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"La peor tiranía para un país es la que viene impuesta desde dentro"

Ser el primer escritor africano en ganar un Premio Nobel de Literatura en 1986 apenas cambió a Wole Soyinka. "La gente tiende a pensar que supone una gran responsabilidad, pero lo cierto es que siempre he hecho mi trabajo de la misma forma y siempre he estado comprometido con los problemas de África y del mundo", confesó ayer a los medios de comunicación. De hecho, la repercusión del galardón y sus consecuencias se dejaron sentir más para el resto de escritores africanos, "que empezaron a ser tomados más en serio en el resto del mundo". Por lo demás, y aparte del "don de la ubicuidad" que parece que tiene en los últimos años, con conferencias y clases magistrales por todos los continentes, Soyinka prefiere autodenominarse como "un autor que escribe acerca de todo lo que tiene que ver con la condición humana, el hombre y la humanidad; y con algo de ciencia ficción en algunas ocasiones".

No puede ni quiere evitar el hecho de que mantiene un fuerte compromiso con sus raíces que se deja notar en cada una de las líneas que escribe y que lleva hasta sus últimas consecuencias. Tanto es así que en 1967 fue encerrado durante más de 20 meses en prisión, acusado por haber escrito un artículo en el que abogaba por un armisticio y, lejos de mirar el lado negativo a esa terrible experiencia, afirma contundente que aquel tiempo sirvió para reforzar sus convicciones. "África ha cambiado mucho desde aquellos años, al igual que todo el mundo. En este tiempo se ha pasado del colonialismo a la dictadura; de un tipo de tiranía a otro. Ahora es el peor momento, porque hay que luchar con personas que han nacido en África y que son déspotas con su propia gente. La peor tiranía es la que no viene impuesta de fuera", argumentó.

¿Y qué es lo que puede o debe hacer la literatura en toda esta vorágine de acontecimientos? "Los escritores estamos llamados a movilizar a las masas y recordar a los políticos que no eludan su responsabilidad. Lo que realmente se necesita para cambiar es la combinación de esfuerzos de todos, desde los sociólogos a los políticos. Los escritores a veces pensamos que nuestro trabajo es inútil, pero es necesario seguir luchando contra las injusticias. Puede que la literatura pueda ayudar a cambiar en algo las cosas, aunque siempre será a largo plazo", apuntó.

En ese sentido, fenómenos como la crisis económica internacional, la emigración africana hacia Europa o la propagación del virus del SIDA y la negativa de la Iglesia Católica al uso del preservativo consiguen arrancarle algunos de sus comentarios más críticos: "Siempre hay líderes ridículos que están en todas partes, en el Vaticano o en los gobiernos, y que lo único que hacen es aportar un poco de gracia a algunos asuntos muy serios. La crisis es un lío en el que nos han metido los mismos expertos que aseguraban hace años que la economía estaba protegida y que no podía pasar nada malo. Lo que sucede es que la globalización es un sistema frágil y sus efectos se dejan sentir aún más en los países desarrollados. El mundo necesita visiones bilaterales; es importante que los líderes europeos se sienten con los representantes de los países africanos y hablen juntos de un problema que es económico y humanitario. Las reacciones de tipo emocional que ocurren ante hechos como la emigración no tienen demasiado sentido, es otra consecuencia de la globalización".

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