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El mágico calculista

  • Un recorrido por la música para tecla de Bach en discos de Andreas Staier al clave y Pierre-Laurent Aimard al piano

Pese a su fama como gran especulador del sonido, como genial arquitecto de imponentes construcciones abstractas que se sostenían merced a complejos cálculos matemáticos, Bach fue siempre un hombre práctico. No hay noticias de que recibiera instrucción formal alguna sobre el arte de la composición, de modo que su aprendizaje se realizó en contacto directo con la materia sonora y los instrumentos que la producían, en especial los de teclado, que conoció a fondo desde niño.

Durante toda su carrera, Bach escribió obras para clave, creando con ellas un corpus riquísimo y variado en el que, en cualquier caso, es posible aislar una serie de elementos recurrentes, como el virtuosismo, el didactismo y el gusto por las formas fugadas. En sus obras tempranas, el influjo de los maestros organistas del norte de Alemania se hace sentir en una escritura cercana a la del stylus phantasticus que aquéllos difundieron. Pese a que Bach recurría ya a la fuga y el contrapunto como forma habitual de construir sus obras, el virtuosismo, la exuberancia ornamental, los contrastes inesperados, las sorpresas hacen que el rigor formal y matemático que habitualmente se atribuye a la música contrapuntística quede diluido en un estilo en el que sin duda la improvisación jugaba un papel decisivo.

El último disco de Andreas Staier para Harmonia Mundi permite apreciar este carácter espontáneo y vitalista del Bach más juvenil, con tres de las siete tocatas (BWV 912, 914 y 916, anteriores las tres a 1710), un género sin estructura fija, en el que Bach alterna pasajes brillantes con otros expresivos; la Partita BWV 767, escrita sobre el coral O Gott, du frommer Gott, anterior a 1708; el singular Capriccio sopra la lontananza del fratello dilettissimo BWV 992, de 1704; y la Suite BWV 818a, única obra de cierta madurez, escrita al final del período de Cöthen, hacia 1722, y muy relacionada con las Suites francesas.

La extensa prole y la dedicación como profesor hicieron que buena parte de la producción clavecinística de Bach tuviera una orientación didáctica. Las últimas investigaciones parecen incluir en ese ámbito a El arte de la fuga, obra que cimentó durante mucho tiempo ese prestigio del compositor como mágico calculista, como intelectual especulador del sonido, que habría omitido intenciondamente su instrumentación, convirtiéndola en música para ser leída y no escuchada, una aportación teórica, filosófica al arte sonoro. Sin embargo, Bach había preparado casi toda la partitura en 1742, justo después de las Variaciones Goldberg y el segundo libro del Clave bien temperado, y eso se nota porque la obra une los principios de ambas: escritura didáctica de fugas y uso sistemático del canon. La edición póstuma de 1751 apunta además a una ordenación de progresiva complejidad contrapuntística (con su fuga incompleta), por lo que las intenciones del músico parecen claras. Pierre-Laurent Aimard se une en este disco de DG a la amplia nómina de los que tocan (con impoluta claridad) la obra con un teclado, en este caso un piano moderno.

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