Análisis

Fran Ibáñez

Britanos brexitanos

El Brexit es un contrasentido que debió encararse seriamente desde su gestación

El Reino Unido es un país que suele arropar su opinión en un manto de armiño raído y polvoriento. El ego que ha florecido durante la crisis no lo sentían los ingleses ni en tiempos de la reina Victoria, cuando la India era la joya del imperio británico. Quizás los icenos gastaron ese tesón bajo la rebelión de Boudica cuando se armaron de valor para ser masacrados en la derrota por los romanos.

El Brexit es un contrasentido que debió encararse seriamente desde su gestación, en el primer momento en el que Margaret Thatcher insistía su I want my money back. La actitud de mano izquierda debió arremeter con un derechazo que concibiera firmes los pilares de la Unión. Un continente que ha escrito su historia de guerra en guerra, que ha visto durante el siglo pasado dos de los conflictos bélicos más devastadores entre naciones en todos los puntos del planeta ¿no es acaso meritorio anotar un punto a su favor en estos sesenta años de paz desde que el Tratado de Roma fuera firmado? Un proyecto único que reúne en sus estatutos el respeto, la tolerancia, la igualdad entre diferentes culturas y orgullos patrios, la libertad de circulación y el regalar a las nuevas generaciones la identidad de ciudadano europeo. Ya no hace falta vestir uniforme militar para cruzar la frontera, como tantos bisabuelos que saltaban como conejos de trinchera en trinchera, ni necesariamente exiliarse con maletas de cartón y lo puesto para salvar la vida. El espíritu con el que hombres y mujeres se subieron dispuestos a tirar el muro de Berlín es el mismo con el que debería defenderse, con la misma bravura y el mismo ímpetu, los derechos y la integridad de todos los miembros que conforman la Unión Europea.

El día que su soberana de jubileo cese, estallará la pompa que recubren Buckingham y Balmoral, porque ella es la madre que alimenta a un pueblo que recuerda siempre haber salido de los abismos siendo independiente. Si la muerte de Winston Churchill trajo el deshielo del imperio en ultramar, cuando el puente de Londres caiga (es el nombre clave con el que el primer ministro recibirá la noticia de que Su Majestad ha muerto según el protocolo luctuoso establecido) el Reino Unido afrontará nuevos problemas que no han batallado mirando al futuro, sino engordados con el peso de las conquistas pasadas, y se convertirá en un país más, con la misma y exacta vulgaridad que el resto.

La de vueltas que da la vida: hace cincuenta años, el general y presidente de la república francesa, Charles de Gaulle, decía no a la entrada del Reino Unido en la Comunidad Económica Europea, ahora es Reino Unido el que firma el sí para su salida. Esperemos que las ínfulas de la xenofobia no sean el único valor que se infundan los hijos de Britannia.

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