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Un nombre propio Mohamed Mrabet

  • El reconocido pintor y autor oral tangerino expone en la Fundación Euroárabe, dentro del Hay Festival, una serie de pinturas que pertenecen a un género único cargado de mitología

En el imaginario de la literatura fantástica, Mohamed Mrabet pertenecería al grupo de los personajes más que al de los creadores. Podría ser cualquiera de los protagonistas de los cuentos de Galeano o el hombre que inventó Tim Burton en Big Fish. Ha sido pescador, conductor, acróbata, camarero y boxeador. Es, sobre todo, un pintor y un escritor reconocido, pero dice: "No comprendo nada de la vida de los escritores ni los pintores. Pasé toda mi vida en el mar. Ése es mi trabajo".

Rodeado de sus obras, Mrabet (Tánger, 1936) presentó ayer en la Fundación Euroárabe una exposición dentro de la programación del Hay Festival. "Su estilo pictórico y literario representa el puente entre la cultura oriental y la occidental", explicó Simon-Pierre Hamelin, el comisario de la muestra. Ése es el motivo de su presencia en el festival.

Ha expuesto en Nueva York o San Francisco. Se ha codeado con intelectuales como William Burroughs o Henry Miller y ha compartido sus increíbles fábulas con el escritor y compositor Paul Bowles, nombre al que Mrabet estará siempre unido. Sin embargo, el artista prefirió Tánger a Estados Unidos o Europa, porque en Tánger era sólo pescador y en Tánger podía seguir pintando, como siempre, desde que con los lápices de colores rellenaba los papeles de embalaje que traía su madre de la carnicería.

"No sé cuántos miles de pinturas he hecho porque no salgo de mi casa. No voy a restaurantes ni a cafeterías", bromeó. "Puedo estar allí horas y horas trabajando y no levantarme más que cuando tengo hambre. Subir a la cocina y preparar la comida con mis manos". Esa dedicación completa no se ha visto reflejada sin embargo en su proyección ante críticos o coleccionistas porque se conformaba con vender cuadros a sus conocidos más que exponerlos. Por eso, el Hay Festival supone una oportunidad única para descubrir su pintura inclasificable.

Los muros de la Fundación Euroárabe acogen sus criaturas maravillosas, sus peces parlantes, sus caras risueñas y sus ojos multiplicados que reclaman un estilo propio a medio camino entre la tradición y la abstracción. Influenciado en sus primeros años por Francis Bacon, sus obras forman parte de colecciones muy prestigiosas como la de Peggy Guggenheim. En ellas, propone un encuentro entre seres coloridos y seres en blanco y negro, de plumaje abigarrado y con garras que puede ser un encuentro entre dioses o genios buenos y malos.

Mohamed Mrabet convierte en mito todo lo que toca. Hasta tal punto lo hace que cuando habla no se sabe muy bien qué corresponde al mundo de la realidad y qué al mundo de la fantasía. "La gente cuando me escucha piensa que estoy delirando".

Su simplicidad es su riqueza. Ayer habló poco de sus pinturas pero mucho de sus historias, unas reales y otras imaginadas -es lo de menos- haciendo gala de su absoluta humildad. Relató con todo lujo de detalles cómo en un día de pesca y estando su mujer embarazada un "pez enorme comenzó a hablarme y me propuso ir a mi casa con su familia".

Recordó cómo nunca fue a la escuela, "porque mi padre tuvo 24 hijos y en las comidas siempre había dos o tres que se quedaban con hambre". Hoy repite -aunque menos numerosamente-, la experiencia y dice "no soy rico, es imposible", porque se ve obligado a repartirlo entre su familia". Lo hace con gusto a juzgar por la sonrisa que luce y señalar entre el público que le escucha atentamente a dos de sus hijas y sus nietos.

Contó también su relación con el escritor marroquí Mohamed Chukri y las semejanzas con algunas anécdotas que el propio Mrabet le había contado y que Bowles encontró al traducir su obra Al-jubz al-hafi (El pan desnudo). "No me importó", dijo, "al fin y al cabo árabes, europeos o americanos, todo se basa en empujar unos a otros para poder crecer". Con Chukri, explicó, "la relación terminó cuando le ofrecí casarse con una joven".

Relató y contó anécdotas, en definitiva, con una sabiduría propia del espléndido autor oral que aprendió a contar historias con su abuelo, que encantaron a Bowles -a quien conoció gracias a su mujer Jane- y que más tarde verían la luz impresas con nombres como Mira y corre, Amor por un puñado de pelos, El gran espejo, El limón o M'Haschich.

Prueba de ese carácter universal es que algunas de sus obras se han publicado en catorce idiomas.

Su mundo sonó después acompañado por la misteriosa voz de la cantante sudanesa Rasha, junto con la que contaría una historia dedicada a Granada. A la Granada que visitó por última vez hace 41 años y la que ha tenido el privilegio de ver por primera vez muchas de esas pinturas y conocer al Mrabet que podría ser protagonista de cualquiera de sus historias.

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