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Un juego de apariencias

  • Samuel Beam, el hombre tras Iron & Wine, despista a algunos seguidores de largo recorrido con su cuarta entrega larga, ambiciosa y quizás no tan imprevisible

Kiss Each Other Clean tiene vocación de disco bisagra, uno de ésos que, asentadas las bases de carreras sólidamente cimentadas en su propio sello distintivo, abren puertas más espaciosas con la intención de dejar pasar a un mayor número de oyentes. ¿Ayuda además el trasvase de Sub Pop a Warner? Quizás.

Ojo, no es que Samuel Beam lo ponga ahora particularmente fácil. Su cuarto disco largo -sin contar aquella golosina junto a Calexico titulada In The Reins (2005)-, propone arreglos y tiempos incluso formalmente más arriesgados que los utilizados en trabajos precedentes. Al mismo tiempo, sin embargo, maneja con tal soltura y maestría esos elementos nuevos que, lejos de cargar en ellos un excesivo protagonismo -el talón de Aquiles de tantos y tantos raristas procedentes del ámbito folk-, los invisibiliza insertándolos con naturalidad en un discurso menos clásico de lo que su inmediata apariencia revela.

Son detalles: los coros continuos que doblan la voz protagonista en Walking Far From Home bien pueden tener su origen en el Bitte Orca de Dirty Projectors, pero Beam los hace propios. Y pasa igual con la caja de ritmos y la marimba de Monkeys Uptown -un corte con inequívoco acento de funk mainstream ochentero que termina convertido en algo delicioso y, casi, irreconocible- o con el saxo de Me and Lazarus y la flauta de Rabbit Will Run -canciones, otra vez, menos distantes de Robert Wyatt de lo que parece-.

En esta deriva se apunta, y no sin razón, a aquel soft-rock de FM setentero como sospechoso paradigma generacional de una penúltima comunión entre gusto y grandes audiencias -quizás no resulte particularmente curioso que, viniendo de orígenes similares, Beam coincida aquí con Daniel Bejar, Destroyer, y su también reciente Kaputt-, pero eso no lo explica todo. Es más: incluso despista.

Los cantautores anglosajones suelen ser conscientes de la necesidad de que su discurso sonoro crezca, al menos, en la misma medida que el literario; de que lo demás es cojear. Y Beam no es la excepción: lo demuestra estando por encima de quienes sin duda echaran en falta cierto formalismo folk. Ambos están en su derecho. Lo cual, por otra parte, no resta magia a este valiente experimento, en primera instancia quizás no tan redondo como Our Endless Numbered Days (2004) o el excelso The Shepherd's Dog (2007), pero que a la larga termina por embaucar la atención con la misma facilidad que cualquiera de esos capítulos precedentes en la singular peripecia del barbudo.

Iron & Wine Warner. Rock. CD

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