Actual

Una velada espectacular con Charles Dutoit

Royal Philharmonic Orchestra. Programa: Maurice Ravel, Ma mère l’Oye, Suite (Mi madre la Oca) y La Valse (El vals); Manuel de Falla, Suite núm. 2 de El sombrero de tres picos; Ottorino Respighi, Fontane di Roma (Fuentes de Roma), Pini di Roma (Pinos de Roma). Director: Charles Dutoit. Fecha: 01 de julio de 2012. Lugar: Palacio de Carlos V.

Resulta todo un lujo poder asistir al espectáculo que supone la presencia de Charles Dutoit en el podio de director frente a una orquesta como la Royal Philharmonic de Londres. Ya la sola presencia del director habría sido razón suficiente para apartarse del televisor y realizar un feliz peregrinaje al Palacio de Carlos V; pero si por añadidura dirige a uno de los instrumentos sinfónicos más perfectos de Europa, la ocasión se plantea francamente irresistible.

Para su segunda actuación al frente de la Royal Philharmonic, Dutoit escogió un programa de música francesa del siglo XX, un repertorio que conoce a la perfección y del que ha realizado algunas grabaciones consideradas como obras maestras de la fonografía. Con un programa que oscilaba entre el impresionismo y descriptivismo, director y orquesta sacaron el máximo partido al extraordinario poder evocativo de las obras seleccionadas.

La primera parte se abrió con Ma mère l’Oye de Maurice Ravel, una delicada partitura que recrea todo un mundo de sensaciones e imágenes vinculadas al universo infantil. El efectista uso de la tímbrica orquestal y el diseño de un universo onírico de juegos y personajes imaginarios son algunos de los logros de Ravel en esta obra, dando toda una lección compositiva al demostrar que ningún tema o motivo de inspiración es desdeñable a la hora de componer buena música. Escrita originariamente para piano a cuatro manos, el trabajo de orquestación que el propio Ravel realiza de la partitura es magistral. Estas circunstancias fueron aprovechadas por Charles Dutoit para extraer un amplio catálogo de sonoridades, delicadas y cálidas, a la Royal Philharmonic; cabe destacar, por su carácter semántico, las intervenciones del clarinete y el fagot en Bella y la Bestia, o la rica sonoridad de carácter oriental de La princesa de las pagodas.

La segunda obra del programa fue igualmente evocadora, aunque en una línea folklórica muy alejada de la anterior, pues la segunda suite de El sombrero de tres picos de Manuel de Falla nos transporta al universo de la música nacionalista española. Si bien Dutoit no es especialista en música española, su aproximación a la obra resultó muy acertada (no en vano, en 1999 grabó el ballet completo para Decca). Escogió darle un carácter rítmico reposado, aunque muy adecuado, permitiendo describir cada pasaje melódico de la farruca que compone la Danza del molinero; la jota resultó, por momentos, poco flexible, pero la grandiosidad sonora de la orquesta hizo que el resultado final fuese el adecuado.

Ravel volvió a aparecer en el programa con La Valse, un homenaje revisionista a la Viena imperial. El conocimiento que Dutoit tiene de la Royal Philharmonic se hace evidente en páginas como ésta, en la que consigue el balance adecuado en cada sección para, con serena sencillez, construir un complejo discurso sonoro lleno de matices, que fue muy del agrado del público.

Pero lo mejor del concierto estaba todavía por llegar, cuando Dutoit acometió con decisión y complicidad las Fuentes de Roma y los Pinos de Roma de Ottorino Respighi. Las cuerdas de la orquesta londinense, potentes en número y dúctiles en interpretación, abrieron las Fuentes de Roma dejando que un delicado sonido surgiera de sus arcos para inundar el escenario. A ellas pronto se unieron los vientos, verdaderos caños sonoros que borbotearon sus motivos melódicos sobre el remanso de las cuerdas sin aparente dificultad. El resultado fue un cuadro sonoro perfecto y evocador, en el que cada pincelada de sonido cumplía su función expresiva.

Si belleza de las Fuentes fue suficiente para cautivar el ánimo de los asistentes, con los Pinos de Roma Dutoit nos terminó de conquistar por completo. El vigor de unas potentes cuerdas, empastadas y presentes esta vez en todo momento, se completó con los ricos juegos temáticos de las secciones de viento. Los motivos se sucedían como si surgieran mágicamente de entre aquel numeroso conjunto de músicos, construyendo el complejo entramado de melodías a través de una rica tímbrica que en ningún momento resultó descompensada, y que en modo creciente fue captando el interés hasta culminar en una apoteosis de sonido sorprendente. El director aprovechó la arquitectura del Palacio de Carlos V para situar un grupo de metales en la logia superior, y de este modo jugar con el espacio sonoro y establecer distintos planos interpretativos. Un Dutoit abrumado y encantado a la vez salió a saludar hasta cinco veces, reconociendo en cada ocasión el mérito de su orquesta, a la que hemos de agradecerle el haber hecho de la velada algo espectacular.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios