Gracias, Lucas Alcaraz. Gracias por haber acudido a la llamada de tu 'madre futbolística' cuando menos lo quería porque era cuando más lo necesitaba. Gracias por haberte metido en la boca del lobo, por haberte dejado manejar en un club donde se pasan mejor la pelota que entre los propios jugadores de la primera plantilla. Gracias por haber intentado poner el mínimo de orgullo y de sentimiento de pertenencia en una propiedad ajena, que aunque lleva el nombre de Granada CF, y que nació en los albores de los años 30, cada vez parece menos de aquí (o al menos se siente menos de aquí). Gracias por asumir un reto que sabías imposible ya desde tu presentación, cuando dijiste que preferías poner la mancha de un descenso en tu currículum que a no responder a la llamada de club de tus amores, del que sigues pensando que le debes más que ellos a ti, pero que es completamente al revés.

Gracias, Lucas, por haberte dejado los sesos, por exprimir hasta la última gota de tus conocimientos en cientos de partidos de Primera y Segunda, para tratar de hacer jugar a un equipo de parias, de rufianes de puerto y de soldados de fortuna (salvo excepciones que todos sabemos), de imberbes con demasiada plata en los bolsillos e inquietudes banales. Gracias, también, por haber intentado que les doliera la casaca que vestían. Gracias por haber pensado hasta casi el final del partido contra el Valencia que si a este lo ponías aquí y al otro por allá, quizás daría resultado cuando sabías que no iba a darlo porque con esta plantilla es imposible hacer nada decente salvo que tu rival de turno se equivoque (y mucho). Gracias por asumir en enero la renovación, en una decisión lógica que asumía el descenso y empezaba a construir con antelación el regreso y que ahora, estos mercaderes de oriente, te han quitado sin flema británica. Gracias, Lucas. Tú no tienes la culpa.