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Las obsesiones de Escher

  • Nada que le asombrase pasaba desapercibido en su obra, ya fuera una ciencia como la topología, un lugar como la Alhambra o un autor como el italiano Piranesi

Si Escher viera su obra expuesta como está en la Alhambra y el Parque de las Ciencias probablemente quedaría fascinado. Un recorrido por sus Universos Infinitos con la guía de uno de sus comisarios, el arquitecto granadino Juan Domingo Santos -está ideada y coordinada también por los catalanes Borja y Carlos Ferrater-, descubre las múltiples y apasionadas caras del caleidoscopio que en sí misma escondía la personalidad del artista holandés. Su desbordante curiosidad, los mundos de ensueño que le nacían durmiendo y su incesante preocupación por no poder expresar como quería los universos que sólo vivían en su mente se desvelan en una exposición "única e inédita que no hubiera sido posible en ningún otro lugar".

Ajeno al arte convencional de su tiempo e incluso a la realidad y gente que le rodeaban -se dice que era sumamente introvertido, disciplinado y riguroso-, Escher (1898-1972) miraba a su mundo como el reflejo inacabado o incompleto de los muchos mundos que en realidad pensaba que existían. Para entenderlo, es preciso acudir a la forma en que fusionó arte y ciencia. "Se acercó a ella no como un especialista sino como un curioso, lo cual es mucho mejor". No es difícil imaginar al artista con sus lentes para no perder ningún detalle en su primer viaje a la Alhambra en el año 1922 (repetiría en 1936). Aquí quedó tan sorprendido por lo que vio que ya nunca olvidaría la asombrosa forma en la que el monumento estaba decorado con una geometría que no dejaba ningún hueco vacío ni lugar alguno a lo arbitrario. Dos años después de encontrar aquella "fértil inspiración", Escher descubriría el artículo del matemático húngaro George Pólya que apoyaba aquella visión que lo había dejado perplejo y que hablaba de la clasificación de los grupos de simetría en el plano.

Algo parecido ocurre con su famosa Cinta de Moebio, "la contigüidad de una cinta sin fin sólo posible a través de ecuaciones matemáticas. Lo que hace Escher en esta obra es interpretar plásticamente un concepto abstracto matemático", subraya Santos. Pero ¿qué ciencia esconde, por ejemplo, su obra más representativa, Metamorfosis II? ¿Qué hay detrás de esa evolución que casi de una forma imperceptible convierte los cuadrados y triángulos en lagartos y abejas que salen de sus colmenas para finalmente volver a componer un ajedrez? Hay una idea "muy reveladora", dice el comisario, "la representación de la naturaleza en su estado completo. Él muestra que en la naturaleza lo que existe se transforma constantemente y lo hace con mínimas dosis de energía. Las transformaciones no son procesos dramáticos sino que pequeñas energías llevan de un estado a otro. Vemos un cuadrado y de repente empezamos a ver una figura que a su vez se convierte en otra. Es como lo que ocurría en el cuento de la Cenicienta, donde la calabaza se convertía en carroza porque comparten una cierta afinidad de formas".

Aunque la exposición no está dividida cronológicamente sí ofrece varias visiones que de alguna manera anduvieron en el trabajo de Escher paralelas a su vida. Así es claramente perceptible la 'ruptura' que supuso en su obra la Alhambra y que en el Parque se representa con un montaje sobre el suelo basado en las teselaciones.

Una primera mirada al arte escheriano comienza con la representación de la naturaleza que corresponde a su primera etapa, cuando el artista que había iniciado sus estudios de Arquitectura pronto fue consciente de que lo que realmente le interesaba era la naturaleza en su estado puro. "Hacía muchas excursiones, le gustaba pasear por el bosque y fijarse en cada detalle" que luego representaba en sus primeras obras con minuciosidad (Saltamontes). Fruto de ese encantamiento, Escher comprendió que para conocer sus otros mundos incipientes primero debía conocer el suyo propio. Viajó al sur. Es justo en esa época donde el artista representa tanto paisajes naturales como artificiales del Mediterráneo. Roma, Sicilia, el mar... ( Roma [y el grifo de Borguese] o La catedral sumergida). Llega a la Alhambra y a la Mezquita de Córdoba y descubre de repente que las líneas, los ángulos y los círculos también podían transformarse en seres animados -lo único que echó en falta en el perfecto arte islámico que halló aquí y al que él dio vida-.

Nada que le sorprendiera pasaba desapercibido en su obra, ya fuera una ciencia como la topología, un lugar como la Alhambra o un autor. Basta una mirada a las cárceles que inventase el artista italiano Piranesi para descubrir cierta analogía con sus escaleras imposibles. Precisamente esas escaleras por las que no se sabe muy bien si se sube o se baja son las más populares de Escher y conforman el ámbito en el que trata arquitecturas imposibles. Como explica Santos, "su mundo es cada vez más onírico, más surrealista; aunque hay que tener claro que su obra no era surrealista pero sí acaba fabricando paisajes imposibles fruto de la ilusión y la ensoñación".

Poseía Escher tantas obsesiones como universos. Infinitos. Su principal obsesión era que el mundo real se asombrara con las maravillas que contenía. "Él quería asombrar, provocar la extrañeza".

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