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Hay mañanas tan tristes...

  • 'Diario de duelo', un volúmen inédito de textos de Roland Barthes que publica Paidós, descubre su lado íntimo y herido con la crónica de la aflicción por la muerte de su madre

A principios de año, con el lanzamiento de La aventura semiológica, el sello Paidós dio comienzo a una empresa de excepcional valor: la publicación de una biblioteca dedicada a Roland Barthes en donde se reunirán las obras de éste dispersas en su catálogo, una biblioteca que dará (que está dando) cuenta de la insaciable curiosidad y finísima inteligencia de este gran intelectual francés. A la primera entrega se han sumado a buen ritmo: Lo obvio y lo obtuso, El susurro del lenguaje, Escritos sobre el teatro, La cámara lúcida y ahora, hete aquí, un volumen de textos inéditos aparecido este mismo 2009 en Francia que nos descubre su lado íntimo y herido, Diario de duelo, crónica de la aflicción que la muerte de la madre le alojó en las entrañas. Para valorar debidamente estas páginas, deben hacerse una mínima glosa biográfica.

Roland Barthes nació en 1915, en plena Gran Guerra. Su padre, Louis Barthes, dejaría la vida en aguas del Mar del Norte en una batalla naval cuando él contaba apenas un año de edad. Su madre, Henriette Berger, viuda a los veintitrés, se convertiría en su principal referente afectivo. Además de los inextricables lazos materno-filiales, hubo siempre una fuerte complicidad entre ambos y Barthes sintió auténtica devoción por ella. Al morir la madre, el 25 de octubre de 1977, él se puso a escribir un diario sobre ese luto interior que lo consumía. Llama la atención la forma del diario: Barthes dividía hojas de papel en cuatro partes iguales y en cada una de las esquelas fue escribiendo notas, impresiones vagas, sobre tan abrumadora orfandad. Reunió un total de 330 de estas notas que abarcan con interrupciones desde el 26 de octubre, el día siguiente del deceso, hasta el 15 de septiembre de 1979, casi dos años de desasosiego. El primer apunte, que nació bajo el signo del equívoco, dice así: "Primera noche de bodas. Pero ¿primera noche de duelo?". Barthes ignora qué nombre darle al ahogo, y se ahoga al buscarlo. La última esquela parece ofrecer el primer verso de un prometedor poema: "Hay mañanas tan tristes…".

Una posible clave de lectura podría ser ésta: entender Diario de duelo como un poemario accidental. Barthes es muy consciente de lo que puede ocurrir. Está alerta. Y en una de las primeras entradas, confiesa: "No quiero hablar por temor a hacer literatura […] aunque de hecho la literatura se origine en estas verdades", pero en el diario acaba primando la emoción, inevitablemente, y bastantes fragmentos podrían escanciarse en versos: "A veces, bocanadas de deseos (por ejemplo del viaje a Túnez); pero son deseos de antes -como anacrónicos; viejos de otra orilla, de otro país, el país de antes-. Hoy, es un país llano, gris -casi sin puntos de agua- e irrisorio". La escritura es un desahogo al desgarro y un intento de darle forma, de verbalizarlo, y asumirlo, y aceptarlo. Barthes se deja arrastrar por el turbión, pero se aferra a la madera antigua de las palabras para no irse al fondo. Hay que resistir. Con la muerte de un ser querido, de alguien insustituible, se nos muere algo también a nosotros y, sin embargo, seguimos vivos. La muerte sensibiliza nuestra percepción de la vida: "Ahora, por todas partes, en el café, en la calle, veo a cada individuo bajo la especie del que-debe-morir […]. Y, con no menor evidencia, los veo como no sabiéndolo", apunta Barthes.

El escritor reconoce las muchas lágrimas vertidas, el extravío y la desgana en que chapotea, y descubrimos a un ser solitario hundido en una soledad absoluta, pues ha perdido una de las pocas presencias afectivas (efectivas) de su existencia: "a partir de ahora y para siempre soy mi propia madre", escribe en noviembre de 1977. A pesar de todo, quien tuvo retuvo. Barthes acaba analizando su propia tristeza para comprender sus mecanismos, tal y como llevaba años haciendo en sus textos teóricos. Lo diremos con su terminología, acaba estudiando el signo obvio del duelo (el dolor, la "teatralización" del dolor; o sea, su exteriorización) y el signo oculto (la aflicción, un dolor que es más que dolor, un dolor que es acabamiento). Los hechos pondrían un colofón cruel. En 1978, Barthes confiesa: "ahora que mamá está muerta, estoy abocado a la muerte". Ignoraba cuán cerca estaba el destino común a todo mortal. El 25 de marzo de 1980, como si le pudiera la impaciencia, Roland Barthes moría atropellado en París. Dos años y medio después de su madre.

Roland Barthes, Editorial Paidós, Barcelona, 2009.

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