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Los vacíos silentes del tiempo

  • La fotógrafa granadina Eleazar Ortuño expone en Cádiz 'Forgotten land', donde retrata la tragedia que originó el volcán Gunung Merapi

Sala Kursala Cádiz

El Vicerrectorado de Proyección Internacional y Cultural de la Universidad de Cádiz hace tiempo que ha mostrado una entusiasta implicación hacia la moderna fotografía. En el edificio Constitución de 1812, se encuentra el Aulario de la Bomba, sede la Facultad de Letras y antiguo espacio cuartelario -de ahí el nombre- donde se mantiene con contenido expositivo permanente la sala Kursala, hasta donde llegan, sin solución de continuidad, los más significativos artistas de esta fotografía que es, sin duda, uno de los aspectos con mayor proyección del arte actual. Los proyectos fotográficos que se presentan en La Kursala de Cádiz están dirigidos por el fotógrafo Jesús Micó, cuyo conocimiento de tal realidad artística sirve para que la sala gaditana sea uno de los centros más activos que existen de la fotografía en Andalucía. Esta exposición que ahora nos ocupa constata lo anteriormente expuesto y sirve para encontrarnos con unos de los nombres propios más interesantes de la fotografía andaluza.

Eleazar Ortuño es una fotógrafa granadina con una amplia experiencia y un unánime reconocimiento como se demuestra en las especialísimas comparecencias efectuadas en los foros fotográficos más importantes. Actualmente está al frente de la dirección de proyectos artísticos Fotografía & Visual Research en Producciones Alamofilms. Es licenciada en Comunicación Audiovisual, tiene dos masters en dirección de fotografía por las escuelas de cine EFTI y ESCAC y ha participado en certámenes de fotografía como PHotoEspaña y Map11 The Toulouse Photography Festival.

La exposición gaditana que lleva por título Forgotten Land parte de una trágica historia humana. El 26 de octubre del 2010, el volcán Gunung Merapi que centra la geografía de la isla de Java, entró en erupción, dejando a su paso más de 300 muertos y una cantidad ingente de evacuados y desaparecidos. Los pueblos y aldeas se llenaron de cenizas; las casas perdieron su fisonomía habitual tras la capa de espanto y destrucción que lo envolvió todo. La artista granadina tuvo un impresionante campo donde mirar y reflejar, no sólo la imagen de tragedia que perduraba tras los espacios cubiertos por lo que dejó la erupción sino que aquel abandonó le podría proporcionar una inquietante metáfora del tiempo y la memoria.

Espacios que perduran en el tiempo han perdido su identidad física envuelta en una capa transformadora que hace revivir momentos que jamás volverán a ser lo que fueron y lo que dejaron. Los objetos mantienen su imagen pero cubierta de nostalgia y de trágica significación. La figura humana es el solitario contrapunto de medido cromatismo, en medio de un escenario que hace potenciar el recuerdo de una vivencia eternizada por el polvo y la destrucción.

Eleazar Ortuño hace un silente canto al tiempo que ha parado su discurso y roto la esencia discursiva de la vida. La historia suspende su tiempo, la memoria recupera su máximo sentido y el presente atrapa el misterio del pasado. Es la bella interpretación de un paisaje humano cubierto por el trágico misterio de una realidad que sirve a la fotógrafa granadina para mostrar un bello desarrollo visual abierto a los silencios y misterios que el tiempo proporciona.

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