ANTONIO RIVERO TARAVILLO. escritor

"El poeta intenta todo el tiempo decir cosas, pero lo de verdad se le escapa"

"Cuando atardece, / la mirilla de la puerta / deja un pequeño lingote", escribe Antonio Rivero Taravillo en Lo que importa (Renacimiento), un poemario en el que el autor celebra los prodigios, el destello -"ahora es misa de una / sobre el mundo"-, pero aprecia también la belleza y la dignidad escondidas en las cosas aparentemente insignificantes. El poeta entrega un libro sabio y hermoso en cuya extensión se encuentran los hilos de la vida: el amor y la muerte, la niñez y la ceniza, la decadencia y la belleza. Rivero Taravillo presentó el pasado martes en el Centro Cultural Reina Sofía de Cádiz su última creación en un acto organizado por la Fundación Carlos Edmundo de Ory y en el que estuvo acompañado por José Manuel Benítez Ariza.

-El libro incluye una cita de Gabriel Ferrater, "hay otra cosa, que no sé llamar y es la que cuenta". El poeta se encuentra con la incapacidad para nombrar Lo que importa.

-El poeta pasa todo el tiempo tratando de decir cosas, pero tiene la conciencia de que lo de verdad, lo importante, se le escapa. Esta paradoja es una más de la poesía. El título del libro es deudor, en parte, de la cita de Ferrater, pero no exclusivamente. De algún modo quiero subrayar la importancia de las pequeñas cosas, incluso de los objetos. En este sentido, hay una mirada a muchas cosas humildes en el libro. Hablando de lo que importa sin especificar qué es, también subrayo que existen cosas fuera de uno que merecen su atención.

-Entre esas cosas humildes en las que se fija, encuentra la inspiración en un termo eléctrico, los dedos del pie o una almohada, por ejemplo.

-La creación de un poema tiene dos pasos. El primero es el de la percepción; el segundo es el de la expresión de aquello que ha sido aprehendido. Ese mirar distinto, emplear ángulos diferentes, enfocar con ojos nuevos, para mí, es cada vez más importante. Efectivamente, lo más prosaico se puede convertir en poema, porque la poesía ya la tiene.

-Ese emplear ángulos diferentes es algo que se da también en la forma: hay poemas muy breves, casi haikus, y otros largos, descriptivos.

-Es un libro que trata de huir de lo monocorde. Por un lado, elude los ritmos excesivamente previsibles. Hay una cita de Ashbery, al principio, que habla de defectos buscados: no me interesa tanto componer ristras de endecasílabos, que es algo que puedo hacer, como buscar puntos de fuga del poema que rompan el sonsonete, lo ya visto u oído. Es un libro polimorfo porque la vida lo es.

-La poesía, según su definición, "siempre / es el hambre, el deseo. / Nunca la carne que sacia".

-La poesía surge muchas veces de una insatisfacción. Si no hay una especie de pulsión por lo que ya no se tiene, por lo que en el hoy tampoco se alcanza y por las incertidumbres del futuro, quizás uno no escribiría. De ahí que el poema sea siempre disconforme con la realidad, aunque también la acepte. En el frágil equilibrio entre ambas cosas está el poema.

-En el fragmento central irrumpe un álter ego al que ha llamado Humberto Fabbro. ¿Por qué ha recurrido a él?

-Con Fabbro he querido ensayar una voz distinta, más canalla a veces, emplear incluso un léxico que yo no empleo. Creo que siempre es bueno para un poeta ponerse en otra piel, y en este caso lo he hecho con alguien que tiene puntos de coincidencia, pero, también, diferencias conmigo. Y hay un juego perceptible en seguida, en cuanto se ve el apellido [Eliot le dedicó La tierra baldía a Ezra Pound, il miglior fabbro]. No me interesa tanto aparentar que es un heterónimo y dotarlo de una vida propia como poner en práctica una forma a veces distinta de decir.

-Ambienta Sala de espera, el poema que da nombre al tercer bloque del libro, en un escenario curioso para unos versos: un hospital o un centro de salud donde los pacientes aguardan ser atendidos.

-Siempre, aunque a veces ponga al mal tiempo buena cara, en mis poemas hay dolor y muerte, y en ese poema también. Hay una observación de la paradoja de estos recién nacidos y avanzados ancianos que comparten espacio. Pero, como dice el poema, a todos les llegará su hora.

-Ese diálogo entre la infancia y la edad adulta se produce también en El columpio, con el que cierra el conjunto.

-Sí, hay una conexión total entre esos dos textos. Quise poner como colofón ese poemaporque ahí no solamente se entrecruzan el niño que fui con el adulto que soy, sino que además hay una metamorfosis en la que el niño se convierte en adulto y el adulto en niño. Esa imagen bascular del columpio me interesaba, el poema trata de mostrar esa transformación.

-Sus poemas esconden a menudo lecturas que en un momento pueden pasar desapercibidas. José Luis Rey, por ejemplo, ve en Biblioteca descarrilada una elegía por el destino de la cultura.

-Es curioso, porque siempre se pueden ver interpretaciones que no estaban en la mente del autor cuando escribía. Muchos de los poemas surgen de sucesos reales, otra cosa es que trasciendan ese pretexto. Mi biblioteca tiene un sistema de raíles por el cual se produjo el percance del que hablo. Me interesa cómo a partir de un hecho vago hay una especie de lectura posible del acontecimiento, buscándole una trascendencia que en un primer plano no tiene. Pero sí, confirmo que esa lectura posible está latente. Me preocupa que los poemas no se agoten en una única lectura. Un poema no puede ser algo unívoco; si es así se convierte en prosa.

-En estos días ha llegado a las librerías Poemas y poetas. El canon de la poesía, de Harold Bloom, que ha editado Páginas de Espuma y traduce usted.

-No es un libro prescriptivo, aunque por razones editoriales se haya adoptado ese subtítulo del canon. Es una colección de ensayos sobre poetas que él ha ido escribiendo a lo largo del tiempo. Lo interesante es que junto a Shelley o Byron hay un ramillete de voces en lengua inglesa que el lector español no tiene controladas, que le van a abrir el panorama de la poesía internacional.

-Hablando de literatura anglosajona, no hemos hablado de El rey Lear, al que le dedica uno de los poemas más emocionantes del libro.

-Hay lectores que interpretan que yo he traducido El rey Lear, y no es así. El rey Lear, en realidad, soy yo, envejecido, con todos los atributos de la vejez que se cuentan ahí. He volcado mucho de mí en ese texto, que habla de un aniversario de Shakespeare. Cuando digo que fue el primero al que traduje me refiero al autor, yo me curtí traduciendo los Sonetos. Aquellos versos me proporcionaron un aprendizaje de la escritura enorme: al tiempo que traducía, aprendía.

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