Análisis

JUAN JOSÉ MEDINA

Sergio García, Augusta, y Rio 2016

No separo el éxito de Sergio García en Augusta a su paso por los Juegos Olímpicos

Escuché hablar de Sergio García por primera vez cuando iba al colegio, y les aseguro que de eso ya ha llovido un rato. Nunca he sido muy fan del golf. Es más, durante años no veía mérito a ese juego hasta que una vez probé a hacer un drive en un stand promocional de no sé qué marca en no sé qué feria. Y no es sólo darle palazos a una bola, como el fútbol no es pegarle patadas a un balón. Y entonces empecé a leer de Seve y a valorar a Olazábal.

Admito que soy de los que no tenía fe, pese a que empezó jovencísimo, en ver ganar un major a Sergio García. Eran demasiados años de decepciones a la hora de la verdad. Cuando no fue aquel derrumbe en Carnoustie era que Saint Andrew's se manifestaba en toda su crueldad, al igual que Augusta con sus idílicos puentes, su clima agradable, su verde intenso, y sus azaleas en flor. Tampoco soy a los que Sergio García cayera especialmente bien. Como golfista es un fenómeno. Sin duda. Pero me fallaba ese punch que podía confundirse con falta de ambición en los grandes. Pero empecé a verlo de otra manera en Rio 2016. El golf volvía a los Juegos, y ante la desbandada de los cuatro primeros del ránking mundial, escuchar a García manifestarse con espíritu olímpico, disfrutar de la fiesta que supone, y erigirse en la figura del torneo ante la huida de los grandes profesionales, acrecentó su dimensión como deportista y reforzó su carácter competitivo, pese a no ganar.

No separo el triunfo de Sergio García en Augusta de un acopio de madurez y responsabilidad tras Río. Tampoco lo hago del factor Jon Rahm, el nuevo baluarte del golf español, que desvió muchos focos hacia el vizcaíno en vez de al de Borriol. Sergio ya es un grande. Me gusta ver a deportistas con esa sonrisa de trabajo bien hecho, que no se ha quitado desde que embocó el putt de la victoria. También soy de los deportistas que aprovechan el momento, y Sergio lo hizo el domingo. Ídolo.

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