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La identidad del 'spanish cinema'

  • El cine español de éxito borra sus huellas culturales en modelos estéticos globales

Coinciden estos días en los medios de comunicación noticias contradictorias, o no tanto, sobre la salud y la identidad del cine español. Los así llamados Cineastas contra la Orden (entre ellos, algunos artífices de ese otro cine español minoritario y exigente con las formas como Javier Rebollo o Isaki Lacuesta), se rebelan contra la Ley del Cine de Guardans mientras que Bruselas la devuelve a casa por manifiestas contradicciones con la legislación europea. Se trata, dicen, de defender a las producciones pequeñas o medianas frente a una ley que parece apostar a caballo grande y ganador.

Este caballo viene al galope con una serie de títulos avalados por el público. El primero, Ágora, de Amenábar, se ha convertido ya en la nueva película-para-todos-y-para-hablar-de-todo, de la intolerancia a la alianza de las civilizaciones, bajo las formas académicas de la superproducción histórica. Su voluntad didáctica la propone además como nueva asignatura extraescolar, al tiempo en que las inevitables sinergias de la industria cultural nos ofertan a Alejandría e Hipatia como obligados productos de consumo de temporada.

Planet 51, el primer largometraje de animación de los estudios Ilion, se publicita como la producción más cara de la historia de nuestro cine (55 millones) y se estrena masivamente en Estados Unidos como única posible vía de amortización de su inversión.

Por otra parte, Fernando Trueba regresa a bombo y platillo al cine de ficción con El baile de la Victoria, elegida por la Academia del Cine para representar a España en los próximos Oscar, mientras que Celda 211, de Daniel Monzón, reescribe la tradición del cine carcelario entre los muros de un penal de perfil ibérico que funciona con dinámicas universales.

Mañana se estrena Spanish movie, que promete hacer buenas cifras de taquilla a costa de parodiar -habrá que ver con qué grado de piedad o mala leche- los últimos éxitos de nuestro cine patrio; a saber: Volver, Mar adentro, El orfanato, Los lunes al sol, Alatriste o Yo soy la Juani, heterogéneo popurrí que traza el panorama de la oficialidad de nuestra producción avalada por los premios y el reconocimiento mediático. Todos estos acontecimientos nos invitan a reflexionar sobre la identidad cultural de eso que llamamos cine español más allá de los datos del registro mercantil.

A nadie se le escapa que Planet 51 busca competir en el mercado con una fórmula calcada de tantas y tantas cintas de animación hollywoodienses de la última década. Tanto la estética tridimensional como el desarrollo argumental o el diseño de personajes remiten a un modelo americanizado que poco o nada nos dice de España más allá de la profesionalidad y la pericia de nuestros técnicos para copiar con las más altas prestaciones.

De igual forma, una película como Ágora, que también necesita exhibir sus grandes dimensiones y su elevado coste como reclamos que garanticen el lema "no-parece-española", busca, como ha hecho siempre el cine de Amenábar, en el clasicismo de la épica hollywoodiense, con su correspondiente casting internacional, su identidad global para mercados sin fronteras.

No es menos sintomático que una película ambientada en Santiago de Chile, protagonizada por actores latinoamericanos y basada en una novela del chileno Antonio Skármeta, sea la representante española en unos Oscar que, eso sí, se nos antojan el lugar idóneo para apreciar el coqueteo de Trueba con la cursilería.

Por último, nuestras esperanzas se depositan en la capacidad de una cinta como Spanish movie para desmontar algunas de estas cuestiones y tópicos de nuestro cine (desde la mímesis de género al realismo social) desde lo mecanismos desactivadotes de la parodia. Aun así, y a pesar de la anunciada aportación chanante, la fórmula parece estar más cerca del modelo Zucker-Abrahams que de cualquier otra vertiente extraída de nuestra tradición deformante.

Conclusión: el cine español que se sostiene hoy a nivel industrial y lidera su imagen de marca parece tener cada vez menos elementos culturales que lo identifiquen como tal y que entronquen con una tradición estética propia.

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