josé luis garcía-pérez. actor

"El trato a la cultura nos retrata mejor que el Informe PISA"

  • El intérprete sevillano protagoniza junto a Blanca Portillo 'El cartógrafo', de Juan Mayorga, una obra sobre la memoria (y el olvido) que llegará este fin de semana al Teatro Alhambra

El actor José Luis García-Pérez (Sevilla, 1972).

El actor José Luis García-Pérez (Sevilla, 1972). / efe

Durante el Holocausto, en Varsovia, un anciano judío, cartógrafo aficionado, se empeña en crear un mapa del gueto, pero no geográfico sino humano, una memoria del dolor inseparable de los lugares donde éste irrumpe en un grado inexpresable; como es demasiado viejo y sus piernas no le responden, el encargo lo materializa, siguiendo sus indicaciones, una niña, su nieta. En nuestros días, la mujer de un empleado de la Embajada española en la capital polaca, decide averiguar si esa leyenda es real, y la búsqueda de esta verdad la enfrentará al dolor de la vida en común con su marido, marcada por una trágica pérdida. Estas historias en tiempos entrelazados constituyen el punto de partida de El cartógrafo, una obra escrita y dirigida por Juan Mayorga, figura imprescindible para entender el teatro español contemporáneo. La llevan a escena el 13 y 14 de enero en el Teatro Alhambra con Blanca Portillo y José Luis García-Pérez en escena, dos viejos conocidos.

-¿Cómo se aborda y se representa un trauma inconmensurable, un sufrimiento que las palabras no pueden contener?

-El camino que ha seguido Juan, el camino por el que él quiere llevar al espectador, tiene algo de advertencia contra la dictadura del presente. Día a día olvidamos el pasado, como si sólo importara lo que ocurre hoy, y eso es peligroso. ¿Hay que mirar hacia adelante? Sí, por supuesto, pero sin perder la memoria, que es lo que nos conforma. Esto vale para el plano histórico o colectivo, presente en la obra a través del Holocausto, pero también en el personal. Nuestro pasado tiene que convivir con nuestro presente porque el presente, a fin de cuentas, qué es sino una sucesión de pasados.

-En Mayorga siempre resuena el pasado, para él es fundamental la idea de que el pasado siempre vuelve, o no se va del todo, o se queda dentro de cada uno, con lo cual hablar del pasado siempre es hablar del presente...

-Y además estamos en un presente en el que cada día implica un intento de olvidar demasiadas cosas. Sin ir más lejos, igual que en su momento los europeos decidieron de algún modo dejar morir a los judíos, tan europeos como el resto de la población, hoy también le estamos damos la espalda a otros. Es tan fácil, a la vista está, como ponerle una etiqueta al grupo de gente en cuestión que queremos dejar de lado, y olvidarlos porque son ellos y no nosotros.

-En España sabemos algo de ese conflicto que aborda la obra, entre la necesidad de recordar, plenamente humana, y la tentación, no menos humana, de olvidar. El problema es que aquí la memoria se convirtió casi siempre, en el debate público, en un chusco instrumento para el pimpampún entre partidos...

-Bueno, yo aquí hablo desde mi punto de vista, porque la función no plantea ningún dogma ni aspira a dar ninguna respuesta, más bien todo lo contrario. Y mi punto de vista es que dar la espalda a la historia es darnos la espalda a nosotros mismos. De nada sirve querer olvidarse de las cosas. Hay que aceptarlas, y desde ahí todo sana. Como en la vida. Uno de los personajes intenta superar algo muy duro a través del olvido, pero pasa que el olvido es una falsa solución. Esto, en lo colectivo, los políticos españoles lo han gestionado muy mal, pero no es de extrañar porque viven en su burbuja, intentando resolver sus cosas, que en el mejor de los casos creen que son las nuestras, pero rara vez lo son.

-Trabaja con Blanca Portillo, que además fue su directora en La avería y Don Juan Tenorio. ¿Le ayudó eso a conocerla mejor?

-Blanca es mi amiga y además la mejor actriz que he visto en mi vida, por lo que estar con ella en el escenario es un placer y un honor. Decía Michael Caine que no había que obsesionarse con el texto de uno mismo, porque el texto está en realidad en la mirada de quien tienes enfrente, y esto con Blanca, porque nos queremos y nos entendemos muy bien, se da de una manera excepcional. Más que trabajar, que también, y duro, con ella lo que hago es aprender cada día.

-¿Y Mayorga? Tiene un corpus ya muy extenso, con temas y formas muy personales y reconocibles. ¿Qué le atrae de su mundo?

-Mira... Todo. Yo tengo la suerte, y esto se verá dentro de décadas, o dentro de un siglo, de estar trabajando posiblemente con el mejor dramaturgo europeo de nuestros días. Es un sabio, literalmente, y muy generoso y muy humilde, lo cual por encima de todo lo convierte en un gran ser humano. Su literatura, su poesía en el decir, la profundidad de los personajes, la manera en su teatro de apelar e implicar a la imaginación del espectador... Es de otra galaxia.

-Me dijo un compañero que por favor no le preguntara por el 21% del IVA cultural...

-[Risas] Es un mantra, sí. Pero el mantra dura ya años...

-La cuestión es que, precisamente por haberse convertido en una coletilla, no sé si fuera del sector cultural se entiende de verdad el impacto que ha supuesto ese 21% en un panorama que ya estaba tocado antes...

-Es un navajazo, así de claro. Y por eso han cerrado la cantidad de compañías que han cerrado y hay una cantidad tan brutal de compañeros en el paro o trabajando sin cobrar prácticamente... Quien quiera hacerse una idea de la hecatombe, está todo muy clarito en el Informe Sociolaboral de Aisge. Si existiesen razones y redundara en algo bueno para todos, pues vale, venga, pero es que yo no le veo sentido económico a esa medida, no salen esas cuentas, vamos, así que tengo que pensar que obedece a motivos ideológicos.

-Y esos motivos ideológicos ¿son premeditados, responden simplemente a la ignorancia, son una consecuencia de esa forma de la pobreza que es el utilitarismo...?

-No quiero pensar que es premeditado porque sería muy doloroso e implicaría una traición al propio país. Y si este trato a la cultura responde a la ignorancia, apaga y vámonos, porque entonces nos retrata como sociedad de una forma horripilante, mejor que el Informe PISA. No sé a dónde dirigir el dedo acusador, pero sí sé que es un error muy grave.

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