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Esta vez no, Joe...

  • Nos tiene acostumbrados a bandazos irregulares. Quizás por ello, tras el brillante 'Volume 4', ahora toca una de arena

Personaje clave en la explosión de la nueva ola británica de los 80 y autor de discos tan emblemáticos como Look Sharp! e I'm The Man, ambos publicados en la antesala de aquella década prodigiosa con un intervalo de apenas diez meses, Joe Jackson se desmarcó raudo del corsé estilístico para lanzarse a explorar terrenos que en absoluto le eran ajenos, tanto por su formación como instrumentista -el violín y el piano estuvieron en su vida desde la infancia- como por su propio gusto melómano -que alternó sin reparo alguno la escucha abierta de cualquier tipo de material, clásico o popular-.

Si aquellos primeros títulos fueron consecuencia lógica de la efervescencia pop del momento o fruto de una calculada estrategia para estirar el cuello y mostrar la cabeza entre un pelotón realmente abigarrado es un detalle que pierde importancia ante la simple excelencia de sus canciones. En cualquier caso, lo cierto es que Jackson, ya en el tercer capítulo de su discografía, Beat Crazy (1980), optó por el leit motiv genérico e inició su particular acercamiento a estilos concretos, fueran éstos el reggae, el swing -rescatado de la nostalgia con notable energía en el electrizante Jumpin' Jive (1981)- o el clasicismo del Tin Pan Alley con ecos porterianos -evidentes en el título mismo de su siguiente entrega, Night and Day (1982)-. Tentado por el cine -la BSO de Mike's Murder- y el jazz -Body & Soul (1984)- su trayectoria se diversifica así en una serie de intentos, a veces certeros y en no pocas ocasiones fallidos, por no dejarse atrapar en molde alguno, actitud compartida con su ilustre contemporáneo y rival Elvis Costello. Lo cual no significa que en ocasiones no se haya decantado por revisar lugares ya visitados. Lo hizo en un retorno con matices a la contundencia new wave en el celebrado Volume 4 (2003), con rescate de su banda original incluido y, en cierta medida, reincide en la misma línea con este irregular Rain, inmerso en ese clasicismo pop que tan grato le es al inglés.

Con el piano como protagonista principal del habitualmente robusto ropaje armónico, Jackson parece ir dando una de cal y otra de arena -el espasmódico lirismo de la inicial Invisible Man, por ejemplo, contrasta con su acaramelada mutación en un Michael Stipe atacado de melancolía (Wasted Time)-, en un álbum que si bien depara momentos de altura -la tranquila formalidad jazzie de The Uptown Train, sin ir más lejos- por lo general peca de previsible y excesivamente delineado en su aséptica pulcritud. En definitiva, que revalida esa condición de talento intacto pero inspiración variable. Un importante detalle que, a diferencia de la del antes mencionado Costello, impide considerar su carrera como un todo imprescindible en el devenir de la música popular de las últimas décadas.

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