Análisis

Reyes muñoz-cobo

Nadie muere mientras haya quien le recuerde

Mi abuelo, abogado y periodista se presentó en la comisaría de la calle Navas y ya no volvió

Escribo estas palabras no sólo para honrar la memoria de mi abuelo José María García Quesada, que era abogado y periodista, y que fue fusilado en esta tapia la madrugada del día 11 de septiembre de 1936. Estas palabras quiero que sean un homenaje no solo a su viuda, mi abuela Mercedes, sino sobre todo a todas las mujeres y hombres de España que tuvieron que vivir en la sombra, en un silencio impuesto desde aquel lejano mes de julio de 1936. A todos ellos es a los que hoy, especialmente, quiero recordar. Quiero, junto a tantos otros, devolver la dignidad a los que nunca la perdieron. (…) Mi abuela, Mercedes Moreno, vivió con miedo, murió de pena (…) Le arrebataron a su marido pero no le pudieron arrebatar la memoria. LA MEMORIA para contar su historia, que es la de miles de mujeres y hombres que vivieron el horror de la represión. (...) Actos como éste nos hacen creer en una España que desea recuperar la memoria -aunque aún quede mucho por hacer- y os hacen creer en una sociedad que recuerda, honra y dignifica a aquellos que fueron asesinados injustamente en este lugar en el que hoy estamos… Da escalofrío pensarlo: aproximadamente 4.000 en unos cuantos meses.

Mi abuelo nació el 17 de mayo de 1911. (…) Escribía en el periódico El Defensor de Granada y en La Publicidad. Fue premiado por un artículo dedicado a Mariana Pineda. Como es lógico, no gustó a aquella parte de la sociedad granadina que Federico había llamado "los putrefactos". A mediodía del 10 de septiembre del 1936, miembros de Falange fueron a buscarlo a su casa. Él estaba en su despacho, así que le citaron para presentarse en comisaría a fin de responder a unas preguntas. Es lo que le dijeron a mi abuela. Le aconsejaron, mi abuela le suplicó, que al anochecer huyera por El Fargue porque ya entonces en Granada se sabía que todas las noches camiones cargados de hombres y mujeres subían al cementerio y regresaban vacíos. Pero mi abuelo, que sólo tenía 25 años, y que era un hombre limpio, un hombre bueno que no tenía nada que temer; se presentó en la comisaría de la Calle Navas, y ya no volvió. A la mañana siguiente, le llevaron a mi abuela a su casa de Plaza Nueva su reloj, su cartera, y una carta. En el sobre mi abuelo, escribió: "Viuda de García Quesada e hija". La palabra "viuda", así como las lágrimas que hacen borrosa la letra de mi abuelo, siempre me han estremecido. Una carta, la última, escrita por alguien que sabe que el tiempo y la vida se le acaban, y quiere decirlo todo en una cuartilla. Es una carta llena de amor, pasión, bondad, valentía y dignidad; no transmitió odio, tan sólo bondad y belleza. Esta carta, junto con las crónicas de mi abuela, constituyen la herencia más valiosa que nuestros abuelos nos han dejado. (...) Tenemos el deber, la obligación de no olvidar. De recordarle a él, a mi abuela y a todos los padres y abuelos de tantos hombres y mujeres víctimas de aquella España de terror. El recuerdo de mi abuelo y de todas las víctimas nos debe ayudar a construir un futuro más libre y más justo: el que mi abuelo, junto a tantos y tantos hombres y mujeres un día imaginaron. Nadie muere del todo mientras haya quien le recuerde.

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