Música hoy

Un viaje interior al corazón de la Luna

  • Roger Waters conmociona en el campo de fútbol de Atarfe con uno de los espectáculos de rock más impresionantes que han pasado por Granada en 'The dark side of the Moon'

Mágico. Hipnótico. Psicodélico. Fantástico. Ni el frío ni la lluvia pudieron anoche en el campo de fútbol de Atarfe con el espectáculo de rock más grandioso que ha pasado por Granada, tan sólo comparable a los fabulosos montajes que llevan por la carretera los Rolling Stones o U2. Roger Waters y su séquito de músicos, de efectos y de sorpresas dejaron a miles de espectadores boquiabiertos, extasiados, drogados en en ese inmenso viaje interestelar que es The dark side of the Moon, un viaje irrepetible. El de anoche fue el viaje interior al corazón de la Luna.

Más de veinte mil personas. Equipo impresionante. Sonido (casi) perfecto. Sonido, además, cuadrafónico, lo cual permitía a los espectadores escuchar todo el concierto con total nitidez estuviesen donde estuviesen. Era como estar dentro de una película con sensorround 5.1. Era como estar dentro de la cabeza de Roger Waters, dentro de sus sueños y sus pesadillas.

El concierto empezó con una puntualidad meridiana. Antes de hincarle el diente al disco The dark side of the Moon, Waters y los suyos se recrearon en una primera parte que comenzó con el impresionante In the flesh, del disco The Wall, e hicieron un repaso a algunos de los mejores temas de Pink Floyd, como Mother, el increíble Set the controls for the heart of the sun, tema que ya hizo entregarse al público mientras en una pantalla gigante aparecían las imágenes de los primigenios Pink Floyd, liderados por su fundador, Syd Barrett, en una playa.

Si espectacular era el sonido, espectaculares lo eran también las imágenes sincronizadas con la música que, además, iban subrayando las letras de las canciones con imágenes alusivas. Cuando comenzó a sonar la versión resumida de Shine on you crazy diamonds, del disco Wish you were here, con el tremendo saxo de Ian Ritchie y las magníficas guitarras, copias totales del estilo de David Gilmour, de Chester Kamen, Snowy White, y Dave Kilminster, el público ya sabía que la actuación iba a ser algo muy serio.

Sonó Have a cigar, potente tema que en su formato de vinilo, abría la cara B de Wish you were here, para luego dar paso a piezas menos conocidas de Waters, aunque políticamente muy comprometidas, como Southampton dock, The Fletcher Memorial Home y Perfect sense. Luego, Waters anunció que iba a tocar un nuevo tema, Leaving Beirut. El público quedó expectante. Sonó una preciosa canción que conseguía poner la carne de gallina sobre la situación en la capital libanesa y los recuerdos que Waters tenía de ella en un viaje de su juventud. Luego, otro de los grandes momentos de la noche: Sheep, del disco Animals. Mientras sonaba, el famoso y gigantesco cerdo que Pink Floyd hicieron famoso en 1977 debía elevarse sobre las cabezas de los asistentes. Pero en este caso la lluvia sí se impuso: los técnicos se resistieron a soltaron y, pese a los intentos del propio Waters para que lo dejaran volar, allí quedó amarrado. El famoso cerdo, uno de los grandes iconos del grupo británico y pintado en esta ocasión por el granadino Raúl Ruiz, El Niño de las Pinturas, mostraba los mensajes reivindicativos que tanto le gustan a Waters (en los últimos cerdos había pedido la rebelión contra George Bush en Estados Unidos o había denunciado la tortura; ayer pidió el voto para Obama y lanzó mensajes como "las religiones nos separan" y "el miedo construye muros").

Fue el final impresionante de la primera parte. Ahora llegaba el momento más esperado, la contemplación, en vivo y en directo, de The dark side of the Moon, tal vez el mejor disco de Pink Floyd y, desde luego, su trabajo más vendido en todo el mundo.

Oscuridad. La Luna. Una Luna inmensa, mortal, brillante, llena. De pronto, mientras comienzan a sonar los primeros latidos del corazón de Speak to me, la canción que abría el disco, en la pantalla parpadea un punto rojo que se va acercando al escenario. Termina siendo una señal luminosa de una nave espacial al modo de 2001: Una odisea espacial, de Stanley Kubrick, director con el que Pink Floyd tuvieron sus más y sus menos cuando éste les pidió utilizar la canción Atom heart mother para la película y ellos se negaron. Waters siempre quiso compensarlo por aquel error.

Inmediatamente, suena el tema Breathe, una breve pieza que desemboca en el alucinógeno On the run. Otra vez está presente 2001: Una odisea espacial. Las imágenes que se proyectan mientras suena el sonido de los sintetizadores con una absoluta perfección son muy similares al viaje a las estrellas del final de la película de Kubrick. Es uno de los momentos más hipnóticos de la noche. Las imágenes se ven salpicadas de pronto por carreras de Fórmula 1 o ráfagas de disparos. Finalmente, el tema termina con una explosión.

Sin previo aviso, y amplificados por el impresionante sistema de sonido, suenan despertadores y alarmas de relojes por todos los rincones del estadio de Atarfe. Son la introducción del tema Time, al que sigue un prólogo de percusiones increíble de Graham Board. Tras Time, regreso a la segunda parte de Breathe y comienzo de otro de los grandes temas, The great gig in the sky, en el que Carol Kenyon, una de las cantantes que acompañan a Waters en esta gira junto a P.P. Arnold y Sylvia Mason-James, hace verdaderas proezas con la voz y arranca los olés del público. El ambiente está ya a tope y los corazones inflamados.

Suenan las cajas registradoras de Money y el público estalla. Es el tema más famoso del disco, el que colocó a Pink Floyd en la cúspide del rock y uno de los grandes himnos de la banda. Waters, que se ha pasado la noche alternando guitarra y bajo, hace restallar el conocido riff de la canción. El público, a esas alturas, está enfervorizado y entregado en los siguientes temas, Us and them y Any colour you like. Suena de pronto al triste guitarra de uno de los temas más hermosos de Pink Floyd, Brain damage, 'daño cerebral', escrito para Syd Barrett. La triste melodía enlaza con el final del disco, Eclipse, y la letanía de la letra: "All that you touch / All that you see / All that you taste / All you feel...All that is gone/ All that's to come /and everything under the sun is in tune/but the sun is eclipsed by the Moon. (Todo los que tocas/todo lo que ves/todo lo que saboreas/todo lo que sientes... Todo eso ya se ha ido/todo eso está por llegar / y todo bajo el sol está en armonía / pero el sol ha sido eclipsado por la Luna)". Es el final. Una voz dice: "En realidad, no hay una cara oscura de la Luna. Allí todo es oscuro". El público estalla en aplausos. La función ha terminado.

O no... Tras unos minutos con el público pidiendo más, reaparece la banda y suenan temas como el archiesperadísimo Antoher brick in the wall, Vera y Bring the boys back home. Es la conmoción. Roger Waters ha vencido al agua de su apellido que amenazó durante todo el día el concierto. Ha demostrado su enorme poder creador y sus enormes dotes de crear espectáculo. Suena otro tema más y todo se acaba realmente cuando el grupo termina de ejecutar Comfortably numb. Han sido casi tres horas de espectáculo, de imágenes escupidas por la gran pantalla hasta la retina de espectador. Ha sido uno de los mejores montajes del mundo.

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