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Antes de la novela gráfica

  • La bibliografía actual sobre el mundo del cómic se enriquece con una preciosa aportación de José Manuel Trabado en torno a varios clásicos indiscutibles de la historieta norteamericana

Hace un tiempo, charlaba yo con cierta persona -no viene al caso ponerla en evidencia consignando su nombre- cuando ésta vino a decirme que a ella el cómic ni fu ni fa; la novela gráfica, en cambio, le encantaba. Que sería como confesar contemporáneamente una honda desafección por el arte y una gran pasión por la pintura. Imagino que conocen el juego de las muñecas rusas. Pues bien, dentro de la matrioska principal, el cómic o tebeo, debemos meter el resto; no al revés. Dejando aparte el pormenor nada despreciable de que las novelas gráficas existen desde mucho antes de que recibieran tal nombre, debemos insistir en que el de la viñeta es un arte maduro desde su más enternecedora infancia (Por "infancia" debiera entenderse su corta edad, no su escaso desarrollo). Tanta es la confusión que Antes de la novela gráfica (Cátedra), un viaje a una época fascinante de la historieta, serviría para aclararles a los más obtusos que las bondades de -atención a la aliteración- su supuesta puesta de largo tienen más de estrategia que de verdad.

En Antes de la novela gráfica, José Manuel Trabado se centra en un póquer de ases insuperable: Winsor McCay, Frank King, George Herriman y Will Eisner, que entregaron su obra al océano sin fondo de la prensa estadounidense en la primera mitad del siglo XX. Cronológicamente, el primero en aparecer fue McCay, creador de la mítica serie Little Nemo, publicada como página dominical en The New York Herald entre octubre de 1905 y julio de 1911; luego en The New York American, entre septiembre de 1911 y julio de 1914; y finalmente en The New York Herald Tribune, entre 1924 y 1926. El motivo recurrente de aquellas hermosísimas planchas eran los viajes del niño protagonista a la Tierra de los Sueños y otros países de las maravillas. Había un esquema fijo: en las primeras viñetas el niño se iba a dormir, en las intermedias vivía algún tipo de experiencia en el mundo líquido de la imaginación, y en la última, indefectiblemente, se despertaba. Con el tiempo, el artista eliminó la introducción para colocar al protagonista -un émulo de Alicia antes que una versión diminuta del Capitán Nemo- habitando esos mundos otros. En vez de una limitación, Winsor McCay encontró un desafío en este planteamiento. La fusión de realidad y fantasía establece un diálogo permanente entre la realidad y su representación. La modernidad de Little Nemo es, todavía hoy, apabullante.

El tebeo tomó precoz conciencia de sí mismo y las propuestas metanarrativas abundan en la obra de estos cuatro clásicos. Reflexividad y reflexión comparten una misma raíz: "Un lenguaje que se explica a sí mismo es un lenguaje que se está justificando y legitimando ante la mirada más crítica que existe: la propia", escribe Trabado. A Will Eisner -el artista que acuñaría tardíamente el término de "novela gráfica"- le debemos uno de los seriales más audaces de los que se guarda memoria, The Spirit, un heteróclito y heterodoxo cóctel de aventuras cuyo protagonista combina los atributos del detective privado y los del héroe enmascarado. The Spirit, una auténtica cornucopia gráfica, se publicó a lo largo de doce años, entre 1940 y 1952; hablamos de unas seiscientas historietas donde los reveses argumentales se trenzan a brillantes soluciones narrativas en un continuo inagotable. José Manuel Trabado hace un sagaz análisis de varios relatos, entre ellos el titulado Hoy no hay historieta de Spirit (1947), un artificio juguetón en el cual el propio Will Eisner se coloca como personaje en la ficción -el dibujante es dibujado, el narrador narrado, el soñador soñado- para vivir una peripecia como las que vive su personaje.

Antes de la novela gráfica demuestra que la viñeta también puede ser depositaria de la más exquisita poesía. La tira cómica Krazy Kat, que George Herriman dibujó entre 1913 y 1944, prescinde de la ilación de unos hechos para centrarse en las variaciones en torno a un tema único: un triángulo amoroso entre un gato, un ratón y un perro. El ratón Ignatz no deja de tirar ladrillos al gato Krazy, que interpreta la agresión como un gesto de amor, mientras el perro policía Pupp, enamorado a su vez de Krazy, se desvive por meter a Ignatz en la cárcel. La indagación de cómo viven estos "pequeños actos cotidianos" cada personaje no pertenecen al ámbito de la narración; la extrema sencillez del lugar o la aleatoriedad del tiempo de la acción, tampoco. José Manuel Trabado dedica unas líneas preciosas a hablar de la gramática de la soledad o la estética del desamparo en estas tiras minimalistas; en cierto momento se refiere a ellas como "haikus visuales". Me siento incapaz de mejorar esta definición.

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