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Esta luz aún prendida contra los fanatismos

  • Esta semana se cumple un siglo de la muerte del rondeño Francisco Giner de los Ríos, fundador de la ILE y de la Residencia de Estudiantes

Dejó Montaigne por escrito que educar no es llenar una botella, sino encender una luz; y cuánto, en estos tiempos de tecnócratas complacientes, informes PISA y demás entusiastas dispuestos a convertir los colegios en circuitos de Fórmula 1 (gana el que llegue antes: a los demás les espera el llanto y el rechinar de dientes), habría que recuperar semejante fórmula como credo o como lema para el escudo. Quien con mayor convicción decidió asumir tal compromiso hasta el final en España, uno de los países del mundo donde más se sospecha del talento (sobre todo cuando es ajeno), fue Francisco Giner de los Ríos (Ronda, 1839 - Madrid, 1915), filósofo esencial, pensador insigne de su época y, sobre todo, pedagogo clarividente. Su figura está vinculada a Granada por su sobrino, quien  obtuvo en 1911 la cátedra en la Facultad de Derecho de la Universidad de Granada, donde fue profesor del más tarde poeta y dramaturgo Federico García Lorca, con quien mantuvo una estrecha amistad.

La materialización de este compromiso vino dada con la fundación de la Institución Libre de Enseñanza (ILE), así como de todos los instrumentos que la complementaron: la Residencia de Estudiantes, las Misiones Pedagógicas de la Segunda República y el Museo Pedagógico Nacional, entre otros. Si atendemos, hablando de talento, a todo el que se alumbró en estas cocinas, no hay más remedio que coronar a Giner de los Ríos como inspirador primero de la cultura española del siglo XX, en sus mayores formas y alcances. Su legado intelectual y formativo quedó condenado al ostracismo por la dictadura franquista, porque no en vano uno de los objetivos sagrados de la ILE era la dotación de armas a sus alumnos contra los fanatismos; y la reparación del mismo no empezó a fraguarse, de manera tardía y muy parcial, hasta 1982. Todavía, de hecho, a pesar de sonoros éxitos como la recuperación de la Residencia de Estudiantes, es Francisco Giner de los Ríos merecedor de las más cálidas reivindicaciones. Justo esta semana se cumple un siglo de su muerte, así que la ocasión bien lo merece.

El verdadero Big Bang desde el que creció la profunda renovación educativa y filosófica que puso sobre la mesa Giner de los Ríos aconteció en 1863: fue entonces cuando el rondeño conoció en Madrid a Julián Sanz del Río, introductor en España del pensamiento krausista. El ideario de Karl Christian Friedrich Krause (1781 - 1832) se dejaba contaminar a gusto por todas las corrientes holísticas, sofistas, gnósticas y finalmente metafísicas de su tiempo, pero proponía un modelo de desarrollo personal y social a través de lo que llamó biótica general: en esencia, y con un espíritu heredado del panenteísmo que también pregonó Krause, la biótica consideraba la preeminencia de las llamadas personas morales en sus diversos ámbitos. En virtud de esta preeminencia, las personas educadas según criterios de integridad terminarían, sin más remedio, inculcando sus valores morales en estos ámbitos, de manera que poco a poco cada persona moral abarcaría no ya a uno, sino a varios individuos, hasta completar una sociedad completa. Y, como la persona física, la persona moral también tendría que superar su infancia y su adolescencia para abrazar la plena madurez. A pesar de sus rasgos utópicos, Giner de los Ríos encontró en las enseñanzas promulgadas por Sanz del Río la base ideal para articular una acción educativa que atendiera al desarrollo de cada individuo, respecto a sí mismo y respecto a los otros. Y fue así como en 1876, secundado por profesores y compañeros entusiastas como Gumersindo de Azcárate, Bartolomé Cossío, Nicolas Salmerón, Jesús Lledó y Emilio Castelar (quienes se habían rebelado contra las limitaciones a la libertad de Cátedra impuestas en 1875 por influencia de la Iglesia renunciando a las suyas), fundó Francisco Giner de los Ríos la ILE.

Y así se refería a la institución el mismo Giner de los Ríos en el Congreso Pedagógico de Bruselas de 1880: "La Institución no pretende limitarse a instruir, sino cooperar a que se formen hombres útiles al servicio de la humanidad y de la patria (...) Sólo de esta suerte, dirigiendo el desenvolvimiento del alumno en todas relaciones, puede con sinceridad aspirarse a una acción verdaderamente educadora en aquellas esferas donde más apremia la necesidad de redimir nuestro espíritu (...): el desarrollo de la personalidad individual, nunca más necesario que cuando ha llegado a su apogeo la idolatría de la nivelación y de las grandes masas; la severa obediencia a la ley contra el imperio del arbitrio que tienta a cada hora entre nosotros la soberbia de gobernantes y de gobernados; el sacrificio ante la vocación sobre todo cálculo egoísta, único medio de robustecer en el porvenir nuestros enfermizos intereses sociales; el patriotismo sincero, leal, activo, que se avergüenza de perpetuar con sus imprudentes lisonjas males cuyo remedio parece inútil al servil egoísta; el amor al trabajo, cuya ausencia hace de todo español un mendigo del Estado o de la vía pública; el odio a la mentira, uno de nuestros cánceres sociales, cuidadosamente mantenido por una educación corruptora; en fin, el espíritu de equidad y tolerancia contra el frenesí de exterminio que ciega entre nosotros a todos los partidos, confesiones y escuelas". Nada, al cabo, de lo que el siglo XXI pueda considerarse ajeno.

Hasta el estallido de la Guerra Civil, a pesar de la muerte de su fundador (a quien no le faltaron, desde luego, continuadores capaces) en 1915, la ILE se consagró así como refugio a prueba de fundamentalismos, los que azotaban a una España demasiado convulsa y plagada de fantasmas. Por sus aulas pasaron, durante medio siglo, bien como docentes o alumnos, o como ambos, figuras del calibre de Antonio Machado, José Ortega y Gasset, Juan Ramón Jiménez, María Zambrano, Manuel de Falla, Pedro Salinas, Miguel de Unamuno, Leopoldo Alas Clarín, Severo Ochoa, Eugenio d'Ors, Manuel Azaña y Alejandro Casona, entre tantos otros, por lo que la función integradora de la institución para la Generación del 98 resultó definitiva. Muchos de tan ilustres discípulos participaron de manera ferviente en las Misiones Pedagógicas que, entre 1931 y 1937, divulgaron el conocimiento humanista y científico hasta en los más recónditos lugares de un país atrasado, miserable y yermo. Y no menos conocida es la responsabilidad de la Residencia de Estudiantes para con la gestación de la Generación del 27: fue en sus dominios donde Lorca, Alberti, Altolaguirre, Guillén, Prados, Dalí y Buñuel compartieron las confidencias y las alianzas necesarias para poner boca abajo la cultura española. Después aconteció la pesadilla. Y ya va siendo hora de despertar.

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