palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Alegoría de Clara

LA fotografía de Clara Aguilera devorando un pepino sin pelar en un invernadero de Almería para rebatir la mentira alemana es una alegoría moderna de la patria (concebida como una huerta feraz) digna de figurar en la iconografía de los libros de texto junto, no sé, La carga de los mamelucos o Los fusilamientos del 3 de mayo. Yo he visto a mucha gente engullir pepinos: hambrientos, ávidos o famélicos, pero nunca con la resolución y la cólera con que nuestra consejera se embuchó el suyo. Si acaso me recuerda al Goya de Saturno devorando a sus hijos. El santo furor, la rabia contenida, el orgullo zaherido y sabe dios cuántas cosas más representa ese profundo bocado, esa imagen en movimiento o congelada que muestra a Clara Aguilera en el instante de introducir, con la resolución de un general conduciendo la carga de caballería, el pepino andaluz en sus profundidades orgánicas.

¡Con qué determinación, con cuánta entereza toma el pepino con la mano firme y lo hace desaparecer limpiamente para escarmiento de todos cuantos se han sumado al boicot contra la huerta andaluza! Es difícil no asociar la foto que ayer reproducían los periódicos de media Europa con La libertad conduciendo al pueblo de Delacroix, no equiparar el coraje de ambas mujeres, la una con la bandera tricolor en la mano, la otra con el pepino mordido y verdiblanco, símbolo de la enseña de una comunidad arruinada por la mentira extranjera. Es difícil no parangonar el gorro frigio de la Libertad de Delacroix con la redecilla blanca rematada por unas enormes gafas de sol que luce altivamente la consejera en el trance alegórico de tragar el pepino. O la camisa abierta de la mujer del cuadro francés con el guardapolvo de la consejera anudado someramente al cuello, a punto de resbalar y descubrir no se sabe qué secretos.

Yo tuve muy claro, desde el momento en que vi la imagen de Aguilera, que el honor de la huerta andaluza estaba a salvo, que por más que trataran de ensuciar con bacterias la grandeza de nuestros productos acabaríamos venciendo y convenciendo a los felones y a las felonas. Ayer, para vergüenza propia y ajena, la senadora (ministra) de Sanidad de la ciudad-Estado, Cornelia Prüfer-Storcks, que había propalado las acusaciones, tuvo que abjurar. Pero ya era demasiado tarde pues el daño estaba hecho y la agricultura tardará mucho tiempo en recobrar su viejo crédito. Pero queda para la historia esa dentellada arrogante y digna a la vez que resuena como los versos famosos: "Nadie humilló tus pendones / ni te arrancó la victoria, / pues de tu gigante gloria / no cabe el rayo fecundo / ni en los ámbitos del mundo / ni en los libros de la Historia". Amén.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios