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Por la ruta de Azorín

  • En 'Vivir en Granada' simboliza la tenacidad del recuerdo para que la vejez no desvanezca las emociones juveniles

José Martínez Ruiz, Azorín, nació en Monóvar (Alicante), en 1873, y murió en Madrid, en marzo de 1967. Han pasado 44 años desde su muerte y sigue vigente lo que escribía Melchor Fernández Almagro, en el ABC (07/03/59), haciendo una crítica del libro Sin perder los estribos: "¡Cuántos libros han sido leídos por el niño de principios del siglo, en virtud de la sugestión de Azorín, en nitidez, precisión y sabiduría extraordinaria!". Abandonó los estudios de Derecho y se dedicó a la literatura. Azorín cuenta sus duros comienzos en El Imparcial, el periódico más influyente: "Iba por las noches, a primera hora a la Redacción, antes que nadie fuera, y me retiraba pasada la medianoche, casi a la madrugada. A la Redacción llevaba ya escrito el artículo, y en la Redacción, sentado ante la larga mesa común, escribía notas…". Estuvo de pupilaje en muchas casas de Madrid, por lo que no tenía más nutrimento que un panecillo de pan francés, por la mañana, y otro al anochecer, "con veinte céntimos al día hacía yo mi comida. Que pruebe ahora cualquier principiante literario a hacer lo mismo".

En 1901, el Grupo de los Tres, integrado por Azorín, Pío Baroja y Ramiro de Maeztu, publicó un Manifiesto, denunciando la situación de España tras el Desastre de 1898 y la necesidad imperiosa de mejorar. En el plano literario, Azorín perteneció a la Generación del 98, nombre que fue acuñado por él. De los ideales anarquistas en su juventud, Azorín evolucionó al conservadurismo y al tradicionalismo. Fue elegido académico de la Lengua Española en 1928 y sus vivencias las recogió en Memorias inmemoriales (1940). Escribió novelas y algunas obras de teatro, pero su labor se centró en ensayos, crítica y periodismo.

Hace poco leí Vivir en Granada, donde el protagonista, Antonio Amaro, cuenta la "aventura más rara que he conocido en mi vida", pues le ocurrió a un amigo suyo, Jaime Torres. Cuando éste era un anciano, quiso regresar a Granada para recordar los años que estuvo estudiando en la universidad; entonces, tenía que ir a Jaén y tomar una diligencia para llegar de noche a Granada. Jaime quería experimentar aquellas sensaciones de juventud, recorriendo las calles y paseos, el Albaicín, la Alhambra… Para ello, se buscó un pupilaje modesto, en un cuartito empanado (recibe la luz de un cuarto paredaño). La noche de su llegada no salió, y lo dejó para otro día. Pero al amanecer no se decidió a salir de su cuarto, porque sentía miedo: "desde lo alto de sus antiguas sensaciones, caería en las sensaciones actuales… El pasado podía en él más que el presente". Al cubiculario que le limpiaba la habitación, le preguntaba cosas de Granada: "¿Existe aún el café Suizo? ¿Hay en una callejita una cierta sombrerería?". El caso es que Jaime permaneció dos meses en Granada, pero no se atrevió a salir de su cuarto empanado. En este cuento, Azorín trata de simbolizar la tenacidad del recuerdo, para que la visión de la vejez no desvanezca aquellas emociones juveniles.

Azorín destaca por el estilo sobrio, la frase breve, la precisión y el léxico abundante; considera que la novela debe limitarse a describir el ambiente y las impresiones de los personajes. Los pueblos fue su obra más querida, contiene páginas memorables como La fiesta y Una elegía, originales como Los toros, dedicado a Zuloaga… Sus primeros artículos en El Imparcial fueron los de La ruta del Quijote. Azorín recuerda que el director del periódico le dio las últimas instrucciones para el viaje y le entregó un revólver chiquitito, por si le hacía falta, "por donde anduvieron los yangüeses". Cuando terminó el viaje, Azorín propuso otro por Andalucía, pero la cosa se torció: "Envié varios artículos a El Imparcial. No se publicaron más que contados. El mutismo de la Dirección me inquietaba… Se acabó La Andalucía trágica y yo descendí confuso de la cumbre del gran diario". En su etapa final, reflejó la nostalgia por el pasado de España: Madrid (1941), El escritor (1941) y París (1945). "Sin emoción no se puede hacer nada. No se puede crear", decía Azorín, que ha pasado a ser un escritor olvidado.

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