges como Yzur, Los caballos de Abdera, La estatua de sal o La lluvia de fuego -todos ellos incluidos en esta edición- merecerían figurar en las más exigentes antologías del género, no tanto por la quincalla más o menos esotérica que fundamenta las tramas como por la fuerza, la eufonía y la calidad artística de la prosa de Lugones, precursor y maestro.

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