La columna

Juan Cañavate

jncvt2008@gmail.com

Al- Hoceima

La represión de la gendarmería vuelve a recorrer las calles donde se mantienen las protestas pacificas de los habitantes del Rif

Desde que tengo memoria y desde antes que a la memoria acompañara la razón, guardo en mi retina la imagen del rey, en aquel tiempo Hassan II, que colgaba en las paredes de cada comercio, de cada tienda, de cada café de Marruecos. Una imagen que vestía, alguna veces, uniforme militar y otras la blanca chilaba de Emir al-Mu'minin, príncipe de los creyentes, de aquel hermoso país.

Desde que tengo memoria, recuerdo, igualmente, el respeto, la casi veneración que los marroquíes sentían hacia su rey, como recuerdo también la angustiosa miseria que sin el más mínimo pudor se hacía siempre presente en las calles de aquellas ciudades de mi memoria y que despertaba la reflexión de que, entre la realidad de pobreza y abandono del Rif y el fervor al rey de su población, había un cierto desajuste que a mí se me escapaba. Por eso, por una y otra cosa, nunca me gustó que desde mi país se ofendiese al rey de Marruecos. Pensaba, igual equivocado, que al ofenderle a él, se ofendía de igual manera a toda esa gente que le respetaba.

Cuando algunos años más tarde tuve la oportunidad de vivir y trabajar allí, en Al Hoceima, descubrí entre los ciudadanos de aquella sorprendente ciudad, el mismo respeto hacia su rey, pero no tanta veneración. Incluso alguna velada crítica hacia sus actos y al poco amor que el monarca demostraba al Rif en general y a sus habitantes en particular.

Después conocí que no era la primera vez y que en el año 59, la misma queja había costado muchas vidas imazighen, con el silencio cómplice de España, y algún tiempo después, al final de los setenta, yo lo vi, se repitió la historia y hoy, en estos días, el fantasma de la represión violenta de la gendarmería vuelve a recorrer las calles y las plazas donde se mantienen las protestas pacificas de los habitantes del Rif, con su líder Nasser Zefzafi a la cabeza.

Más que en aquellos años, rifeños y marroquíes, empiezan a preguntarse, para qué sirve un rey que no es capaz de escuchar las reclamaciones de justicia de un pueblo que ve cómo su país crece en riqueza mientras la miseria sigue paseándose por sus calles y arrabales.

Desde España, como otras veces, se sigue mirando con distancia y lejanía unas protestas que están pasando en una ciudad en la que aún la mayoría de sus habitantes hablan español, ven nuestros canales de televisión, son de Barça o del Madrid y no está más allá de ochenta millas de Motril.

Quizás debiéramos hacer un ejercicio de responsabilidad, más que de solidaridad, y recordar, tener presente, que hoy más que nunca, despreciar las razones de la miseria, olvidar las raíces profundas de la injusticia, mirar para otro lado, puede llegar a ser, la mayor provocación a la violencia terrorista que recorre el Mediterráneo.

Quizás debiéramos pensar en que ser solidarios con la injusticia de ese país hermano constituye una valiosa aportación a un futuro de paz y una inversión sensata.

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