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La tragedia más íntima del genocidio

  • Van Leeuw aborda el conflicto ruandés en 'El día que Dios se fue de viaje'

¿Cuál es la capacidad del hombre para soportar una tragedia? ¿Qué le queda a una madre superviviente tras perder a sus dos hijos en un genocidio? El día que Dios se fue de viaje, del belga Philippe van Leeuw, se acerca de manera sigilosa e íntima a la guerra que enfrentó a hutus y tutsis en Ruanda en 1994.

Tras el holocausto nazi en la Segunda Guerra Mundial, el discurso filosófico occidental quedó profundamente herido. "Los hombres normales no saben que todo es posible", sintetizó el literato y activista francés David Rousset.

Tan impactante como la capacidad del hombre para la masacre resultó para autores como Hannah Arendt su elasticidad para cargar sobre sus hombros el dolor, reflexión que ahora revive en El día que Dios se fue de viaje a propósito de un conflicto que todavía ruboriza a una comunidad internacional que se lavó las manos.

"Estamos acostumbrados a ver los genocidios con la distancia suficiente para poder ver su dimensión total, con datos históricos y políticos", explicó el director del filme, que se estrena este fin de semana en España. "Esta película pretende lo contrario: personalizar una tragedia histórica, hacer un retrato de una superviviente en la terrible situación de ser perseguida como un animal de caza", añadió.

El día que Dios se fue de viaje ganó en el pasado festival de San Sebastián el premio Kutxa-Nuevos directores y, como ya hiciera Roman Polanksi en El pianista, capta el horror de una guerra no desde el frenesí, sino desde la hazaña individual, aterrada y silenciosa de un superviviente azaroso.

Aun así, el director no evade la condena por el abandono de la ONU diez días después de empezar el conflicto. "Cuando no hay civilización, cuando no hay moral, emerge la capacidad que todo ser humano tiene para ser violento", aseguró.

El día que Dios se fue de viaje se centra en el mismo tema que la exitosa Hotel Ruanda o que el reverenciado documental My Neighbor, My Killer, de Anne Aghion. Pero su discurso complementa a ambas. "Cuando tratas un tema así, el realismo es insuficiente, hay que ser auténtico, y por eso tomé a una actriz que había pasado por esa experiencia. Pero tampoco quería un documental que compusiera un análisis intelectual de la realidad, y usé la ficción porque yo quería ir directamente al estómago", aseguró.

La actriz a la que se refiere es Ruth Nirere, que interpreta con sutil desgarro a Jacqueline, una mujer tutsi que trabaja en casa de unos europeos que, antes de ser evacuados, la esconden en el falso techo de su casa. Cuando vuelve a su casa, encuentra los cadáveres de sus dos hijos y emprende una huida física y emocional desesperada.

Con pocos personajes y menos diálogos, la película desglosa con las mismas cantidades de mimo y estupor el proceso de aceptación de esta madre -"porque una madre sigue siéndolo aun tras la muerte de sus hijos", dijo Van Leeuw- ante la barbarie. "Es una muerta en vida. No sabría decir si es incapaz de hablar o si decide no hablar más porque no merece la pena", aseguró el director.

En la vida de Jacqueline, el dolor empieza a aflorar cuando salva a un hombre herido de morir desangrado -interpretado por Afazali Dewaele- y se reencuentra con el sentimiento. Se resquebraja la coraza y se abren las compuertas del dolor.

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