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"Una guerra no puede imponer una democracia"

  • El poeta publica 'Inquietudes bárbaras', una reflexión sobre la sociedad contemporánea

Recién salido a la luz su nuevo poemario, Vista cansada, Luis García Montero publica ahora en la editorial Anagrama un libro de ensayo, Inquietudes bárbaras, que sirve un poco como el andamiaje intelectual de sus últimos versos. El poeta granadino, con los 50 años ya estrenados, echa ahora la vista a trás hacia su adolescencia al tiempo que mira los tiempos que corren con cierta preocupación porque ve que el enemigo de la democracia hoy no son los totalitarismos al uso, sino una nueva forma de neoconservadurismo mucho más difícil de detectar.

-¿Dé qué trata exactamente 'Inquietudes bárbaras'?

-Se trata de un libro que es el resultado de una meditación sobre la sociedad contemporánea. Yo me siento heredero de la Ilustración y de los valores de la modernidad y veo que esa modernidad está cada vez más asaltada por nuevas supersticiones, por nuevos enemigos. Esos enemigos no son los viejos totalitarismos, fascismos o estalinismos, sino la propia sociedad occidental capitalista en manos de las ideas más neoconservadoras, que son devoradoras de la democracia. Se titula Inquietudes bárbaras porque a veces tengo la impresión de que la sociedad y los valores democráticos están tan degradados que los bárbaros somos ahora los que intentamos defender la ley, y no los enemigos de la democracia. Tengo esa sensación de que muchas veces son incómodos para la sociedad los rupturistas, los revolucionarios. Quienes defendemos los principios de la ley y de la modernidad somos quienes empezamos a resultar incómodos. En el ensayo hablo de temas que afectan a la actualidad periodística contemporánea, pero de una manera que no tiene nada que ver con las prisas de las coyunturas, sino con la tranquilidad de una mirada literaria, de cómo la literatura ayuda a pensar en asuntos como la asignatura de la Educación para la Ciudadanía, sobre la Alianza de Civilizaciones, sobre la sociedad laica, sobre los acuerdos de un Estado laico y el Vaticano, sobre la inmigración y la relación con los otros, o sobre el debate republicano. Digamos que en la tradición democrática he querido plantear esas cosas pero desde la tranquilidad de la mirada literaria.

-Un escritor iraquí decía en Granada no hace mucho que la democracia debe ser un fuego que se enciende en las conciencias de la gente, pero que no puede ser importado ni impuesto a base de guerras...

-Una guerra nunca sirve para imponer una democracia. La guerra a la que hemos asistido en Iraq no es sólo exponente de una solución falsa para arreglar el problema del país, sino también del estado de la democracia occidental. El neoconservadurismo norteamericano es devorador, liquida las conciencias de sus ciudadanos, somete la discusión pública a un nivel muy fuerte de manipulación de los medios de comunicación. También hay un enorme grado de infantilismo en las discusiones, porque juegan con el miedo de un extraño enemigo exterior que hace que todas las aspiraciones de libertad, de seguridad, de derechos civiles se sometan a unos recortes cada vez más llamativos. La guerra de Iraq no sólo habla de una situación violenta e inaceptable, sino de la degradación de la democracia norteamericana.

-Una democracia en la que quien llega a ser presidente de Estados Unidos es quien cuenta con más apoyo de las multinacionales y las grandes corporaciones...

-En ese sentido, en Inquietudes bárbaras me interesa defender una idea social de la libertad y de la democracia. Cuando hablamos, por ejemplo, de educación, hemos acabado asumiendo que libertad de educación es la libertad de cierta gente de crear centros de educación privados. Pero eso no es una educación en libertad. Defender una idea social de libertad significa defender unos espacios públicos que no estén al servicio de las multinacionales ni de intereses privados ni de credos privados. Me parece muy grave que la democracia occidental esté al servicio de las grandes multinacionales o políticas que un presidente de Gobierno adopte apoyadas por intereses privados.

-¿Se le ha ocurrido alguna vez pensar que, en un futuro no muy lejano, los países se llamarán Panasonic, General Motors o Coca-Cola y que la gente matará en nombre de las grandes corporaciones?

