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El sangriento camino del guerrero

Debe quedar meridianamente claro que estamos ante el que, muy probablemente, sea el mejor juego de acción y lucha de la historia. Ya lo intuíamos, porque su promesa venía precedida por la estela de una saga mítica, pero lo hemos confirmado a los mandos de Xbox 360: a medio camino entre una fantasía sanguinaria del último Kurosawa (Ran, 1985) y el anime más imaginativo (esos aterradores, jefes finales), Ninja Gaiden II evade todos los prejuicios sobre la violencia en el medio para ofrecernos un espectáculo de puro arte jugable.

Y es que no hay más que leer La Ilíada para desmontar los argumentos de quienes niegan el gore como forma artística. Aquí lo encontramos a raudales, como un recurso estético de belleza desmesurada y terrible, exquisita y amoral, que convierte cada sablazo, desgarro y golpe en un sintagma de épica inabarcable. Cada detalle ha sido calculado para convertir este título en un despiadado tour de force de sensaciones: el motor gráfico proporciona un sistema psicomotriz extremadamente fluido, y el cuidado en cada textura, en la apasionante diversidad de tipos de ataque y en el enfoque cinematográfico de los encuadres, eleva hasta el colmo del realismo la que ya es, como alardea su propio creador, "la experiencia ninja definitiva".

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