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El golpe del destino

  • 2008 celebra el bicentenario del estreno de la 'Quinta Sinfonía' de Beethoven, la sinfonía por naturaleza

Jesús Arias / granada

Si Mozart había visto a la muerte arrastrándose por la nieve en los primeros compases de su Requiem, Beethoven notó los puñetazos del Destino en la puerta de su casa. Esa idea, tres golpes secos y uno largo, le había atormentado durante años hasta que, en 1803, decidió llevarla a la partitura en forma de tema musical. Y se convertiría en el tema musical más famoso de la historia. La angustia por su sordera, el final de su historia de amor con Teresa von Brunswick y la convulsión europea que habían causado las invasiones de Napoleón habían marcado a Ludwig van Beethoven. Él, a su vez, marcaría aquellas obsesiones en su Quinta sinfonía, estrenada en el Theater an der Wien el 22 de diciembre de 1808. Este año se cumple el bicentenario de una de las obras más monumentales de la Historia.

Curiosamente, en aquel estreno, en el que la orquesta tocó mal porque sólo tuvieron un día de ensayo, también se presentó al público la Sexta sinfonía, que Beethoven había ido escribiendo mientras pergeñaba la Quinta. Y hasta tal punto terminó la partitura de ambas casi al mismo tiempo que en el concierto de presentación las dos obras llevaban su orden cambiado. Fue el propio Beethoven el que dirigió a la orquesta y quien interpretó al piano un programa de cuatro horas de duración con diferentes obras del genio de Bonn.

Beethoven, nacido en 1770, había intuido en la forma sinfónica el género rey de la expresión musical. Y a él se entregó en cuerpo y alma sin dejar de prestar atención a los cuartetos, en donde se puede apreciar, sobre todo al final de su vida, su auténtico genio creador. La sinfonía, escrita al modo que estableció Joseph Haydn, era para Beethoven el vehículo en el que desplegar toda su furia creativa y en el que plasmar los sentimientos más intensos. Y en eso, las sinfonías impares (La Tercera, la Quinta, la Séptima y la Novena) son auténticas joyas de la Historia de la Música.

El motivo que arranca la obra, el famoso Sol-Sol-Sol-Mib, era algo que había rondado la cabeza del compositor largamente. De hecho, invirtió cinco años de su vida, de 1803 a 1808, en escribir la obra, cuyo final iba postergando para dar paso a otros proyectos. "El Destino llama a la puerta", decía para explicar la razón de ese arranque en una tonalidad, además, que no estaba clara desde el mismo comienzo y que resultaba ser de Do Menor a partir del sexto compás. Era la primera vez, también, que Beethoven empleaba una tonalidad menor para una sinfonía. Tras ese golpetazo inicial, el compositor exprimía el tema hasta sus últimas consecuencias en el primer movimiento y dejaba sentadas las bases de la creación sinfónica para el resto de la Historia.

"La Quinta, sobre todo, es un ejemplo de unidad en todos los sentidos: en primer lugar, por el concepto rítmico que invade todo, capitalizado por el famoso motivo que impregna la sinfonía, algo que más adelante dará lugar al carácter cíclico de la forma sonata, añadiendo con ello otro factor que la simpla unidad armónica", escribe el musicólogo Carlos Tarín. "Por otro lado, Beethoven demuestra esta idea y además añade un concepto del equilibrio que asombraría a quienes pensaron que ésta era una sinfonía anárquica: sirva como ejemplo el primer movimiento, cuyas secciones (exposición-desarrollo-reexposición-coda) tiene 124, 124, 125 y 129 compases, respectivamente".

Beethoven repitió el motivo de tres notas cortas seguidas de una larga a lo largo de los cuatro movimientos de la sinfonía (en el tercero es fácilmente apreciable) para darle una unidad formal a toda la obra. Esa idea serviría enormemente a los futuros compositores, muchos de los cuales tuvieron a la Quinta como referencia. El compositor abría, además, con su idea de darle un 'argumento' a una obra sinfónica el puente del Clasicismo al Romanticismo.

Mucho se ha escrito sobre la sinfonía beethoviana. El caso es que en ella se pueden apreciar tanto las turbulencias y la desazón que en el compositor despertaron los primeros atisbos de su sordera, una sordera, por cierto, que iba en aumento, como paisajes altamente luminosos y heróicos. Beethoven estaba, literalmente, dejando su alma en una obra, su angustia y su tristeza. Pero también su esperanza en un futuro más apacible.

También es revelador el esfuerzo que puso en esta composición, la Opus 67 de su catálogo de creación, al contemplar las partituras manuscritas y ver la cantidad de tachones y correcciones que contienen. La obra es coetánea del Concierto número 4 para piano ya que se encuentra en el mismo cuaderno de apuntes que éste. Beethoven tuvo también que pensar también que debía concluir la sinfonía porque avanzaba con gran rapidez en la escritura de la Sexta sinfonía y postergarla podría implicar el riesgo de abandonarla.

Los estudios musicológicos que se han hecho sobre la composición son innumerables y los análisis de su estructura, movimientos, motivos musicales son la moneda de uso en todos los conservatorios del mundo. Y todo ello, pese a la simplicidad de la frase inicial de la creación, pese a la aparente ingenuidad de la figuración. Sólo tres corcheas y una blanca con calderón a un compás de 2 por 4.

La Sinfonía número 5 en Do menor opus 67, de Ludwig van Beethoven (1770-1827), también ha tenido su historia. En 2005 fue interpretada en el campo de concentración de Auschwitz a cargo de la Orquesta Estatal de Voronezh, bajo la dirección del español Ramón Torrelledó por que los judíos que sufrieron las torturas y el exterminio de los nazis la habían elegido como su himno, como su símbolo. También fue utilizada como riff rockero en la canción Roll over Beethoven en versión del grupo Electric Light Orchestra.

En el periodo en el que Beethoven compuso la sinfonía había dejado de necesitar dar conciertos y recitales para sobrevivir, ya que la aristocracia austríaca le había otorgado una pensión anual. Sin embargo, el compositor sí vivía por el contrario muy angustiado con su sordera. El hecho de que oyese mal, que comenzó a desarrollársele cuando tenía 20 años, se hiciese público en Viena, le supuso un gran perjuicio, ya que ningún noble austríaco quería enviar a sus hijos a estudiar con el maestro, con la consiguiente falta de dinero extra.

El mismo compositor reconoció que, durante esa época, de no haber sido por su amor a la música, habría puesto fin a su vida por la desesperación que sentía. Tal vez al compositor los salvaron sus propias sinfonías, aquellas en las que vislumbró el destino y abrió las puertas de su alma.

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