-La gente ya está matando por eso. Muchas de las guerras que se desatan tienen en el fondo situaciones creadas por las multinacionales. Una de las cosas que más aprendí coordinando el centenario de Francisco Ayala y reeditando el facsímil de la revista Realidad que pusieron en marcha los republicanos españoles exiliados en Argentina en 1949 es que la Segunda Guerra Mundial significó la unificación tecnológica del mundo, y cada vez más hay una situación que tiene que ver con lo comercial y con el mercado. Sin embargo, no se han ampliado las estructuras públicas, los Estados públicos que aseguren el protagonismo de los ciudadanos en la toma de decisiones. En ese sentido, hay una inercia económica mercantilista muy devoradora y ningún tipo de estructura política que sea capaz de controlar con reglas de juego público los intereses económicos. Buena parte de la miseria que hay en el mundo se debe a eso. Cuando el relator general de la ONU dice que cada tres segundos muere un niño, está hablando de una situación inaceptable.

-¿No es sospechoso, respecto a los medios de comunicación, que todos, absolutamente todos, den exactamente las mismas noticias?

-Estamos viviendo en una realidad donde cada vez se borra más la experiencia de carne y hueso, la experiencia histórica, y se emplea una realidad virtual. A mí me gusta distinguir entre ficción y el simulacro. La ficción tiene esa conciencia de autonomía del arte y utiliza esa autonomía para iluminar la realidad, y el simulacro quiere tapar la realidad y sustituirla por una realidad virtual. Los simulacros y las noticias falsificadas no son ficción, sino que están ocupando el papel de las antiguas supersticiones, esas supersticiones contra las que luchaban la Razón y Kant cuando pedían la mayoría de edad para el ser humano. Me parece muy preocupante que cada vez más se separe más el acontecimiento del que habla una noticia de la propia realidad y, sobre todo, de la interpretación que grandes cadenas periodísticas hacen de esa noticia. El verdadero enemigo de los derechos humanos no son las supersticiones, ni los viejos totalitarismos, sino el neoconservadurismo.

-La poesía de los años sesenta y setenta era muy política. En su movimiento, reivindicaban más lo personal. ¿Es necesario en estos tiempos volver a la poesía política?

-Yo creo que es necesario. En mi último libro, Vista cansada, hay precisamente un poema llamado En la política. Y lo hice porque me parece muy peligro eso de asociar la política actual a la corrupción, al sectarismo, a la mentira. Quien hace eso está defendiendo que los especuladores se sientan con las manos libres. Cuando yo empecé a escribir, era tal la urgencia que había en la política y tanta la necesidad de causas públicas que cuando uno creaba un poema de amor lo llamaban revisionista. En ese sentido, se repetía mucho lo de malos tiempos para la lírica. Se considerada que lo cotidiano estaba al margen de lo social. Ahora pasa lo contrario. Por eso yo defiendo en Vista cansada que la conciencia creadora es inseparable de una conciencia crítica.

-A lo largo del libro, hay muchas referencias a los amigos. ¿Tan importantes son para usted?

-En mi vida son muy importates, porque en mi educación sentimental, las ilusiones colectivas han tenido mucho peso. Eso se ha plasmado en la vida cotidiana y sus complicidades. Nosotros con el pasado solemos negociar a través de la memoria, y con el futuro solemos negociar a través de los sueños y las ilusiones, y con el presente solemos negociar a través de la amistad y de la fraternidad. En el ámbito de la vida cotidiana es donde encajan las opiniones sobre el mundo, sobre una realidad a veces precaria, a veces hostil, y también donde experimentas la alegría.

-¿Cómo suele escribir sus poemas?

-Depende mucho. A veces lo que tengo es una idea que me preocupa y que tiene que ver con la mirada que tengo yo sobre la realidad, y lo que busco es la encarnadura poética, la anécdota, la historia, el argumento que pueda convertir en poema mi preocupación. Otras veces, lo que veo es una anécdota cuando voy por la calle y me parece de pronto un síntoma, algo que me habla del tiempo en el que vivo y que me ayuda a comprenderme a mismo en relación con ese tiempo en el que vivo. Es como esas fotografías que no sólo te devuelven una imagen, sino todo un tiempo, toda una serie de detalles que te llevan a un momento concreto de la historia. Con algunos poemas y con algunas anécdotas ocurre lo mismo: a partir de una imagen, uno parece vislumbrar todo un tiempo. Necesito trabajar mucho los poemas. Creo que deben tener una estructura, con sus principios y sus finales, porque tienen su importancia.

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