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Una misa para los vivos

  • La Orquesta y Coro Nacionales de España bordan el 'Réquiem' de Verdi, "tremendamente humano", bajo la meticulosa dirección de David Afkham

La  soprano Camilla Nylund y la mezzo Veronica Simeoni, durante el concierto.

La soprano Camilla Nylund y la mezzo Veronica Simeoni, durante el concierto. / REPORTAJE FOTOGRÁFICO: ÁLEX CÁMARA

¿Hay vida más allá de la muerte? ¿Dios existe? ¿Qué nos espera al final del camino? Todas estas cuestiones han sido objeto de estudio para decenas de filósofos a lo largo de la historia. A los artistas también les ha obsesionado este tipo de preguntas de carácter metafísico -y no tanto sus respuestas-, poderosas palancas que han actividado la inspiración de dioses de la música clásica como Mozart, Brahms y Berlioz. Hablamos de sus réquiems, también llamados misas de réquiems, un ruego por las almas de los muertos reproducido justo antes del entierro o en las ceremonias de recuerdo del fallecido.

El origen de La Messa da Requiem de Giuseppe Verdi, que ayer interpretó con esmero y músculo la Orquesta y el Coro Nacionales de España bajo la deliciosa dirección de David Afkham, radica en primer lugar en un homenaje post mortem a Gioacchino Rossini. Entre 1866 y 1869, el músico promueve la creación de una Messa da Requiem escrita de forma colectiva por diversos compositores italianos en recuerdo al autor de Pesaro. La aportación de Verdi a la Messa per Rossini, colaboración de trece compositores, cuenta el crítico musical Alberto González Lapuente, "será el Libera me Domine -que ayer tuvimos el placer de escuchar al final del excelso recital de casi hora y media-. Más íntima aún es la impresión que le causa la muerte del escritor Alessandro Manzoni, en 1873, perdida la razón tras el fallecimiento de su primogénito y poco después de un absurdo accideñnte al caerse a la salida de la iglesia de San Fedele en Milán".

Afkham recalcó "la importancia de entender a Verdi como una persona atea"

Es entonces cuando Verdi, inmerso en un prolongado silencio musical después de escribir Aida y dedicado a su finca de Sant'Agata, se repliega en su soledad campestre, negándose a participar en las ceremonias oficiales, igual que había hecho en 1861 ante la muerte del Conde de Cavour. Diez días después del entierro, acompañado por la Contessa Maffei y Ricordi, visita su tumba en el cementerio de Milán, anunciando poco después que desea escribir una Messa da Requiem para Manzoni, que podría interpretarse en la capital lombarda en el primer aniversario de su muerte a modo de homenaje. Hay que recordar que ambos artistas eran militantes comprometidos del Risorgimiento, movimiento político que exaltaba la justicia, la libertad y la unificación de Italia en el siglo XIX.

A partir de estos elementos la obra crece convirtiéndose, según palabras del crítico Eduard Hanslick escritas tras la interpretación vienesa de la obra dirigida por el propio compositor, en la mejor demostración de cómo los italianos son capaces de "parlar en su propio idioma con el buen Dios". Sin embargo, aunque hablamos de una obra propiamente religiosa -es un réquiem-, el director titular de la Orquesta y Coro Nacionales de España recalcaba ayer en una rueda de prensa previa al concierto "la importancia de entender a Verdi como una persona atea" y anticlerical en una Italia tremendamente católica.

Media hora antes de que empezara el recital, la gente ya abarrotaba las puertas del espacio que siete años antes había visitado Afkham en calidad de "turista". Algunos se entretenían hablando de Madame Butterfly, ópera que hace unos días se había podido paladear en Madrid, mientras que otros comentaban "lo desafortunado" que sería que lloviera. "Nos sentimos muy honrados de que la Orquesta y el Coro estén hoy en Granada después de una temporada extraordinaria en el Auditorio Nacional de Madrid, y con un concierto que ha creado gran expectación y revuelo en el público, además de agotar las entradas al momento. Sólo deseo que sea una noche mágina", declaraba entusiasmado el director del festival, Diego Martínez. Y así fue: una noche mágica con un fresco airecillo soplando en las cabezas de los músicos.

El director de la OCNE explicó a la perfección horas antes cómo se iba a desarrollar la "colosal obra": "Requiem comes from the silence and goes into the silence". Los primeros minutos -Introitus y Kyrie- despertaron a la orquesta, despacito, mientras el coro y las voces líricas se turnaban. Ninguna tos molesta empañó el inicio algo frío hasta llegar a una de las partes más dramáticas, el Dies Irae, que intenta emular el día del Juicio Final y donde el director estuvo más fino al saber equilibrar las fuerzas del coro y de la orquesta. El público no tardaba en emocionarse, más aún cuando la soprano Aga Mikolaj se abría en canal cantando.

El Réquiem está escrito desde una piedad y de una aflicción que contradicen los alardes vocales al uso en muchas versiones sobreactuadas. Empezando por la tentación del Ingemisco. En esta parte, se supone que el tenor debe atenerse a la humildad de las palabras, "gimo como un culpable, mi rostro enrojece de vergüenza", pero ocurre que, no reparando en ellas, termina sometiéndolas a una suerte e aria heroica.

La obra, como bien señaló Akfham, "está llena de dudas, protestas y algo en contra de dios. Hay muchos porqués, mucho miedo contenido en este réquiem que lo hace diferente a los de Brahms, Berlioz y Mozart". Así se observó a lo largo de los 83 minutos de correctísimo recital que acabó con el Libera Me, donde se exponen preguntas que nos hemos hecho todos alguna vez. ¿Existe un dios? ¿Y la salvación? Este réquiem para "los vivos y no para los muertos", en palabras de la batuta alemana, dejaba la puerta abierta a tantas cuestiones como emociones hizo sentir. Amén.

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