Cultura

Las heridas de Louise Bourgeois

  • El Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, en Sevilla, y el CAC de Málaga exponen varias obras de la escultora, una mujer que concibió la creación como un doloroso proceso de aceptación del pasado

La escultora Louise Bourgeois, nacida en París en 1911 y fallecida este lunes en Nueva York, siempre entendió la creación como un exorcismo, como la vía para liberar los temores y abordar los traumas del pasado. La fuerza de esa producción artística emprendida desde la necesidad de cicatrizar heridas se percibe estos días en dos museos andaluces: tanto el Centro de Arte Contemporáneo (CAC) de Málaga como el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC), en Sevilla, exponen estos días piezas -pertenecientes a sus colecciones permanentes- en las que queda de manifiesto la desgarrada expresividad que caracterizaba a la artista.

El museo malagueño, que mostró ayer en un comunicado "su más profundo pesar por el fallecimiento", es el único centro de arte contemporáneo español que dispone de cuatro obras de Bourgeois dentro de sus fondos, según señalaron desde el espacio. La última selección que el CAC ha inaugurado de su colección permanente, Apocalipsis, expone Standing Figure (2003) y Geometry and Youth (2004), mientras que la muestra Pasión. Colección Carmen Riera cuenta con Fear Four (1984) y Mother and Child (2001). Por su parte, el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo ha rescatado recientemente para la exposición Nosotras, que reúne a 30 creadoras de disciplinas y generaciones diferentes, una de las esculturas más impresionantes de la trayectoria de Bourgeois, Cell (Arch of Hysteria), una celda de paredes metálicas dentro de la que un hombre sin cabeza arquea su cuerpo, víctima de una convulsión o un enérgico calambre, sobre una cama. La inquietud que provoca esa extraña sacudida del personaje se agudiza con el mensaje en la tela que cubre el colchón: Je t'aime. Como en tantas otras propuestas de la artista, el amor y el dolor se entrecruzan, afloran la violencia y la amenaza.

Bourgeois trabajaría toda su trayectoria con esos mimbres, reviviría constantemente sus miedos, y saldaría así deudas con su pasado, en el proceso escultórico. La autora volvía una y otra vez a los abismos de la ausencia de amor, a la figura de un padre autoritario obstinado con la autenticidad moral, y sin embargo capaz de engañar a su mujer enferma con la institutriz. Destrucción del padre (una de las creaciones más emblemáticas de Bourgeois, fechada en 1974) demostraba la honda desazón que albergaba décadas después. En un almuerzo familiar, los hijos se exasperaban ante la habitual arrogancia del padre. "Los niños lo agarran y lo colocan encima de la mesa. El padre se convierte en la comida; lo trocean y desmiembran y devoran. Y al final nada queda de él", explicaba.

La madre tampoco saldría bien parada en esos descarnados regresos a la infancia. En She-fox (Zorra), culminada en 1985, la artista desafiaba el cariño de su progenitora. Para propiciar la catarsis, cortaba la cabeza de la figura y se cuestionaba si después de esa muestra de agresividad la otra la seguiría queriendo. "La tragedia radica en saber si una persona a la que he tratado de tal modo puede ser capaz de quererme, ¿verdad?", opinaba. Esta ambivalencia hacia la madre está presente asimismo en Mamá, pieza del Guggenheim de Bilbao donde el familiar toma una forma arácnida.

Esa agresividad hacia los allegados también se daba en sus consultas sobre la identidad femenina. Cuando en 1971, Arts Magazine le preguntó sobre la posición de las mujeres en el mundo del arte, ella respondió con una sentencia rotunda: "Una mujer no tiene lugar como artista hasta que prueba una y otra vez que no será eliminada". Esa tensión entre lo masculino y lo femenino, o entre lo activo y lo pasivo, generó múltiples imágenes de la producción de Bourgeois. En Femme couteau (Mujer cuchillo), la figura defensiva, esa mujer que se convertía en un cuchillo, brota del terror de la artífice. "Una chica puede sentirse aterrorizada por el mundo. Sentirse vulnerable, ya que puede ser herida por el pene, de modo que trata de tomar la misma arma del agresor", argumentaba. Según creía, esta aprensión provenía de una educación irracional al respecto, lo adecuado sería inculcar a la niña que el hombre también puede encontrarse desamparado. Para ilustrar esta idea, la escultora contaba un episodio de la juventud, cuando estudiaba en París y un modelo masculino de desnudo no supo controlar una erección tras observar a una alumna. Bourgeois pensó entonces: "¡Qué suceso tan fantástico, revelar tu vulnerabilidad, exponerla de manera tan explícita!".

Louise Bourgeois, que no alcanzó la notoriedad hasta finales de los años 70, realizó su búsqueda desde la independencia más absoluta. La artista consideraba "el primer suceso afortunado" de su vida la escasa repercusión que sus piezas obtuvieron en los inicios. Desatendida por el mercado artístico, tuvo entonces "el privilegio de gozar de mi propia intimidad". Pero no sería un camino fácil, lleno de incertidumbres que llevaban al desánimo. "Cada día es una nueva ocasión para intentarlo, mañana también, toda una vida de oportunidades encadenadas", se alentaba a sí misma. En Bourgeois, la fragilidad de la persona y su grandeza como artista eran indivisibles; sus obras causaban una conmoción turbadora porque se modelaban desde el tormento, procedían del miedo.

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