La crónica

El libertador de la danza

  • El Béjart Ballet Lausanne ofreció la noche del martes un recital en clave de homenaje para su fundador Maurice Béjart, el gran coreógrafo moderno

Imagen de la primera parte del espectáculo firmado por el director artístico del ballet Gil Roman.

Imagen de la primera parte del espectáculo firmado por el director artístico del ballet Gil Roman. / Álex cámara

El Béjart Ballet Lausanne rindió un apasionado homenaje a quien fue un auténtico libertador de la danza, de cuya herencia viven muchos coreógrafos actuales y cuya memoria mantiene, de la mejor manera de hacerlo, sosteniendo una gran compañía de danza, su director artístico Gil Roman. Celebraban los 30 años de la fundación de la original y homenajeaban al mítico coreógrafo en los diez años de su muerte. En la presentación de Maurice Béjart, con su Ballet del siglo XX, en el Generalife, el 28 de junio de 1978, decía que era un mito para la expresión plástica a través del cuerpo humano y de todos los matices que gravitan sobre el hombre del siglo XX. El que fue famoso ballet que llevaba el nombre del siglo ha revolucionado todos los enfoques clásicos para acercarnos a la completa dimensión de la expresión corporal, donde no sólo hay cuerpos sino volúmenes creados y recreados por el hombre. Con Béjart el 'ballet' dejó de ser estatismo, filigrana, esteticismo vacio. Hay algo vital que ha vibrado en el mundo contorsionado de Béjart, que hizo posible el acercamiento pleno entre los seres del escenario y los seres de las butacas.

"El arte hoy -afirmaba en aquella crítica- tiene que ser comunicación inmediata para el fenómeno característico de nuestro tiempo: las masas. Ni la música, ni la poesía, ni la escultura o la pintura son un fenómeno elitista. El elitismo lo creó la burguesía, los privilegios que hicieron exclusivamente suyos lo que era patrimonio de todos. Beethoven como Stravinski -como Picasso, Matisse, Heine o Federico García Lorca- no pensaron sus obras para unos pocos, sino para la Humanidad".

La conjunción baile-ritmo fue lo más destacable de esta primera parte

El Béjart Ballet Lausanne nos ofreció no sólo un recorrido por fragmentos de las coreografías de su fundador, en la última parte del espectáculo, sino otras creaciones hechas actualmente por su sucesor, Gil Roman, siguiendo esa idea de acercamiento a las estéticas y culturas diversas.

En la primera parte del espectáculo t ´M et variations… se suceden, con el acompañamiento en el escenario de dos extraordinarios percusionistas (Thierry Hochstätter y jB Meier), subrayando la banda sonora de Nick Cave y Warren Ellis, una serie de sólidas coreografías basadas en la idea del amor, convertido en variaciones en las que los bailarines, ellos y ellas, dan todo un recital de la mejor danza contemporánea, cimentada, como es norma y hábito imprescindible, en la alta escuela y técnica de la danza clásica, desde la que se puede transformar y liberar a los cuerpos para lograr las expresiones más puras y directas.

Pasos a dos, individuales, en tríos, cuartetos, en conjuntos disciplinados logran un retablo de ritmos y elocuencias que no dejan indiferente al público, incluso a los no iniciados en el arte y las estéticas posmodernas. Las coreografías de Gil Román, siguiendo la herencia de Béjart, son de gran originalidad y sentido comunicativo, en la que los actuantes ponen a prueba su flexibilidad, disciplina y técnica para lograr no sólo un entramado gimnástico a prueba de esfuerzos, sino una elegancia y un vigor que se contorsiona animada por el ritmo de los percusionistas y las sugerencias de la expléndida banda sonora.

En unas coreografías, en las que predomina la sucesión y la idea de conjunto, es difícil hacer selección de los momentos y de los ejecutantes. La más pura danza de hoy, con la belleza de unos cuerpos liberados -aunque estén tiranizados por el trabajo que requiere expresarse con perfección-, capaces de la transmisión inmediata de sus esfuerzos y de sus intenciones, con la idea del amor como unión o desunión, como integración o desintegración, como amistad o lucha.

Espectáculo que atrae, pese a su reiteración temática, quizá porque cada cual ve el amor de forma diferente. La conjunción baile-ritmo fue lo más destacable de esta primera parte.

Como espectáculo más diverso y más atractivo para el gran público, la Béjart fête Maurice, en el que Gil Roman sucede una serie de fragmentos de lo mejor de las coreografías de Béjart, con músicas de Beethoven, Webern, Heuberg, Rossini, Strauss (hijo), Le Bars o músicas tradicionales judías, hindú, africana o pigmea.

El vituosismo de los bailarines empezó a transcurrir en su idea más clásica, como ocurrió en la Iª Sinfonía, con la que empezaba esta 'fiesta' coreográfica. Los pasos a dos se sucedieron: muy bellos los de Helioogabale, interpretados por Ainna Archibald y Federico Matetich, el espléndido solo Und se weiter, con Masoyoshi Onuki, el relacionado con la idea de Eva Perón, desarrollado por Mari Ohasshi y Jiayong Sun, la sugerente Dibouk, con Lisa Cano y Javier Suárez, la encantadora Rossiniana, con Lawrence Rigg y Kwinter Guillams.

Para finalizar, llegaron algunos compases de la IXª Sinfonía beethoveniana, con un cuarteto selecto de solistas formado por Kathleen Thielhelm, Jiayong Sun, Svetlana Siplatova y Daniel Goldsmith, a la que se unió el resto de la compañía, con todas las figuras en el centro, entre ellas la admirable pareja de referencia hindú, arropadas por todo el elenco para finalizar un espectáculo revelador de una notable compañía de danza, tanto por sus individualidades, como por su conjunto, con la idea central del mencionado homenaje a su fundador.

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