Alguien vencerá

La realidad ha demostrado que se ha puesto mucho más empeño en la búsqueda de 'hechos diferenciales'

Toda esta larga serie de episodios inauditos y tragicómicos, sobre la independencia de Cataluña y sus lamentables consecuencias, dividiendo y enfrentando a los españoles naturales o residentes en aquellas provincias, abocaron, sin remedio, a la aplicación del hoy tan célebre, como desconocido antes, artículo 155 de nuestra Carta Magna y aliñando la faena, a la negociación de Mariano Rajoy con el líder de C's Albert Rivera y con el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. Le impuso este último, como condición para apoyarle en la aplicación del repetido artículo que, luego de las elecciones catalanas, se habría de abordar la modificación de la vigente Constitución, con el fin principal de adecuarla una futura reestructuración del propio Estado, que de organización territorial autonómica pasaría a ser, seguramente, de carácter federal o -incluso- confederal, lo que sería motivo de una inmensa felicidad entre los políticos nacionalistas y los de la izquierda, que tienen la rara habilidad de hacernos creer a todos que ese interés es mayoritario entre la ciudadanía, que no duerme pensando en ello. Pero eso no es verdad y todos lo sabemos.

Después de casi ocho siglos en los que -desde don Pelayo hasta los Reyes Católicos- se fueron uniendo los diferentes reinos de la península -excepción de Portugal- con los territorios reconquistados a los musulmanes, toca ahora, según parece y desde poco antes de 1978 -aunque existen claros antecedentes en diferentes partes de España y desde fin del siglo XIX- hacer un nuevo y por ello diferente "reparto" u organización del poder territorial, en el gran tablero de lo que aún se entiende por España.

Dice el artículo 14 de la Constitución, que "Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social". Fue, desde luego, una honrosa y deseable declaración de intenciones, pero la realidad, al cabo de esos casi cuarenta años transcurridos, ha venido a demostrar que se ha puesto mucho más empeño -con desastrosas consecuencias a la vista- en busca de hechos diferenciales, que de aquellos otros que nos refuercen e identifiquen como pueblo que comparte, desde la igualdad, una misma soberanía ante las demás naciones de Europa y del mundo. Es como una obsesión por dividir y diferenciar. Alguien vencerá. Pero pagar, pagaremos los de siempre. ¿O no?

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