maría Fernanda Ampuero

"Como a los gallos de pelea, nos preparan para un juego macabro"

  • La autora publica con Páginas de Espuma su primer libro de cuentos, un debut de alto voltaje en cuyas historias cohabitan la violencia y la poesía

María Fernanda Ampuero (Guayaquil, Ecuador, 1976) dirige una lupa en sus cuentos al lado más terrible de la vida cotidiana.

María Fernanda Ampuero (Guayaquil, Ecuador, 1976) dirige una lupa en sus cuentos al lado más terrible de la vida cotidiana. / josé ángel garcía

Uno de los personajes de Pelea de gallos, de María Fernanda Ampuero, asegura que hay que temerle más a los vivos que a los muertos, y las páginas de este volumen, el primer libro de su autora, ratifican esta desconfianza hacia la naturaleza humana. En su primer libro de cuentos, editado por Páginas de Espuma, esta ecuatoriana afincada en España firma un debut de altísimo voltaje y propone una radiografía de Latinoamérica (o del mundo) en la que se reflejan la crueldad, la violencia y una inesperada poesía.

-El título del libro, más allá de que aparezca una pelea de gallos en el primer cuento, parece particularmente apropiado. En sus narraciones los personajes se hieren unos a otros constantemente.

Yo no quería un libro que dejara indiferente. Si a alguien no le gusta mi libro, si le parece 'too much', me parece bien"

-Sí. La idea de que seres de la misma especie, que no son de naturaleza destructiva porque su propia condición física no es asesina, hayan sido perversamente torcidos para que puedan matar a sus congéneres, es horrible. Y esas escenas se producen en un entorno donde hay mucha violencia, todo es abyecto, hay alcohol, la gente grita y apuesta. Me parece que es así como nos hacen a nosotros también: potencian lo que está en nuestra naturaleza para que participemos en un juego macabro, en un mundo además muy masculino, muy brutal. Esa era la idea, sí. La pelea de gallos es una práctica común en muchos países de Latinoamérica.

-En el relato Monstruos, dos hermanas se aficionan al cine de terror. Por algunas películas que cita, El resplandor y Pesadilla en Elm Street, que se estrenaron en su infancia, da la impresión de que ese cine forma parte de su educación sentimental.

-Completamente, y de mi canon literario [ríe ]. Vivía en una ciudad [Guayaquil] donde no hay mucha tradición de teatros y de óperas. Había un cine, el Inca, a la vuelta de casa de mi abuela, y mientras las mujeres jugaban a los naipes ese cine se convirtió en nuestra niñera, íbamos todas las tardes. Esa narrativa fue fundamental en mi vida. Y, luego, hubo una época en que mi hermano y yo alquilábamos películas, y pillamos de la A a la Z de las obras maestras del terror en blanco y negro, pero también El ataque de los tomates asesinos o El centro comercial del terror [ríe]. Y con respecto a la literatura, mi hermano llegó a una colección que se llamaba Biblioteca Universal del Misterio y del Terror, una compilación un tanto arbitraria donde estaba todo, que fue muy importante en mi educación.

-En el libro aparecen, rodeados de sangre y de escatología, el maltrato, el incesto e incluso la subasta de personas tras un secuestro. Esa mirada brutal del mundo le da mucha fuerza al conjunto, pero ¿no temió excederse en algún momento?

-Uy, si yo temiera excederme qué diferente sería mi vida en general. ¡Sería delgadita! [ríe]. Soy una persona de excesos, pero también es verdad que yo no quería medias tintas. Tengo 42 años y escribo desde los 6, y sólo llevo desde marzo fuera del armario de la escritura de ficción. He tardado muchos años en publicar, porque soy muy insegura, y estudié Filología, donde me formaron académicamente para juzgarme... Por eso yo no quería sacar un libro que dejara indiferente. Si a alguien no le gusta mi libro, si le parece too much, lo considero fantástico, también esa persona entra en mi lector ideal. Quería decir las cosas que necesitaba decir sin paños calientes, y ante eso habría sido terrible un lector que se termina el libro y que dice que le da igual. Al mismo tiempo, traté de suavizar con el lenguaje aquello tan brutal que narro, que cierta cadencia ayudara a digerir todo eso. Conseguir ese contraste que está en la vida, porque incluso en la decadencia más grande, en los vertederos, surgen gestos luminosos y bellos.

-La barbarie con la que se comportan los personajes no está reñida con la sutileza de la narración. Nam, un cuento que ganó el Premio Cosecha Eñe, es una demoledora -y muy inteligente- denuncia del horror de la guerra.

-Sí. Gracias... Éste es un libro sobre la pérdida de la inocencia, y para perderla debes tenerla antes. Me interesaba abordar esos seres puros que todos hemos sido, la parte que conservamos, una forma de mirar. La guerra convierte a la gente en monstruos, y todos somos hijos de alguna guerra. Eso nos convierte a todos en supervivientes.

-En sus ficciones está muy presente el clasismo, que es otra forma de guerra...

-Sí, estoy de acuerdo en esa definición. ¿Cómo no va a ser violento crecer en una sociedad en la que un niño entra a un bar descalzo y semidesnudo, a pedir un trozo de pan, y la gente que está en ese local sigue hablando sin más? Es una locura que nadie se pare, llame a la policía, se interese por los padres del niño, haga lo lógico, que sería cuidar al desvalido. Olvidamos lo más humano. Si tú ves que tus padres actúan así, si esos padres han aprendido de sus padres a comportarse con esa indiferencia, está fermentando ahí algo muy injusto, muy violento. Si crece viendo eso, el privilegiado piensa de manera inconsciente que es mejor que el otro. Es muy difícil extirpar ese pensamiento. Y con ese muro levantado es imposible acabar con la desigualdad.

-Un lector masculino podría acabar su libro avergonzado: los hombres que retrata son salvajes.

-A mí me podrían matar. Imagínate vivir con eso. Yo quedo con hombres que no conozco, soy una mujer joven que no tiene pareja, y en Madrid, primer mundo, capital de un país europeo, tengo que mandarles fotos a mis amigas y decirles: Voy a quedar con este tipo, se hace llamar tal en Tinder. Pero eso lo hacen todas mis amigas, las que queremos salir y conocer a alguien tenemos esto por costumbre. Y esto ocurre en España, no en Uganda, no con nosotras perdidas en una favela. Si un hombre sale con una chica no hace eso con sus colegas. ¿Sabes qué miedo hay detrás de eso? Ese hombre me podría matar, yo podría desaparecer en un piso de Vallecas. Y lo de La Manada es el destilado de ese miedo convertido en realidad. ¿Qué va a decir un juez? Va a revisar mis perfiles, mi historial, va a decir que esta chica estaba en Tinder, tiene citas con desconocidos, y va a concluir que me lo busqué. Y no, señor juez, nadie quiere que la maten ni que la violenten. A mí me hace gracia cuando preguntan qué siguen queriendo las feministas. Quiero poder vivir en libertad, sin miedo.

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