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De premios literarios y jurados

Acudí a Cádiz invitado a la entrega del XXIV Premio Unicaja de Poesía del que carecía de referencias, así como del autor premiado a quien no había leído con anterioridad. Lo cierto es que regresé con un sabor amargo y profundamente decepcionado. Tuve la alegría, no obstante, de reencontrarme con una buena amiga que en sus recuerdos me produjo algún que otro sobresalto; no hay nada como dejar pasar 30 años para conocer el resultado de lo que el tiempo ha hecho de nosotros y descubrir la otredad que ni tan siquiera intuíamos entonces, además de las decrepitudes inevitables. Pude también descubrir un Centro Cultural vivo y una excelente Biblioteca de temas gaditanos y volver a callejear por ese laberinto de arterias impregnadas de salitre y de historias que siempre miran al mar.

El acto obedeció a los cánones habituales y al protocolo provinciano que siempre emerge en estas situaciones y que al tiempo le da calidez y cierta ñoñería. Decía aquello del sabor amargo que, en cierta forma, no es sino consecuencia de cierta ingenuidad, ya impropia de quienes habitamos determinadas edades. Soy bastante crítico con la filosofía de la mayoría de Premios de Poesía que se convocan en España, que hasta se apellidan Internacional, y conocedor de la casual coincidencia de Jurados y Editorial en los de mayor prestigio. La incuestionable calidad de la obra poética de los miembros de estos Jurados repetitivos no evita la suspicacia y la escasa fe de tantas voces de notable valor poético ante el hecho de presentar una obra a concurso. Incluso comentar este tema según en qué ambientes literarios no favorece al opinante que casi por arte de magia puede verse excluido del Parnaso de los elegidos y su obra considerada como menor por los siglos de los contados años que dure el poder de estos grupos de intelectuales.

En este parecer carezco de todo atisbo de interés personal, ya que no acudo a concursos y soy un afortunado por el simple hecho de amar la Poesía y arriesgarme, con desigual fortuna, a luchar con la palabra para plasmar mis emociones y mis devaneos con el tiempo y con la vida, pero sí soy consciente de los riesgos a que puede conducir dicha postura en cuanto a que determinadas editoriales acojan a quienes así opinen, lo que coincide con el criterio de numerosos autores, empaña el nombre de importantes Premios y sobrevuela sobre cualquier tertulia literaria. No se trata de dudar de la honradez de los miembros de Jurados que se repiten sistemáticamente -lo que sería libre, ya que la duda está instalada en el pensamiento-, pero sí que la independencia está reñida con esta reiteración que hace pensar casi en un club exclusivo, lo que aún es más lamentable tratándose de excelentes poetas con una obra consolidada y no necesitada de esta aparente ambición por controlar una parcela tan naturalmente insumisa y libre como la Poesía.

Pues bien, regreso al acto del Premio Unicaja de Poesía, aunque podría tratarse de cualquier otro. Lo que sigue no menoscaba la calidad de la obra premiada ni mi consideración y respeto por el autor, a pesar de concurrir como Jurado el mismo y prestigioso elenco de siempre. La presentación que del autor premiado hizo uno de los miembros del Jurado -notable poeta- fue aumentando por minutos mi negativa sorpresa e incluso mi vergüenza ajena; pienso que le hizo un flaco favor al premiado, algecireño y conocido en Cádiz, el hecho de que mostrara tal grado de conocimiento de la vida y personalidad del premiado, con un amplio anecdotario que posteriormente la Delegada del Gobierno autonómico remató empalagosa e indisimuladamente ensalzando, aún más, no ya la obra literaria cuanto las características de su personalidad y los amigos comunes que compartían. La introducción de quien presentó al autor y la obra, que además la prologa, comenzó con una excusatio non petita acerca de la independencia del Jurado y con anterioridad se había dado cuenta del carácter internacional del Premio, de las innumerables obras presentadas y de sus lejanísimas procedencias.

Finalizado el acto se ofreció un aperitivo en el que mi amiga se esforzó, con suma elegancia, en destacarme el hecho de que hay una lectura y selección previa a la del Jurado, lo que debería inhabilitar mis temores. Ello es lo habitual -le respondí-, si bien no entré en más detalles sobre el hecho de que el sistema no excluye el conocimiento previo del contenido de determinadas plicas, a sabiendas de que llevan un lema cuya vinculación con un autor pudiera anticiparse, lo que no digo que en el Premio comentado sucediera, pero sí podrían haberse ahorrado detalles, localismos y referencias personales sobre el poeta paisano, que no alimentaran dudas en tan internacional y concurrido Premio. Fui con la intención de saludar al autor, solicitarle la firma de un ejemplar e intercambiar con mi reconocimiento algunas palabras de las de estas ocasiones, mas lo lamento pues no pude sino irme a buscar por esas calles a medio iluminar un poco de levante que llevarme en el camino de regreso.

He leído y disfrutado con muchos de los poemas de la obra premiada y con su tratamiento poético de lo cotidiano, de la memoria del autor y de la melancolía que subyace sin aspavientos sentimentales, mas no puedo dejar de señalar la reiteración de circunstancias -ética y estéticamente deplorables- que concurren en los Premios de Poesía de mayor relieve económico e intelectual y de las que se habla, pero sobre las que escasamente se opina, sin duda por temor a la postergación de autores de cabal independencia.

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