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Como lienzo poético

Compañía: La Maquiné. Inspirado en: 'Cuentos de la Alhambra', de Washington Irving. Autores: Elisa Ramos y Joaquín Casanova. Actores manipuladores: Ana Puerta, Elisa Ramos, José Rodríguez. Música: Falla y Debussy. Músicos actores: Mirjam Plas y Daniel Tarrida. Dirección artística: Joaquín Casanova. Lugar: Teatro Alhambra. Fecha: lunes, 29 de junio de 2009.

La Maquiné son dos artistas plásticos, Elisa Ramos y Joaquín Casanova, puestos a la tarea de nombrar como su lugar de trabajo a la superficie de la escena. La Maquiné son dos artistas escénicos con un concepto absolutamente contemporáneo de la escena: la escena como lienzo. Esta singularidad de la compañía, que es también su baza, ya se dejó entrever, cuando ambos trabajaban con la compañía Etcétera, en el espléndido espectáculo Soñando el carnaval de los animales.

Como lienzo que despliega la poética de lo sensorial surge este segundo espectáculo de la compañía, El castillo rojo, que estrenan nuevamente dentro de la programación infantil del Festival Internacional de Música y Danza.

La pieza recrea y reproduce en escena la atmósfera mágica del relato de Washington Irving y las ensoñaciones del propio autor durante su estancia entre las rojas paredes de nuestra mítica Alhambra. Tres actores manipuladores dan cuerpo a la sucesión de personajes literarios -el autor, pájaros, máscaras del patio de los leones, las tres princesas cautivas...-, mientras atrezzo y proyecciones van armando en escena el paisaje monumental. La impronta visual trae el tono sepia, los colores ocres y apagados, tan propios tanto de la pátina antigua como de lo literario. Así también, en un guiño intelectual, la musicalización: los músicos intérpretes, a la flauta y al piano, tocan a aquellos que en su día también rindieran tributo al embrujo; Manuel de Falla y Claude Debussy.

El castillo rojo es un espectáculo exquisito en su concepción, diseño y lógica interna. Pulcro en sus materiales, preciso en la ejecución e impoluto en sus acabados, con un sentido plástico espectacular que se alía fácilmente con la belleza. Surgen inesperadas imágenes poéticas: el desdoblamiento del autor de sí mismo, los nenúfares, la persecución de los peces, el buceo submarino del pequeño Irving tras una llave en los estanques y jardines del partal, el danzar de máscaras salidas de las estatuas del Patio de los Leones.

Pero hay algo demasiado pulcro o literario que resta vivacidad a esta pieza, que se cierra a la perfección literaria, intelectualmente sobre sí misma, pero que, creo, no llega a embrujar del todo a su público: los niños. La escena dice siempre: a pesar, con pesar, sin pesar. Tal vez, a este castillo rojo le falta más juego, divertimento, romper con la ficción escénica, perder algo de compostura para dar más entrada a la vida que a la literatura o a la finura estética. ¡Y no es fácil ese equilibrio!

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