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Con olor a Navidad

Uno de los valores indiscutibles de Juan Andrés Maya es su carácter gremial. Cuando algo organiza o tiene cualquier oportunidad, no duda en dar cuartel e incluso protagonismo a los que le rodean. Así, El Nacimiento es una obra coral, que reúne a los Maya y a sus allegados, que son bastantes. La historia es tan antigua y familiar que sorprende el tópico y el anacronismo, a veces. Para hablar del nacimiento de Cristo no hay que montar un belén. Esta obra llega después de La Pasión. Es más ligera y digerible. Puede que haya alguna parte más el próximo año. Todo apunta a una trilogía.

Las seguiriyas que dan comienzo al espectáculo, con los Magos bailando, impondrán la tónica de la función. Así, todos los remates son similares. Se abusa del compás por seguiriyas. Destacaremos a lo largo de la velada el baile de Moisés Navarro y de Raimundo Benítez. Otra característica a la que nos tiene acostumbrados Juan Andrés es a las voces femeninas, casi exclusivas en sus coreografías. Quizá sea casualidad.

Toda la compañía se presenta con fandangos de Huelva que pasan a ser tarantos de alabanza grupal. Iván Vargas y Alba Heredia, en los papeles de José y María, entran en escena con una balada flamenca con la letra de Contigo de Joaquín Sabina. Una apuesta de futuro. Cuando María se queda sola, escucha la voz en off de Dios anunciándole que ha sido concebida por su gracia. Ahora se presenta Herodes (Juan Andrés), acodado en el triclinio comiendo uvas y haciendo bailar a los esclavos (Agustín Barajas y Anabel Moreno), con profuso baquetear de tambores y sonidos árabes. Finalmente, una toná acentúa su carácter. Raquel Heredia baila unas alegrías con arte y Alba le responde. Ya no se distingue el baile de esta niña con el sus mayores. La soleá por bulerías del 'carpintero' acentúa su angustia. Y un zapateado de todo el grupo da pie a otra intervención divina para decirle al bueno de José que su compañera encinta sigue virgen. Antes de que se derrita el pastel, se le añade otra dosis de nata. Suena una alboreá y se celebra la boda. La fiesta continúa con lo que para un servidor fue el momento más auténtico de la velada, el baile por jaleos de Anabel y el de Jara Heredia.

Un llanto de niño clama al cielo. Herodes enloquece por soleares y ordena la matanza de los inocentes mientras suena un martinete. Para finalizar un espectáculo demasiado largo, todo el grupo se despide con una canción de culto, de vida y esperanza, muy a la manera de este bailaor y coreógrafo, y se marchan por el fondo del patio de butacas entre el público que aplaude en pie.

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