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"Me interesan más los misterios del corazón que la economía"

  • El creador del detective Ricardo Cupido observa desde un ángulo inédito la resaca de la burbuja inmobiliaria en la sexta entrega de la saga, 'Mistralia'

El extremeño Eugenio Fuentes (Montehermoso, Cáceres, 1958) es el creador de un personaje de referencia en la novela negra española, Ricardo Cupido. Un investigador sui generis, que pasó una breve temporada en la cárcel por un delito de contrabando de tabaco a pequeña escala en la Raya de Portugal, cuyo carácter se ha ido volviendo más complejo título a título (El interior del bosque, La sangre de los ángeles, Las manos del pianista, Cuerpo a cuerpo y Contrarreloj) hasta llegar al sexto, Mistralia, que edita ahora Tusquets.

Alejado de las dos corrientes tradicionales del género, del detective prácticamente omnisciente y de mente prodigiosa a lo Hercules Poirot -"que, cuando no lo sabe todo, viene deus ex machina y por intuición resuelve las cosas, algo en lo que no creo", aclara- y de la evolución actual de la gran novela negra americana que fundaron Dashiell Hammett, James M. Cain, Ross Macdonald, "que ha derivado en psicópatas y asesinos en serie que no tienen empatía ni relación alguna con la víctima, algo que me desagrada casi a nivel físico", Fuentes aboga por una literatura de género que deje espacio para hablar de las emociones humanas. Y por el interés con el que reciben la saga de Cupido sus seguidores, también en el extranjero -en Alemania se cuentan por legión desde la traducción de El interior del bosque-, parece que ha hollado un terreno fértil.

-Ricardo Cupido ha convertido el sentido común en su tarjeta de presentación como investigador. ¿Qué importancia tienen las coartadas al escribir esta serie? -Cupido no empieza preguntando dónde estabas a tal hora, sino quién era la víctima y qué hacíais los que la rodeabais. Para él, el principal enigma no está en las coordenadas de lugar y tiempo que ya Einstein había destrozado por completo en los años 20, sino en el corazón del hombre. Intenta vislumbrar las luces y las sombras que todos tenemos. Cupido efectivamente opta por el sentido común, es alguien muy minucioso. Una persona atenta a los impulsos que motivan los comportamientos aunque tiene un respeto absoluto por la coartada. Cómo son las víctimas y los presuntos culpables son los motores de sus preguntas e investigación. No es un justiciero ni el brazo armado de la ley, sino alguien que quiere saber qué ha pasado a la manera aristotélica, más allá de juzgar a nadie.

-¿No guarda su obra cierta relación con la novela sueca, principalmente Mankell, en su modo de abordar los retos que la crisis plantea a la sociedad actual?

-Se puede parecer a mi producción en la contundencia de los personajes y en la continuidad de las sagas. Pero el vínculo clave sería la presencia del malestar social, del mal momento que respira la calle a nivel económico. Los números tienen consecuencias emocionales cuando la gente lo está pasando mal y Mankell contribuyó a decir que había sombras en el Estado del bienestar. A diferencia de la literatura sueca a mí me interesan por encima de todo los personajes y el malestar individual. La novela negra es un instrumento muy útil para la denuncia social pero no tiene que ser el altavoz de la crisis económica, un poema o una obra de teatro pueden ser tan comprometidos socialmente y la novela negra no tiene por qué cargar con la responsabilidad de ser la portavoz parlamentaria de la crisis. A mí me interesan más los misterios del corazón que la economía.

-En Mistralia da una vuelta de tuerca a la burbuja inmobiliaria enfrentándonos a los aspectos más turbios y sucios de las llamadas energías limpias.

