Multipierna de Diego Bianchi (tres piernas saliendo de una columna), 12.000 euros, The Brain is heart de Jan Fabre (dos cerebros de silicona y una flecha), 95.000 euros, Untitled de Roni Horn (un cilindro de cristal traslúcido), 923.130 euros, y así una interminable lista de objetos como latas, hojas de mapamundi, muñecos inflables de goma tirados por el suelo -o dos figuras humanas aplastadas en el suelo, como prefieran- (Self portrait as a child de Clemens Krauss), rotulador sobre rollo de cinta adhesiva (Que Sais-Je? de Ana Jotta, que, para más INRI, se encuentra entre las obras favoritas de los influencers de ARCO 2017), que podrían encontrar en el todo a cien o en el chino de la esquina, al módico precio de un euro.

Pero ARCO es otra cosa…, es una miscelánea de mareas emocionales, de historias arraigadas de un desajuste moral y profesional entre la intención de infligir dolor o de aliviarlo, de la expresividad del interiorismo sensitivo arraigado en el antiguo Egipto… En fin, ellos sabrán…

Y mientras los expertos dicen que este año la feria de arte contemporáneo se ha vuelto más seria y recatada y que ha aparcado la provocación (¿?), los ciudadanos de a pie asistimos atónitos al timo del siglo, y lo digo como amante de todo tipo de arte, incluido el postmodernismo ilustrado, aunque no el desilustrado…

Somos más de uno los que creemos haber equivocado nuestra profesión, y que, en vez de dedicarnos a estudiar leyes, fórmulas matemáticas o huesos del cuerpo humano, deberíamos de habernos hecho artistas digitales, artistas conceptuales o artistas multidisciplinares y divertirnos estampando latas de pintura sobre cartones o ladrillos, o cortando cabezas a maniquíes para ensartarlas en un palo, y ganar cientos, miles o millones de euros.

De ahí la ARCOmanía de muchos…, más fobia que filia…, ya que no es de extrañar que la gente le tenga aversión a quienes exponen a bombo y platillo todos los años sus habilidades para quedarse con el personal, ganando con una bazofia --a la que llaman obra- lo que nunca podremos ganar en nuestra vida los pobres mortales que trabajamos de ocho a tres.

A pesar de todo, admiro estas destrezas, aunque no en el arte escultórico, ni en el pictórico, sino en el arte del engaño, y echo de menos el vaso de agua medio lleno o medio vacío que se vendió en 2015 por 20.000 euros, la caja de cartón vacía que cualquiera se podía llevar por 150 euros -ya podían haberle metido al menos un poco de pizza- o la escultura de Franco metida en un congelador (Always Franco de Eugenio Merino) de ARCO 2012. ¿Quién las habrá comprado? El arte del engaño ingenioso también tiene su mérito, y muchos de estos pseudo artistas incluso llegan a creerse su propia farsa, sintiéndose auténticos Dalís o Picassos del siglo XXI.

Por favor, sigan haciendo ARCO todos los años, ya que a muchos también nos provoca grandes momentos de satisfacción, porque unas risas como las que nos causan estas "genialidades" no se las echa uno casi nunca, tal y como está el patio de Blesas, Ratos, Urdangarines, Convergentes, 3 per cent, y Errejones variados que nos quitan el sueño todos los días. Y cuando la justicia o la política parecen reírse de nosotros, por qué el pseudo arte no puede hacerlo también… La diferencia es que de éste también nosotros podremos reírnos siempre…

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