La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

ARCO, ¡qué arte!

Por mucho mohín que ponga Arco es un supermercado en el que el dinero manda tanto como en el cine comercial

Lo que se ha retirado de ARCO no es una obra de arte. Como Los bingueros o Cincuenta sombras liberadas no son obras de arte cinematográficas, El código Da Vinci o Juego de tronos no son obras de arte literarias y El tío calambres o Despacito no son obras de arte musicales. Al igual que ARCO es un supermercado en el que las creaciones -o lo que sea- están tan sometidas a los intereses más brutales del mercado y allí el dinero manda tanto como en el más duro entorno de las superproducciones comerciales cinematográficas, la industria de la música o la lucha por las audiencias televisivas. Pura pasta. Y punto. Eso sí, muy bien vestida por críticos, creadores y galeristas con las más prestigiadas (y blindadas: no se atreva a disentir) ropas del Arte y la Vanguardia, todo con mayúsculas cuando allí, buscando el beneficio con la misma avidez que un productor taquillazos o un editor de best seller, se exponen cosas valiosas o basura oportunista que vive explotando las ya centenarias vanguardias como los nietos vagos que viven de las pensiones de sus abuelos.

Los vanguardistas de principios del siglo XX trasgredieron y crearon asumiendo riesgos… ¡Pero de eso hace un siglo o más! Las señoritas de Avignon es de 1907, el Dadá nació en 1916, lo del urinario de Duchamp fue en 1917… Lo que hoy tanto listo pretende seguir vendiendo como vanguardia o provocación es un material caducado hace muchos años. Piensen que a los vanguardistas de pega de hoy -como el tipo cuya obra se ha retirado- les separa de las vanguardias de verdad el mismo tiempo que separaba a estas del neoclasicismo. Porque de Canova, David o Haydn a Duchamp, Picasso o Stravinski va lo mismo que de estos al fulano de ARCO y otros modernos de pega.

Habría que redefinir los límites de la palabra arte. Se han dilatado tanto que entra todo. Desde cualquier ocurrencia más o menos ingeniosa hasta el engaño avalado por el prestigio de ferias y museos. Y habría que dejar claro lo mucho que el poderoso caballero Don Dinero manda en este tinglado en el que la firma es una marca cuyo valor establece, no la calidad, sino el mercado. Lo que no le impide permitirse un elitista mohín despectivo frente a la cultura popular de masas. Lean los libros de Don Thompson El tiburón de los 12 millones de dólares y La supermodelo y la caja de brillo. Los entresijos de la industria del arte contemporáneo. Porque de esto se trata.

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