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La verdad de Pepa Montes

Pepa Montes no tiene edad. Cuando sale al escenario se para el tiempo, su baile es etéreo, sus manos hipnotizan. Bailaora es el espectáculo más completo que hemos visto en este ciclo de Flamenco viene del Sur. La obra expone pura y simplemente la verdad de su autora, que pasa por ser, junto con Manuela Carrasco, Milagros Mengíbar y Merche Esmeralda, la bailaora más en forma de su generación. La carismática bailaora de las Cabezas de San Juan nos presenta un programa flamenco e íntimo, surgido de las entrañas. Tanto ella como su cuadro son excelentes. La creación musical, un continuo ritmo sin tregua, donde tiene mucho que ver el compás y la percusión, es uno de los valores más importantes de la obra. Destaquemos al guitarrista Ricardo Miño, marido de la bailaora, al pianista Pedro Ricardo Miño, hijo de ambos, y a los cantaores Vicente Gelo y Sebastián Cruz. La obra no tiene un claro argumento, es original en sí misma. Sin embargo, comienza con el gran tópico de la academia de baile, donde Pepa entra sin zapatos y se calza en mitad del escenario, para enseñar algunos pasos a dos de sus alumnos, que resultan ser dos grandes exponentes de la 'escuela sevillana'.

Unos fandangos que contienen pases de bulería y soleá sirven de comienzo del espectáculo, mientras el pintor Manuel Machuca realiza un retrato de la artista en directo. Después, el mismo pintor interpretará unos naturales no muy conseguidos.

Casi sin parar comienzan las cantiñas Recordando a Cádiz. Pepa, con su bata blanca, se impone como una diosa, como esa obra de arte efímera que tratamos de mantener en la retina. Pero a una vuelta le sigue otra, y el juego de brazos y el baile de la cola y el vuelo del mantón. Como las grandes se mueve sin aparente dificultad. Se sabe grande, se conoce bella, y así lo muestra. Los dos bailaores de apoyo, a la postre, siguen sus pasos. Un silencio total, incluso con luces apagadas, antes de las escobillas, conceden otro original atrevimiento.

Pedro Ricardo Miño sale a escena, da las buenas noches y se sienta frente al piano. Hace una bellísima granaína, más cercana a la estética clásica que a los cánones flamencos. Y es que el teclado todavía anda en la frontera de los instrumentos aceptados. Son muchos, sin embargo los que visten el piano de toda legitimidad (desde Chano Domínguez o Diego Amador hasta Dorantes). Estas granaínas, como no podía ser menos, se abandolan en fandangos del Albaicín, que entona, con alguna objeción, el cantaor sevillano Vicente Gelo. Continúa el piano por bulerías, que lo secundan los demás músicos. Para pasar a uno de los momentos álgidos del programa, la caña, que culmina con la soleá Bailaora, que le da nombre a la obra. Montes, con vestido de cola roja se entrega con pasión.

La rondeña, un mano a mano entre el piano y la guitarra, entre padre e hijo, es otra pequeña obra de arte, que termina por fiesta, y da pie a exponernos su última pieza Zorongo. Se trata de pasar el mismo zorongo gitano y otras piezas de García Lorca por el tamiz de las bulerías. La bailaora está arrebatadora, el movimiento de sus manos es difícil que se me olvide en mucho tiempo.

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