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El irlandés errante

  • El cineasta Neil Jordan ha sido objeto de una interesante monografía, publicada por la editorial Cátedra dentro de la colección "Signo e imagen"

En compañía de lobos.

En compañía de lobos. / g. h.

Hasta hace relativamente poco no podía hablarse de un cine irlandés propiamente dicho. Incluso después de la independencia de Irlanda de la tutela de Su Graciosísima Majestad, la falta de una industria propia supuso un obstáculo insorteable para forjar una cinematografía propia. Las películas rodadas en el país -en general, en régimen de coproducción con Inglaterra- o bien respondían a una imagen fabulosa de lo irlandés -a imagen y semejanza de lo hecho por John Ford en El hombre tranquilo (1952)- o bien convertían Irlanda en un muro de las lamentaciones en donde purgar los muchos errores del pasado, como hiciera Ken Loach en la magnífica Agenda oculta (1990). Tras la creación en 1981 del Irish Film Board para el fomento de la industria patria, la hornada de cineastas aparecida en el último cuarto del siglo XX tuvo que luchar denodadamente por la consolidación de un cine que hablara de Irlanda desde la misma Irlanda, y por el desarrollo de una carrera en unas condiciones precarias, cuando no adversas. De las dificultades de esta empresa darían buena cuenta los avatares de Neil Jordan, sujeto y objeto de una monografía de Jordi Ardid y Marta Giráldez publicada por Cátedra dentro de la colección Signo e imagen.

Personalmente descubrí a Jordan gracias a la que sigue siendo una de sus mejores películas: En compañía de lobos (1984) -una producción británica, por cierto- una fascinante incursión en la fábula a través de unos relatos de Angela Carter que reescribían el cuento de Caperucita y el Lobo Feroz desde una perspectiva psicoanalítica y simbólica. (Luego supe que el cineasta también había colaborado en otro hito de mi adolescencia: Excalibur, 1981). La buena acogida de En compañía de lobos permitió al cineasta embarcarse en una serie de producciones internacionales rodadas en su país, si bien con capital inglés o estadounidense, en un intento desesperado de colocar Irlanda en el mapa. Ya entonces, Jordan reconocería las dificultades con que se encontraba: "no es fácil convencer a los productores americanos de invertir 12 o 13 millones de dólares en un film irlandés. El mercado americano es tan provinciano. No le gusta más que aquello que pasa dentro de sus fronteras". Algunos de estos filmes fueron rotundos fracasos; otros, éxitos no menos rotundos, cuasi milagrosos.

Un rotundo fracaso fue El hotel de los fantasmas (1988), una comedia sobrenatural en la que sorprendemos al irlandés pensando casi exclusivamente en la taquilla norteamericana (en donde la película fue recibida con una frialdad glaciar). Y un éxito cuasi milagroso fue Juego de lágrimas (1992), una obra inclasificable en torno a un pistolero del IRA que se enamora de la novia de un soldado inglés que ha ejecutado y descubre que la susodicha es un transexual. Para poder vivir de su trabajo, Neil Jordan se ha encontrado en un estado de errancia continua, saltando de Irlanda a los Estados Unidos, y de ahí a Inglaterra, y luego de vuelta a casa, antes de volver a empezar. Jordan ha aceptado encargos que siempre ha intentado hacer suyos y ha puesto en pie proyectos personales que ha querido hacer de todos; lo curioso del caso es que, más de una vez, sus trabajos más interesantes han sido precisamente estos encargos realizados para un público internacional. Personalmente me resulta mucho más sugerente Entrevista con el vampiro (1994), una inteligente adaptación de la exitosa novela de Anne Rice, que The Butcher Boy (1998), historia monocorde de un adolescente en la Irlanda de los 60. Jordi Ardid y Marta Giráldez, por su parte, la consideran uno de los títulos señeros del director.

Los autores hacen un cumplido repaso de una filmografía muy irregular pero, a pesar de los pesares, muy estimulante. Ardid y Giráldez desgranan los temas recurrentes con los que Neil Jordan interroga su mundo y al mundo. Ocupa un lugar destacado la influencia del dogma y la imaginería católica en sus ficciones, a veces presentes en forma de esquivos apuntes, como el de las siluetas de las monjas que cruzan intermitentemente la pantalla en Amor a una extraña (1991). En estrecha relación con lo anterior estaría la reflexión sobre la función transgresora de la sexualidad, el trauma de la madurez, el tabú y el pecado, etc., todo lo cual volcó en una producción televisiva, Los Borgia (2011-2013), inspirada en un guión original escrito diez años antes con vistas a realizar una superproducción de tres horas. La película no pudo hacerse -Jordan ya no cuenta con el mismo crédito de antaño-, pero la serie, producida por Canadá y rodada en Hungría, le permitió reverdecer los laureles de antaño.

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