-Algunos dineros de la burbuja inmobiliaria se derivaron a las eólicas, que no son tan limpias como parecen aunque vemos las aspas de los molinos, blancas e impolutas recortadas contra el cielo que pasa, limpias de suciedad por la lluvia. Pero el ser humano parece condenado a manchar las cosas más sencillas y nobles, en este caso el viento. Los molinos eólicos de Mistralia me sirven para hablar también de lo antiguo y lo nuevo. Todos a lo largo de la vida, a nivel político, familiar, sentimental o emocional, tenemos que elegir entre dos tendencias: qué nos vale de lo que heredamos de nuestros padres y qué podemos aprovechar de lo que nos prometen nuestros hijos. Jugar con ese equilibrio e intentar discriminar qué es lo eterno y qué lo permanente a través de las opciones que escogen los personajes es una de las posibilidades que ofrece la novela. Pero sin hacer discursos, porque la novela es novela y no un ensayo.

-Tras un silencio de varios años, el personaje de Cupido regresa más humano que nunca.

-Cupido hasta ahora había estado de incógnito, me atraían más las víctimas y los verdugos, por qué alguien hace año o permite que le hagan daño. Ha sido así hasta esta novela, donde es como si girara la cabeza y me pidiera que hablara de él, de sus incertidumbres, pequeñas angustias y virtudes. Nunca quise que Cupido fuera el triunfador y superdotado, el listo de la clase. Pero de manera instintiva y natural, en Mistralia se avanza un poco en la etopeya de Cupido, en el carácter y la psicología del personaje, que iniciará una relación con una ingeniera que trabaja en el parque eólico.

-¿Le tienta la idea de adaptar al cine Mistralia?, ¿qué director le gustaría que lo hiciera?

-Hace un mes y medio vi La Isla Mínima y pensé que me gustaría que Alberto Rodríguez leyera mi novela, veía claramente los planos aéreos de esa película vinculados con los molinos. Javier Gutiérrez, el protagonista de La Isla Mínima, fue curiosamente el actor que llevó a Cupido a la pantalla en una película bastante mejorable, Las manos del pianista. De Alberto Rodríguez me gusta sobre todo cómo une el cine de autor con el cine de género. Las novelas y películas negras ya no muestran gángsters que se emplean a tiros todo el tiempo. Los Coen -y pienso sobre todo en Fargo o El hombre que estuvo allí más que en Muerte entre las flores- mezclaron el cine de autor con el thriller, le dieron un realce y lo elevaron. Rodríguez ha hecho eso, en su cine lo sustancial son los misterios del corazón, por eso su mundo propio me apasiona.

-En estos tiempos en los que parece que la impunidad se extiende, ¿cuál es la receta de Cupido contra el escepticismo?

-Vivimos en tiempos oscuros y Cupido sabe que los sindicatos y las comunidades de vecinos no tienen sentido, que ninguna colectividad es capaz de representarlo porque ninguna está inmunizada contra la corrupción. Pero él cree que a nivel individual sí se puede luchar. Puede que no sea capaz de llevar al malo a los tribunales, pero tú eres el malo, a mí no me vas a engañar, viene a decir. Él mantiene la lucha individual, sigue creyendo en ella.

-Usted vive al margen de la vida literaria, que diría Marset. ¿Se sustenta su trabajo en una tradición española concreta?

-Francisco García Pavón realizó desde Tomelloso una innovación fantástica, creó desde la Mancha la novela negra rural, cuando este género se asociaba exclusivamente con lo urbano. También me gusta mucho Manuel Vázquez Montalbán por su frescura y potencia narrativa. Pero dos nombres no forman una tradición. Cuando empecé a escribir esta saga hace ya 20 años sentía que era un campo virgen en el que, para bien y para mal, tenía que avanzar para e ir desbrozando terreno. He intentado encontrar mi propio camino y mis virtudes, con independencia de estos dos autores que tanto admiro. Y me documento muchísimo, con placer. Para redactar Mistralia busqué el contacto adecuado para entrar en un molino eólico y ver cómo funcionaba ese mundo desde dentro. Para escribir Contrarreloj cogí mi bicicleta y subí el Tourmalet.

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