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La sombra de Antonio Canales

Antonio Canales baila poco, aunque lo hemos visto más activo que en otras ocasiones recientes. Su presencia se reduce a algunas apariciones puntuales y a una soleá, la soleá de siempre, donde su teatralidad es más grande que su eficacia. Pero Canales tiene algo. Tiene un punto de flamencura que aflora en algún momento y se diluye entre la mediocridad de un quiero y no puedo. Porque el bailaor sevillano se ha convertido en su propia sombra, y no sé hasta qué punto es honesto vivir de las rentas. Llamar Bailaor es un tanto pretencioso, si no se sabe mantener el tipo.

Sin embargo, lo que sí tiene de meritorio es que se sabe rodear. La falta de información in situ o de un programa de mano impide nombrar a todos los que le acompañan. Algunos de ellos, en cambio, se reconocen con holgura. La guitarra de Jesús del Rosario fue certera y los cantaores más que notables, aunque la media granaína fue un desastre. Destacó sobre todo El Pulga y su decir tan particular. Su personal fraseo nos recuerda a El Falo. La cantaora no alcanzó el nivel deseado. Las alegrías que abordó la bailaora no terminaron de madurar. Los acoples y pitidos no se pueden permitir en estas funciones de renombre. Mención especial merece la actuación de Amador Rojas. Ya lo hemos visto un par de veces en nuestra ciudad y no para de sorprendernos agradablemente. Bailó una farruca, preñada de tangos, con el lenguaje de vanguardia que le caracteriza. Amador es sensible y elegante. Su entrega y profundidad merecieron la mayor ovación de la velada.

En la primera parte, precediendo a Canales, el onubense Guillermo Cano expuso un recital con mucho gusto. Destacó por Huelva y en los fandangos finales. Con quien nos descubrimos sin condiciones fue con el guitarrista sevillano Rubén Lebaniegos, Premio Nacional Manolo Sanlúcar de Córdoba y Bordón Minero en el Festival Internacional Cante de las Minas de La Unión. Su fuerza, calidad y calidez nos hicieron vibrar.

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