El viajero apasionado

Los milagros del arte

  • El Convento de la Concepción, habitado por franciscanas desde su fundación, hace ya cinco siglos, abre sus puertas a partir del viernes para mostrar sus colecciones de barro, imágenes, pinturas y esculturas, muchas de ellas de primeros artistas

En las faldas del Albaicín, junto a la Carrera del Darro, un templo asiste a la historia y decide formar parte de ella. Es el Convento de la Inmaculada Concepción, testigo de cinco siglos de historia y sorprendente museo vivo desde un rincón de la ribera. Habitado desde su fundación tras la reconquista por religiosas franciscanas, abrirá sus puertas a partir del próximo viernes para poner en valor su riquísimo patrimonio: pintura y talla de primeros artistas como Alonso Cano, Pedro de Mena o Sánchez Cotán, una valiosa colección de instrumentos musicales y pequeños detalles de artesanía en barro que se conservan en perfecto estado.

El marco de toda esta expresión artística de religiosidad lo forman las principales salas, con unos artesonados que justifican por sí solos la visita. Los espacios que se podrán conocer se distribuyen en dos plantas, aunque el edificio tiene cuatro: arriba hay una sala de presentación de libros con impresionantes vistas a la Alhambra y abajo, en la tercera, una hospedería. El patio, sereno, con su fuente en medio, es un claustro que luce las cruces franciscanas y que da paso al cementerio. El coro bajo, en la Sala de Produndis, asiste a la comunión de las monjas en el lugar en el que están enterradas las que ya se fueron.

En esa misma planta baja, la portería da paso a la Sala Capitular, una de las más hermosas. Recibe al visitante con su altar, en el fondo, que conserva el frontal bordado en el siglo XVI sobre el que las religiosas hacen los juramentos y las votaciones de admisión, en la correspondiente urna, con habichuelas blancas o negras, como los cartujos. Al fondo destaca la pintura barroca de la Virgen de la Leche, con San Francisco y San Agustín, procedente de la Escuela peruana del siglo XVI. Pero el impulsor de este museo, Javier Martínez Medina, puntualiza que, de las múltiples imágenes que tiene esta sala -todas ellas dedicadas a la Virgen de la Inmaculada-, la de Alonso Cano toma protagonismo por su belleza y originalidad, mientras que, en escultura, destaca La Abadesa.

Este espacio en el que las monjas celebran sus reuniones oficiales alberga también una pintura de Zurbarán, La Virgen Hilandera, y piezas de sillería coral. "El convento estuvo muy vinculado con la nobleza y monarquía hispana y existe una serie de donaciones especiales por lo que significó en Granada la devoción a la Inmaculada", explica Martínez Medina.

Aunque muchas de las obras son donaciones, la mayoría fueron encargadas, como el Crucificado de la Iglesia, de gran valor en la cultura andaluza. Es obra del italiano Jacobo Florentino (compañero de Miguel Ángel) quien, "por problemas de faldas huyó a Granada, donde trabajó en la Capilla Real". Según relata Martínez, la fundadora del convento trajo esta obra, la primera de ese tamaño que vino a Granada, el mismo año en que el artista llegó procedente de Roma". Su imagen ilumina la iglesia, un espacio que en su origen tenía un artesonado de madera mudéjar y que las grietas obligaron a cubrir de yeso, lo que proporciona a la iglesia conventual una imagen inusual.

Curiosa y singular es también la Sala de los Barros, otro de los espacios más destacados, y que conserva una colección de barros numerosa y con temática original. Alberga una pieza única de un rostro de Cristo en barro de los Hermanos García, sacerdotes granadinos que trabajaron a finales del XVI y en cuyo taller se formó Martínez Montañés. Martínez Medina puntualiza que "estos hermanos se conocen como los maestros de la cultura andaluza y en este convento hay tres piezas suyas en barro". La sala también guarda los misterios de la vida de la Virgen, inspirados en la pintura de Alonso Cano, pero de línea italianizante. No en vano, los franciscanos de Roma y las religiosas estuvieron muy unidos en sus inicios, lo que explica la presencia de muchas obras romanas.

Pero en el patrimonio cultural del convento ocupa un lugar privilegiado la colección de intrumentos cedida por el Centro de Documentación Musical de Andalucía: un piano mudo para hacer prácticas, un armonio antiguo del convento que durante dos siglos ha sonado en misa, una máquina de Edison para grabar la voz, el primer tocadiscos con discos de papel y otras cajas de música. Pero la Sala la Música que los acoge no es sólo testigo de la importancia de la música en los conventos, sino que conserva el locutorio que permitía que las monjas, desde dentro, hablaran con la gente. Otras de las piezas más importantes del convento se encuentra en la Sala de la Comunidad: el Niño Pator de Fray Juan Sánchez Cotán. Las vistas del Albaicín que ofrece esta estancia contrastan con el mundo de la clausura, donde el Crucificado de Alonso Cano, una pintura de San José, de la Escuela de Murillo, y la Sagrada familia del siglo XVIII, de Escuela Cordobesa, invitan a la contemplación. Otras piezas únicas de la cultura granadina se encuentran en el Oratorio: la Inmaculada de Pedro de Mena; San Antonio y San Juan, ambos de Alonso de Mena, y una pintura de Cristo recogiendo las vestiduras, único en Andalucía.

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