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La guerra es la guerra

  • Alianza Editorial acaba de publicar 'El cerco', una estupenda novela histórica del albanés Ismaíl Kadaré, premio Príncipe de Asturias de las Letras 2009, que recrea con exactitud el desarrollo de un asedio

Siglo XV. El ejército otomano ha desembarcado en las costas de Albania y el turco avanza por esas tierras extranjeras, según el protocolo, invitando a sus habitantes a la rendición; se trata de evitar inútiles derramamientos de sangre. No obstante, los cristianos prefieren morir antes que derrotar el signo de la Cruz bajo los estandartes con la Media Luna y declinan el ofrecimiento. El invasor queda exento, pues, de mayores consideraciones; puede pasar a cuchillo a cuantos halle en su camino, arrasar cosechas y aldeas, entregar al fuego la tierra albanesa. La guerra es la guerra, o eso dicen. Sin embargo, rara es la contienda que sale según los cálculos de sus promotores (Ahí tenemos, como recordatorio, el recentísimo fiasco de la invasión de Iraq). En su avance, las huestes del Gran Visir encuentran una fortaleza; debería caer tras unos pocos embates, pero contra todo pronóstico aguanta una embestida, y otra, y otra, y resiste días, semanas, meses. Resiste. En El cerco, Ismaíl Kadaré hace una puntillosa reconstrucción de los preparativos, el desarrollo y el término del asedio.

La guerra es la guerra, decíamos, y ninguna es sencilla. Cuando se mueven diez, veinte, treinta mil almas no basta con ponerles diez, veinte, treinta mil armas en las manos, señalarles el objetivo, lanzarlas al ataque. La guerra es una máquina compleja. Hay un sinfín de cuestiones previas como el cobro de impuestos en tierra patria para comprar armamento y pagar la soldada, o la puesta en pie de un sistema de intendencia que garantice las redes de aprovisionamiento de la tropa. La guerra no es llegar y matar o morir. Nada más sitiar la ciudadela, las primeras instrucciones del comandante, Ugurlu Tursun, atañen a la construcción de hornos para hacer el pan y de letrinas para impedir que los soldados hagan sus necesidades donde pillen. El enemigo no es el único desvelo del guerrero. Antes del combate, los hombres dedican más tiempo al despioje mutuo que a afilar las espadas o tensar los arcos.

En la mente de la mayoría, la idea de victoria es sólo sinónimo de botín y en éste entra el oro, la plata y la posibilidad de yacer con alguna cautiva albanesa, de cabellos rubios, de piel clara: "Ellas son algo a mitad de camino entre la leche y la niebla", les han dicho.

Antes del asalto, deben hallarse los puntos débiles en las defensas enemigas y consultar a los astrólogos para conocer el parecer de las estrellas. Son otros tiempos. Otras guerras. Aunque, si mal no recuerdo, George W. Bush confesó que fue Dios quien le encomendó la campaña de Iraq ¡No se lo tengan en cuenta al pobre ex-presidente! La culpa es de los dioses, por descantado, muy dados a estas triquiñuelas (Parece como si le hubieran cogido gusto al ver cómo destruye el hombre lo que ellos han creado). Al final, es cierto, suena la hora de la batalla y, entonces, el cultivo de los pequeños detalles deviene proverbial. Ismaíl Kadaré consigue que viajemos a aquellos tiempos, aquellas guerras, y nos sintamos en mitad de la refriega. En el capítulo dedicado al primer y frustrado ataque a la fortaleza, el autor despliega un intenso abanico de sensaciones que golpean los cinco sentidos. En nuestras manos notamos la madera nudosa de la escala que ha de apoyarse en la muralla. Retumban en los oídos el fragor de los tambores, el estampido de los cañones, el griterío de la turbamulta. Nos llega el hedor de la pez vertida, el humo, la carne achicharrada. En nuestros labios rezuma el sabor de la sangre. El horror nos entra por los ojos.

Entre los pertrechos, no falta nunca un cronista. A él le corresponde una misión no menos importante, la propaganda. El escritor comprado por el poder debe servirse de los afeites de la literatura para justificar tales atrocidades y presentarlas como una hermosa gesta, debe enderezar en el verso los días torcidos y erradicar de la página, para erradicarla de la memoria futura, la fealdad, la suciedad, el odio, el miedo y la miseria del campo de batalla. Este escribidor jamás intentará contestar una pregunta acuciante: ¿Por qué esta devastación? Una de las concubinas del caudillo turco se atreve con una respuesta: "Puede que el hombre, por nacer entre el dolor y la sangre, tenga la inclinación natural a llenar de sangre su vida entera". Unas palabras que, si no son toda la verdad, son al menos parte de la verdad.

¿La novela? Extraordinaria.

Ismaíl Kadaré, Alianza, Madrid, 2010.

Ismaíl Kadaré, Alianza, Madrid, 2008.

Ismaíl Kadaré, Alianza, Madrid, 2009.

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