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La nostalgia invade la Berlinale con la utopía libertaria de Vinterberg

  • Trine Dyrholm y Ulrich Thomsen son la pareja que sustenta la comuna que retrata el director.

La nostalgia invadió ayer la Berlinale con el danés Thomas Vinterberg y su Kollektivet, una película volcada en la utopía libertaria de los 70 y a la que correspondió compartir jornada con el apocalíptico Zero Days, un documental donde la guerra cibernética no es una amenaza futura, sino realidad presente. "No retrato familias anómalas, sino una comuna como en la que yo crecí, donde la gente convivía y compartía. Esos tiempos han pasado y lo echo de menos", explicó Vinterberg en Berlín, definitivamente alejado del movimiento "dogma" del que fue cofundador en el 95.

Su nueva película no se rige por las estrictas reglas con que filmó Fest (1998), un título que marcó pautas, pero ahí están, a modo de colectivo de actores, algunos rostros incombustibles de la escuela escandinava, como Trine Dyrholm y Ulrich Thomsen. Ellos son la pareja que sustenta la comuna, firmes seguidores de las reglas de la relación abierta, a los que se resquebraja el ideal del amor libre cuando deja de ser un principio para pasar a la realidad.

"Son gente que ama, que llora, que mantiene la capacidad de reír, que lucha y que defiende su fe en una forma de vivir que ahora se cataloga de utopía ingenua", prosiguió Vinterberg, quien acudió a Berlín arropado por su "comuna" de actores.

"Se les viene encima la realidad, pero antes de enterrarla deciden luchar por ella", apuntó Dyrholm, quien interpreta a una presentadora de informativos que, además de no verse ya tan joven en pantalla, convive con la nueva novia de su marido, de 24 años.

Fest era una pieza teatral, recordó Vinterberg, y Kollektivet sigue esa dinámica, centrada ahora en las contradicciones en las que se mueven sus personajes, representantes de la generación nacida del mayo del 68 que quiere ser libre, pero que a la vez somete a un "casting" de aceptación a quien ingrese en la comuna.

Su mensaje queda sintetizado en la frase que da cohesión a ese mosaico de situaciones: el mundo que vendrá después tal vez no valga la pena de ser vivido, puesto que se habrá renunciado a la utopía y al amor.

El segundo filme a concurso, Zero Days, evidenció hasta qué punto esta percepción de lo que vino después, o la pérdida de la inocencia utópica, era más que una premonición catastrofista. El estadounidense Alex Gibney, Oscar en 2008 con Taxi al lado oscuro (1997), sobre los métodos de tortura de EEUU, traza su nuevo documental sobre el ataque cibernético como cuarto puntal de la guerra, tras los tres clásicos pilares de los ejércitos de tierra, mar y aire.

La guerra cibernética es una realidad espeluznante, que el estamento político ve como "alternativa" a la convencional, advierte Gibney, pero con capacidad de destrucción similar.

Su filme se centra en el virus llamado "Stuxnet", desarrollado en cooperación con Israel por el presidente estadounidense George W. Bush para detener el programa nuclear iraní y que, ya bajo Barack Obama, se aplicó sobre las centrifugadoras instaladas por el régimen de Teherán.

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