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Los libros arden bien

  • 'Fahrenheit 451' es un clásico de la ciencia ficción y un homenaje a los libros l La gran virtud de Bradbury es su capacidad para escarbar en una paradoja simple y extraer derivaciones complejas

A pesar de que libros y fuego son antagónicos por incompatibles, las páginas de la Historia están llenas de piras alimentadas por volúmenes que fueron apeados malamente de sus estantes para ir a encontrarse en medio de una calle o plaza, en desorden, y lamidos por las lenguas lascivas de las antorchas. Esas hogueras, unas veces, se alzaron en nombre de un Dios friolero, como ocurriera en los donosos escrutinios de la Santísima Inquisición; otras, prendieron para caldear mitos glaciales, como los invocados en los aquelarres del fascismo; siempre se encendieron en contra del hombre, pues cuanto el hombre pone en estos dioses suele sustraérselo al propio hombre. Todo el mundo sabe que los libros arden bien; por desgracia, nunca faltan curiosos por conocer el punto de combustión del papel. Ray Bradbury nos ilustró al respecto y nos enseñó que, en la escala Fahrenheit, el papel de los libros arde exactamente a 451 grados, de ahí el título de su novela Fahrenheit 451, un clásico de la ciencia ficción que es, a la par, un apasionado homenaje a este objeto impar, el libro.

La novela parte, como lo hacía Crónicas marcianas, de un planteamiento paradójico. Si Crónicas marcianas presentaba una refinada civilización extraterrestre aniquilada por el ser humano -subvirtiendo así el clásico esquema de la invasión alienígena-, Fahrenheit 451 imagina una sociedad en la que el instrumental de los bomberos consiste en hachas y mangueras de queroseno, no de agua, con que destrozan edificios y libros. La gran virtud de Bradbury reside en su capacidad para escarbar en esa paradoja simple y extraer derivaciones complejas. El bombero Guy Montag es su protagonista. A quien pregunta, él le habla del placer de achicharrar libros: "Es un hermoso trabajo. El lunes quemar a Millay, el miércoles a Whitman, el viernes a Faulkner; quemarlos hasta convertirlos en cenizas, luego quemar las cenizas. Ése es nuestro lema oficial". No obstante, Montag tiene dudas, ¡benditas dudas!, y ha llegado al punto de salvar algunos libros y ocultarlos en casa. Está asustado, sí, pues no tiene a nadie; Montag no puede contar siquiera con Mildred, su esposa, adicta a los programas de televisión interactivos e idiotizada por ese incansable suma y sigue de imágenes irreflexivas. Tan sólo la joven Clarisse podría comprenderlo, pero en Fahrenheit 451, el Estado promete la felicidad a cambio del abandono de hábitos tan contraproducentes como la duda, la sospecha o la inquietud, una simiente sembrada muy junta en estos dichosos libros. Si se pretende eliminar la acritud o la melancolía que conlleva el conocimiento, hay que acabar con las fuentes del conocimiento. La rebelión de Montag contra tal orden de cosas, tan desesperada como épica, empieza por algo tan sencillo como pensar, empezar a pensarse. Las autoridades idearán un castigo ejemplar para el insubordinado Montag: lo obligan a destruir esos pocos libros en su poder, pero Montag escapa, le cuesta, pero escapa lejos de la ciudad, en busca de los desahuciados del sistema (intelectuales, profesores y demás ralea), unos tipos que, aprendiéndose de memoria cuantos lograron preservar de la destrucción, han acabado convirtiéndose en una especie de 'Hombres libro'; uno de éstos le dice: "Yo soy La república de Platón". Le presentan también a Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift. Y a Charles Darwin, Aristófanes, Maquiaveloý Fahrenheit 451 no es una obra tranquilizadora. La literatura no es la panacea, pero una cosa es segura: sin ella estaríamos aún más perdidos. Unos más fiables que otros, y ninguno libre de culpa, los libros, testimonios de este conflicto que es la vida, son necesarios para una mejor comprensión del conflicto.

A pesar de su brevedad, Fahrenheit 451 está repleto de sugerencias e inquietantes predicciones. ¿No les resulta familiar esa sociedad con gentes que pasan horas enteras ante una televisión, incapaces de dedicarle unos minutos a un libro? Estoy seguro de que el lector reconocerá en el personaje de Mildred a más de un conocido. Pero hay más. El capitán de bomberos, Beatty, sueña con un día en que no hará falta quemar más libros pues la gente, sencillamente, no sabrá qué hacer con ellos. Podría decirse, con un nudo en la garganta, que el futuro está ya aquíý Ardió la Biblioteca de Alejandría. Ardió la de Sarajevo. Continúan ardiendo, más bien. Si cierro los ojos, veo un telón de fuego delante del teatro de la noche. Lo peor es que no serán las últimas bibliotecas en ser pasto de las llamas. Como dije al principio, nunca faltan inquisidores, y los libros arden bien, demasiado bien.

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