Análisis

Ricardo Flores

Secretario general de CCOO de Granada

Hicimos, hacemos y haremos historia

Entonces fue simple represión. Tiempo de silencio tras la derrota republicana en la guerra civil. España era una cárcel inmensa. Hubo de esperar hasta mediados de los cincuenta para que el movimiento obrero comenzara a reorganizarse a cuenta gotas desde algunos efectivos que salían de la cárcel -la mayoría quedaban quemados- y jóvenes que no habían vivido la cruenta experiencia de la guerra. La conjunción de ambos -básicamente del PCE-, jugándose en cada acción clandestina su propia libertad, permitió que a comienzos de los sesenta la oposición antifranquista granadina, por ejemplo, tuviera presencia comunista -y sólo comunista- en empresas significativas de la capital y sectores agrarios repartidos por la provincia. Y, de nuevo, la represión con la detención y encarcelamiento de dos centenares de militantes de ese partido. Y vuelta a empezar.

Por ello, no es de extrañar que el 1 de mayo, la jornada de lucha por excelencia del movimiento obrero, no tuviera virtualidad alguna -como en el caso de nuestra provincia- hasta 1965. Y aún así, se podían contar los veinte o treinta militantes que quedaban en el Triunfo, dando vueltas y disimulando su presencia hasta que la Brigada Político Social detenía a alguno -todos eran conocidos- o pedía el carnet a otro y se lo llevaban a la triste comisaría de Los Lobos. Estos militantes fueron el embrión de las primeras CCOO que, a partir de mediados de los sesenta, aprovechando las elecciones sindicales de 1966, conquistaron espacios de representación en el sindicato vertical. Cada nuevo militante era una conquista y llegar al centenar -ahora con presencia de militantes cristianos de base- para preparar el 1 de mayo de 1968 que reunieron en la iglesia del Pilar en el barrio de la Virgencica, era todo un éxito. Era una hazaña confeccionar, por entonces, un escrito dirigido al Arzobispo de Granada para que se hiciera eco -no había ningún otro medio para hacerlo- de las demandas sociales en las que se denunciaba la explotación y la complicidad de la propia iglesia con el régimen.

Y, en la medida en que el movimiento obrero se hacía más fuerte, el régimen respondía con más represión: el estado de excepción de 1969 -que era una vuelta de tuerca de la dictadura, una especie de dictadura en la dictadura- y el de 1970, con la desarticulación, de nuevo, de las CCOO y del PCE. Y, así, cada 1 de mayo hasta la muerte del dictador, conocía nuevas detenciones y procesamientos en el Tribunal de Orden Público por el simple hecho de confeccionar o repartir una octavilla. Es necesario recordar las dos decenas de detenciones durante el encierro en la Curia del 30 de abril al 1 de mayo de 1975, que demandaban libertades democráticas y derechos laborales; o la caída de 54 militantes de CCOO en el Barranco del Sombrero cuando preparaban el 1 de mayo de 1976, de los que fueron a parar a la cárcel casi dos docenas y, el resto, sancionados con fuertes multas por el Gobierno Civil. Ni siquiera el 1 de mayo de 1977 pudo celebrarse la manifestación, aunque los sindicatos de clase se habían legalizado unos días antes.

Es necesario recordar todo esto porque entonces y ahora hemos tenido que luchar por conquistar palmo a palmo cada derecho; porque entonces con represión pura y dura y ahora con otros recursos coercitivos, el movimiento obrero sabe que ni antes ni ahora nos han regalado nada. Por ello, el 1 de mayo, sigue siendo un día netamente reivindicativo e identitario para seguir resistiendo o avanzando en derechos sociales y laborales. Hemos vencido obstáculos y demostrado que seguimos siendo el mejor baluarte y garantía de los derechos y libertades democráticas de los trabajadores y trabajadoras.

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