Análisis

Fran Ibáñez

Sin capitán

Lo de ciudadanos del mundo queda grande a una civilización que mira hacia sí misma

En estos tiempos, al capitán de Whitman ni está ni se le espera. No hay paz ni guerra aparente. La muerte ya no arropa en su club las nobles causas. La salsa rosa política mundial teje un telediario anestésico donde nos salpica sangre y metralla. Las calles de las ciudades sirias parecen asfaltadas con una papilla nauseabunda de tierra y vísceras de algún inocente masacrado. Los cadáveres flotan con las olas y se apilan en el fondo del mar. El mundo occidental se sirve de una mecha de terrorismo encendida por esa gran hoguera donde acontecen tantos crímenes e injusticias. Nos saltan las sobras de las bombas que allí estallan. Y eso hace que los ciudadanos temerosos busquen su seguridad en el fascismo, en la mano de hierro, en la censura a la libertad y a la solidaridad. En los que les prometen protección privándolos de todo lo demás. Turquía, puente de Europa a Oriente, camina hacia la autocracia para que el presidente pueda tener mayor control, y en la misma medida de la que se sirvió Napoleón, aglutinarse con cremalleras cerradas los tres fundamentales poderes del Estado. Estados Unidos se ríe de los fracasos de Corea del Norte mientras espera ansioso que de este acoso salga un Pearl Harbor con el que invadirlo y llevar a cabo un segundo Irak.

En Chechenia han creado un campo de concentración para homosexuales, un Guantánamo ruso para gais, expandiendo una cultura persecutoria y tortuosa para el colectivo, con las líneas previas de acoso y derrumbe marcadas desde Moscú. El cortijito de Putin en el que ejecutar su homofobia. La ONU ha exigido la libertad de todos ellos. El presidente de la república, el hacedor de todo esto, ha negado dicha aberración alegando frívolamente que no hay gais en su país. No es sólo indignante, sino insultante. Es una falta máxima y un crimen de lesa humanidad el que está teniendo lugar mientras todos tenemos nuestros ojos asombrados en esta noticia, en cómo han resucitado palabras que no se daban, por suerte, desde la segunda guerra mundial. No, el capitán de Whitman no tiene cabida en nuestro tiempo. Aquí no se ha ganado ninguna batalla. El sufrimiento sigue siendo un plato que se ofrece gratuitamente, porque es abundante y fácil de conseguir. Incompasivos y resignados vemos lo que pasa fuera de nuestras ciudades a ciegas, sin corazón.

Lo de ciudadanos del mundo queda grande a una civilización que cada día mira más hacia sí misma y no es combativa por defender ni tan siquiera los derechos humanos que son violados en algún lugar del planeta. El pueblo, que es mera denuncia, parece estar más sensibilizado que sus adormecidos representantes políticos, que son los que pueden obrar para solucionar estos problemas. Occidente ha cometido muchos errores. Ojalá pudiéramos ver conductas líderes, ejemplares, decentes que revitalizaran el espíritu y el ánimo, que nos hicieran creer en el hombre. Entonces sí sonarían las campanas y en su eco ese ¡Oh capitán, mi capitán!

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